En el 2006, en mi mi ya extinto Foro Planetario, publiqué esta nota en tres partes como respuesta a la ahora ya célebre carta de Oscar del Barco -"No matarás"- publicada en 2004, que abrió en aquel momento una feroz polémica entre las filas de una buena parte de la izquierda argentina.
La vuelvo a publicar ahora aqui, íntegra, teniendo en cuenta que el profesor del Barco, tuvo la gracia de criticar el premio otorgado -en Julio de 2011- por dicha Universidad, a su antiguo amigo -y colega-Juan Gelman. Cabe aclarar que considero la crítica de del Barco al premio otorgado a Juan Gelman, completamente lícita y ejemplarmente lúcida y oportuna, pero eso es harina de otro costal. La posición asumida por Juan Gelman, y la respuesta colectiva ante su persona, no hacen más que enfatizar la ignominiosa hipocresía y la decrepitud espiritual intelectual y moral que nos traspasa como nación y como pueblo. Sólo una decadencia terminal puede justificar el honrar a alguien semejante, que aún hoy intenta lucrar con la tragedia que él mismo impulsó en el seno de su progenie.
A pesar de alguna violenta reacción que provocara mi nota en aquellos años, no quiero privarme de volver a publicarla, ya que, esencialmente, sostengo mi opinión de entonces.
La vuelvo a publicar ahora aqui, íntegra, teniendo en cuenta que el profesor del Barco, tuvo la gracia de criticar el premio otorgado -en Julio de 2011- por dicha Universidad, a su antiguo amigo -y colega-Juan Gelman. Cabe aclarar que considero la crítica de del Barco al premio otorgado a Juan Gelman, completamente lícita y ejemplarmente lúcida y oportuna, pero eso es harina de otro costal. La posición asumida por Juan Gelman, y la respuesta colectiva ante su persona, no hacen más que enfatizar la ignominiosa hipocresía y la decrepitud espiritual intelectual y moral que nos traspasa como nación y como pueblo. Sólo una decadencia terminal puede justificar el honrar a alguien semejante, que aún hoy intenta lucrar con la tragedia que él mismo impulsó en el seno de su progenie.
A pesar de alguna violenta reacción que provocara mi nota en aquellos años, no quiero privarme de volver a publicarla, ya que, esencialmente, sostengo mi opinión de entonces.
Oscar del Barco y otras disquisiciones
Parte I
por Manuel Gerardo Monasterio
“Para vivir con miedo, mejor es morir
sonriendo, con el recuerdo vivo"
Rubén Blades, en “Adan García”
Oscar del Barco ha decidido hacer públicas algunas de sus disquisiciones privadas acerca de un tema que fue de incumbencia colectiva.
Encara con cierta tranquilidad –al menos desde lo intelectual- cuestiones que intranquilizan casi por definición.
Se expuso a réplicas completamente previstas, y continuó contestando amparado en citas eruditas –como buen ex marxista-leninista-. Siempre resulta ameno –aunque poco convincente- cobijar la propia precariedad arropándose con la ignorancia instruida de hombres famosos y respetables.
Debo confesar que la posición de Oscar del Barco me resulta confusa.
No sé si estamos frente a una suerte de "cristiano renacido" -gagá y reblandecido-, o si simplemente se trata de un canalla con gran habilidad para filosofar. O de ambas cosas a un tiempo, más algunas otras.
Sea como fuere, el tipo de “confesiones” que nos ha “regalado” podría habérselas reservado para compartirlas con su cura confesor –que si no lo tiene ya, seguramente va en camino de adquirirlo-. Pero no podrá sorprenderse el señor del Barco ni ofenderse ante el torbellino de las aguas que él mismo se ha dedicado a agitar.
Sabrá del Barco si le cabe la “mala fe” que describía Sartre, o el apelativo de “salaud” que el viejo filósofo utilizaba en casos semejantes. Pero lo seguro es que su discurso –que huele a dispepsia moral de “viejo libertino” más agotado que arrepentido- trivializa de manera ignominiosa la vida y la muerte de Rotblat y Groswald y de otros miles de muchachos y muchachas idealistas que soñaron con un mundo mejor.
Rotblat y Groswald quedan desdibujados como dos imbéciles útiles entre la trama o el complot urdido por unos astutos intelectuales asesinos –que ya en este contexto podrían ser Masseti, Jouvé,Gelman y del Barco y los demás.
De entre todos ellos, por lo menos Jorge Ricardo Masetti tuvo el buen gusto de hacerse matar en la selva de Salta. Los demás, siguen yendo y viniendo, bien asimilados al sistema contra el que supuestamente combatían, algunos recibiendo ostentosos premios, y otros, incluso, sentando sus vergonzosas posaderas en las bancas del congreso nacional.
A veces se habla de la muerte como si fuese en sí misma una tragedia, es decir, algo que,
bajo determinadas circunstancias, podría evitarse. Todos vamos a morir. Se trata de cómo
vivimos preparándonos para esa muerte que cierra el ciclo de nuestra historia personal y posiblemente le otorga su sentido -o su sinsentido- final.
Para que la vida y la muerte de los que han muerto tenga un sentido-y no sea sólo el resultado de una fantasía inútil o de una mera trampa- tenemos que asumir que esos jóvenes murieron bien muertos. Que no eran sólo unos pobres ingenuos engatusados por el discurso atractivo de unos sofistas profesionales.
La “ingenuidad” de esos jóvenes, es la más sagrada de las banderas. Murieron en su ley, porque ese era el riesgo que se jugaba cada día y cada minuto con la actitud que habían asumido. Y si, como él bien dice, estas cartas son un asunto tan de él y tan privado, que nos libere el señor del Barco de sus filosóficas lágrimas de caimán que han dado pie a la cólera de los deplorables“lacanostalinistas”, pero no han logrado motivar a ningún tipo de reflexión a sus antiguos camaradas.
Finalmente, más allá de todas las disquisiciones y desavenencias de la despreciable e inoperante izquierda argentina, ésta ha cumplido el viejo sueño que la derecha gorila consiguió hace tiempo: ha plasmado en Oscar del Barco el sueño del “Grondona propio”. Otro ex energúmeno, que al estilo del pastor Jimmy Swaggart, se confiesa lagrimeando en público para ser recibido, como hijo pródigo, de vuelta en el jubiloso seno de la Gran Prostituta y Madre de todos los goces y prebendas, la gloriosamente eterna sociedad capitalista.
Manuel Monasterio
Oscar del Barco y otras disquisiciones
Parte II
Por Manuel Gerardo Monasterio
“Detrás de todo fusil hay un fusilado”
José Alberto Alfonsi,
Primer Manifiesto del Movimiento Gandhiano de Liberación,1974
Los conceptos expresados por Oscar del Barco, y todas las respuestas que estos han suscitado, han vuelto a poner en relevancia las posibilidades e imposibilidades de llevar a la práctica una verdadera revolución.
Todos los intentos por imponer la visión marxista, en ruta hacia el soñado puerto final de la “dictadura del proletariado”, se han abismado estrepitosamente a lo largo de los últimos 90 años. Estos acontecimientos no pueden sorprendernos, una vez que sabemos que el capitalismo es el sistema que mejor explota las dos tendencias más arraigadas en el ser humano: la codicia y la estupidez.
De nada sirve intentar plasmar una teoría ideal, encajándola a presión sobre estructuras humanas que han sido diseñadas y preparadas durante siglos precisamente para lo contrario.
De la misma manera que sería una tarea ridícula por lo improbable, pretender que un cocodrilo ejecute el piano en el primer concierto de Tchaikovsky, resulta absurdo esperar que, no sólo el populacho, sino asimismo la “gloriosa” intelectualidad, pueda operar más allá de los cerrojos milenarios impuestos por las creencias y el miedo de siglos de condicionamiento religioso, cultural y político.
Estamos atrapados en una pavorosa urdimbre de Genes y Memes, que nos condena a una suerte de Sisífico drama recurrente. Esto motivó, en 1990, mi breve pero inquietante ensayo “Mousetrap” donde analizaba la imposibilidad de generar un cambio “dentro del mundo” y la necesidad de “salir afuera” para generar verdadera alternativa. Esto implicaría una tremenda ascesis de ruptura y transgresión, que en la filosofía occidental sólo Foucault -siguiendo a Nietzsche- pudo llegar a sospechar.
Pero el proceso iría mucho más allá de Foucault, para entrar en regiones que Aleister Crowley, sólo en parte, alcanzó a transitar. Camino que con mucha dificultad podríamos intentar conceptualizar como “luciferino”, en la acepción más plenamente etimológica del término.
Buscar salidas dentro de los cauces de la filosofía o las religiones de occidente representa un acto de verdadera ingenuidad.
Hay muchos que continúan preocupados por la supuesta “muerte” de dios preconizada por Nietzsche y refrendada por sesudos filósofos posteriores. Lo único que puede “morir” son nuestras propias imágenes acerca de Aquello que nuestra imaginación ni en sus más remotos estiramientos puede llegar ni siquiera comenzar a concebir.
Los humanos padecemos de una extraña enfermedad que nos mueve a escribir libros sobre teología, mientras que a ninguna hormiga en su sano juicio se le ocurriría intentar la más viable tarea de encarar un tratado de antropología.
Dostoievski planteaba que “si dios no existe, todo estaría permitido”.
Hoy estamos confrontados con algo bastante más terrible. ¿Existe verdaderamente el hombre? Y si el hombre no existiese ¿Qué sería lo permitido y lo prohibido?
No puedo dejar de enfatizar el hecho de que todas las reglas, mandatos, leyes, códigos, decálogos, libertades y prohibiciones establecidas, siempre terminan sirviendo esencialmente más y mejor, a los que tienen el poder y los bienes materiales que de ese poder dimanan.
¿De qué carajo le sirven todas las libertades y derechos establecidos por una supuesta democracia a un pibe de dos meses que en este mismo momento se encuentra prendido de una teta vacía?
Este acontecimiento, que no es un hecho aislado sino que puede multiplicarse por miles mientras escribo, debería poner en ascuas de inmediato todas nuestras teorías. Es decir,”debería hacerlo” si no fuéramos los hijos de puta que somos. Debería poner al descubierto preguntas muy concretas que la mayoría pretende soslayar.
Preguntas que el sistema ha decidido pertenezcan del ámbito de”lo impensable”.
Por ejemplo: ¿qué es más humanitario, permitir que esos miles de niños nazcan para morir como perros –que digo cómo perros, muchísimos perros viven como reyes- o aplicar la eugenesia que proponían los científicos en los años treinta?
Sí,”eugenesia”, una palabra que produce estertores gallináceos en cualquier intelectual que pretenda mantenerse con los pies dentro del plato. Intelectuales que prefieren hacer la vista gorda a la “eugenesia” que los países del primer mundo hoy mismo imponen a su manera y con las leyes y controles que a ellos se les ocurren, en todo el territorio africano y en diversas regiones del mundo.
Y en medio de la repulsiva hipocresía en torno de las masacres cotidianamente realizadas mientras el ciudadano del mundo “libre” disfruta de las bondades del capitalismo tecnocrático, aparece el señor del Barco a dárnosla por la cabeza con Heidegger y con Levinas...
Y nos espeta el bíblico “no matarás”, con toda la arrogancia de un supuesto San Juan Bautista redivivo -pero si hasta tiene la facha del “bautista”!-.
Lamento comunicarle que ha llegado usted tarde, varios millones de años tarde.
Y tarde, de manera particular, porque la ideología que usted y sus colegas alentaron arrastró al martirio y la muerte a miles de nuestros compatriotas.
Y lo más lamentable, es que ustedes, exégetas inefables de la historia, investigadores insuperables de los ciclos históricos: Se equivocaron de manera oprobiosa. Porque analizaban a Marx en el ámbito abstracto de sus afiebradas cabezas en lugar de estudiar a Sun Tzu, donde habrían podido comprender que cometían una aberración estratégica mayúscula iniciando una contienda imposible contra un enemigo harto superior en fuerzas y en salvajismo, y sin el apoyo táctico suficiente de una población que dormía-y sigue durmiendo- el sueño eterno de los “justos”y los imbéciles.
Y además:
¿qué significa “no matarás”?
¿Cuántas clases de muerte reconoce usted?
¿Cuántas categorías de “matar”?
¿Qué clase de vida defiende hoy usted?
¿Dónde empiezan y terminan la vida meramente vegetativa y la vida integral?
¿No “mata” un sistema que excluye y que margina a millones?
¿Cuántas veces muere el hombre que vaga sin trabajo mientras observa como su dignidad se desmorona frente a su mujer y a sus hijos hasta desaparecer?
¿Qué clase de muerte reparten los diputados que cobran dietas y sueldos múltiples sentando sus nalgas abominables sobre las gargantas de las madres y los niños masacrados por la hambruna de una ignorancia que no cesa?
Y sobre los niños y niñas que reptan por las calles, algunos vendiendo la escasez vergonzante de sus ateridos cuerpos por unas monedas a la vista de todo el mundo en plena capital de esta vergüenza ignominiosa que llamamos Argentina...
Venga, que sé que usted no tiene nada de tímido. Qué va! Vaya si tiene usted audacia!
Y una cara más dura que las piedras de los bíblicos desiertos que ahora transita.
La cuestión, señor del Barco, es que yo no tengo ninguna teoría que defender –y menos que nada los inefables delirios del afásico Lacan-. Y a diferencia de la mayoría de nuestros compatriotas, tengo demasiado buena memoria-ya quisiera poder olvidar-. Y recuerdo bien a qué se dedicaba usted hasta no hace tanto. Excelso teórico del materialismo dialéctico. Superlativo comentarista de Lenin, Trotzky y Gramsci. Eso no se lo quita nadie. Uno de los más capaces de América. Qué mente brillante la suya, señor del Barco! Y esto dicho sin la más mínima sorna, y por eso, precisamente, mi discurso carece de piedad.
Hasta no hace mucho todavía explicaba usted los tecnicismos académicos de la obra del demente Althusser. ¿Continúa haciéndolo todavía, en sus ratos de ocio, entre la lectura del antiguo testamento y Juan L.Ortiz?
Pero hace años que se dedica más a Heidegger. ¿Qué otro filósofo podía elegir como especialidad? Se buscó otra vez algo bien abstruso, -no sea que los pobres ciudadanos de a pie puedan llegar a entender sobre lo que diserta- para poder seguir por otras latitudes ideológicas con su mismo oficio de siempre: encantador de serpientes –o hipnotizador de sapos, según se quiera-.
Heidegger. Un filósofo seguro. Un filósofo bien puro. Filosofía pura, tan elevada que pudo coexistir sin ningún problema en medio de las atrocidades del nacionalsocialismo -que desde ya le confieso, me parecen un juego de niños comparado con lo que el benévolo neoliberalismo está haciendo hoy (y preparando para el futuro). Sobre todo porque los nazis, cuanto menos, no tenían nada de hipócritas. Eran malos en serio, de frente y asumidos. No como estos “demócratas” que mientras aplastan, asesinan y destruyen nos quieren hacer creer que lo hacen por nuestro bien... y la paz universal.
Eso sí, puede estar usted contento, ha recibido un tibio, subrepticio pero certero espaldarazo por parte de algunos representantes del neoloberalismo ... No es un mal comienzo para esta nueva etapa.
Quien sabe, a lo mejor termina, finalmente, premiado con todos los honores como su ex camarada, el benemérito Juan Gelman, quien no se salva de padecer el horror de sobrevivir a su hijo asesinado en el camino de seguir los pasos de su ilustre progenitor.
Su discurso, Señor del Barco, era lo único que nos hacía falta en este preciso momento.
Guárdese pera usted y para sus nuevos acólitos-que sin duda los tiene- sus masturbaciones de marxista-leninista – perdón “marxista-stalinista”-arrepentido.
Según sus propias confesiones, ya se ha equivocado usted lo suficiente como para seguir dando consejos.
Quédese para sí con sus “iluminaciones”, que ya en otra época sus “iluminaciones” de entonces-y las de sus camaradas- sirvieron para llevar a la muerte a miles de nuestros compatriotas.
Acúsese y perdónese usted mismo en privado, y si no, vaya a la iglesia romana que allí recibirá usted de buen grado, sin duda, todas las bendiciones e indulgencias que la gente como usted suele merecer de la iglesia de Roma.
Y si su culpa fuese tan opresiva, y se declara usted culpable de un crimen concreto, preséntese a la justicia e intente recibir el justo castigo que sus crímenes ameriten.
Quien le dice a usted que no sienta un bellísimo precedente para que sus colegas –e incluso los asesinos miserables del bando contrario-comiencen a confesar y a entregarse uno por uno saneando la atmósfera corrompida de nuestro desgraciado país.
Como hombre a secas, como hombre desnudo como lo parió su madre igual que a mí; como hombre en pelotas y a la intemperie, sin todos los ropajes de las dialécticas y las hermenéuticas, le entregaría a usted mi sangre si fuese necesario. No voy a caer en el horror de pretender que no deba usted buscar su paz interior–o lo que sea que necesite-. Tendrá bastante en que pensar en la inmensidad de la noche, evocando esa noche mayor en la que acompañaron a sumergir a tantos maravillosos jóvenes de mi pueblo. A pesar de todo lo que pueda decirle hoy, sigo siendo su hermano en la angustia inconmensurable de estar en este guijarro insignificante, en medio de la ignorancia inmarcesible donde los dioses nos han abandonado..
Lo que le ruego, le suplico y le imploro:
¿Podría hacerlo usted de manera más silenciosa?
Le recomiendo a Eckhart y a los santos del desierto.
Me imagino que conoce los beneficios maravillosos de “mouna”, la práctica védica del silencio.
Haga honor al título de su propio libro "El abandono de las palabras"...
Pero si habla de lo que habla como habla, aténgase a las consecuencias.
¿Por qué no continúa dedicándose a Heidegger?
¿Qué le hace pensar a usted que su discurso de hoy sea más serio y respetable que los discursos de ayer? Claro, ahora deberíamos estar más tranquilos, porque usted, finalmente, se ha encontrado con Emmanuel Levinas...y con San Pablo.
Hasta una verdad de a puño como el ”no matarás” suena hueca e indecente según quien y cómo la pronuncie.
En usted y en todos los que como usted siguen viviendo del oficio de filosofar en medio de la catástrofe sin nombre que padecen millones, se resume toda la filosofía de la miseria y la miseria de la filosofía y los filósofos de occidente.
Ya su filosofía causó bastante daño.
A partir de ahora nos interesa, en todo caso, lo que tiene que decirnos Lao Tse acerca de Wu Wei.
Finalmente, las cosas siguen el ritmo natural que su intrínseco destino les dicta. Y es poco lo que podemos hacer para pretender cambiar lo incambiable. No hay revolución que valga.
Lo que es, es lo que es y como es.
No se puede empujar el río.
Y los villanos siguen siendo villanos aunque sonrían, mientras nos recitan solemnemente el evangelio.
Manuel Monasterio
Oscar del Barco y otras disquisiciones
Parte 3
por Manuel GerardoMonasterio
Veo lo que he escrito, y es un espejo de lo que soy en tanto hombre, enredado en el pavoroso laberinto genético-memético de nuestra sangre programada por dioses innombrables, que la ciencia ni siquiera llega a imaginar.
Hombre. Aberración zoológica. Antropoide lamentable. Horroroso simio en guerra perpetua con su sangre. Triste mamífero torturado por ángeles que en trágica hora se enamoraron de su inocente silueta de animal asustado. Y nos trajeron TODO EL PECADO.
Leo nuevamente sus cartas, Oscar del Barco, y pienso en la injusticia que desborda el pozo negro de la historia.
Le han contestado, con cierto respeto, casi cariño, unos lúcidos muchachos que aún ni soñaban con gatear por aquel entonces. Y le replican los “lacanostalinistas”. Los arcano-mierdo-lingüistas, que han prosperado en Argentina mejor y más que en todas partes. Lo que nos da una idea bastante cabal de lo que es este país.
El único que le ha dado la escueta palmada de su pluma inefable, es Tomás Abraham, avatar transposmoderno, que le indica, entre líneas, que va usted por buen camino de vuelta a casa de su Padre. Si se esmera, quien sabe, tal vez pueda finalmente convertirse en el hijo pródigo que los neoliberales esperan. Pero aún queda mucho camino a recorrer. Algunas estratégicas genuflexiones serían bienvenidas. Una cátedra en Harvard: un augurio excelente. Pero al final, no se salvaría de que le pidan una prueba algo más contundente. Un trabajo “a la Juan L.Ortiz” resultaría apropiado, sólo que debería titularse “Odas de amor al paraíso del neoliberalismo globalizado”.
No creo que los popes de la soberana banalidad ilustrada logren tamaño esfuerzo de su parte.
De lo que al final se trata aquí, es de que usted cometió un error imperdonable.
HABLÓ. Habló en un país en donde nadie nunca dice nada que no sean trivialidades inmensurables, atajos inconcebibles o perogrulladas tan vulgares que harían enrojecer a Perogrullo.
Usted, prácticamente, ha pedido perdón, en un país donde nadie nunca se disculpa de nada.
Ha dado muestras de humanidad y compasión en un país donde nadie se arrepiente de nada.
Usted es el único que asoma la cabeza cuando ninguno de los bandos sale de sus atrincheradas madrigueras.
¿Con quién me la iba a tomar yo, si no hay nadie más que Usted en ese desierto de almas horrorosamente "inclinadas hacia la tierra"?
Los militares van muriendo de una muerte que llega tarde. Han estado embalsamados desde muchísimo antes. Soberbios siempre, aunque no tengan absolutamente nada de lo que jactarse. O precisamente por eso, porque no tienen nada más que su soberbia odiosa en medio de un tumulto de voces y preguntas que los acosan sin término.
Duros. Tiesos como mamutes polares recién desenterrados. Rígidos y petrificados como excrementos de dinosaurio.
Y del otro lado... Los que comerciaron con la sangre y el martirio de sus compañeros son ahora prósperos empresarios. Alternan con el jet set. Se asocian con magnates de utilería venidos a ricos de la noche a la mañana. Y todos bailan. Todos bailan sobre los huesos de aquellos que, siendo los que estaban más Vivos, tenían que ser muertos con una muerte horrorosa que sentara el escarmiento para las generaciones por venir: cuidado, niñitos argentinos, con pretender soñar con sueños diferentes a los que el consumismo omniplanetario tiene permitido. Mirad el espectáculo de esos tristes idiotas que se atrevieron, y fueron desvanecidos como la estela, como el rocío, como si nunca hubieran existido... No olvidéis jamás lo que os podría pasar, si os atrevéis a Soñar.
Del Barco, mi amado del Barco, aquí nadie nunca saca los pies del plato.
Aquí los dirigentes tienen ínfulas de eternidad. Contratan a ingenieros para que fabriquen dispositivos que los encastren a los sillones de manera permanente. De tal forma que sólo matándolos sea posible desencajarlos de los puestos de poder.
Aquí no se arrepiente nadie. Nadie pide perdón. Nadie acepta ningún error. Nadie se suicida salvo Lisandro de la Torre... Aquí se suicidan solamente los honestos hastiados de ver cómo prosperan los mentirosos, los ladinos, los coimeros, los perdularios que genuflexionan ante cualquiera que tenga el mando; los estafadores seriales, los ladrones reciclados que van ascendiendo de administración en administración, los que tengan la cara más dura y aún más duro el corazón. Pero sobre todo y por encima de todo los que miran y se callan. Los que suben silenciosamente al tren de los que roban y se quedan calladitos, extendiendo la mano cuando les toca el turno y haciéndose siempre los boludos. Por Dios, sin violentar la clave indiscutible: haciéndose siempre los boludos.
¿Cómo no van a crucificar al que se atreva siquiera a sugerir que el emperador no sólo está en cueros, sino que además se ha cagado y su presencia apesta por todos lados?
Esto es Argentina. No se lo digo a usted, me lo digo a mí, que me olvido todos los días. Aquí el único dios son los negocios. La plata, mucha plata. Se ve que tienen información que a usted y a mí nos falta. Se habrán enterado que muy pronto la ciencia va a inventar la máquina para vivir para siempre. Sólo que los únicos que podrán comprarla serán los que tengan plata, mucha plata. Los pobres se joderán como siempre, en este y en todos los mundos. Sólo los ricos serán eternos. Los pobres seguirán muriendo como de costumbre.
Vuelvo a mirar su trágica figura, Oscar del Barco- perdóneme, a lo mejor la tragedia la llevo yo, en mi mirada-y me asalta una duda infinita. Tiene el rostro y la melena cinceladas que uno fantasea en la imagen nunca vista del Bautista. Y entonces vuelve a despertar en mí el niño programado como “cristiano” que aún se oculta –inocente- debajo de todas las atrocidades que el adulto vio perpetrar al cristianismo organizado. Y me pregunto, súbitamente, ¿y si del Barco fuese Aquel que anuncia la Venida de Ese Alguien o Ese Algo? Del Barco, que viene sin duda de prolongadas estadías Ayunando en el Desierto.
Del Barco, que anuncia la Compasión y el Arrepentimiento.
El arrepentimiento como Metanoia, como transformación de la mente, como está originalmente en el Evangelio,
Y ya sin más palabras, gloriosamente obnubilado por la santa perplejidad que sólo deja lugar a la inocencia de la Fe, me inclino a orar en Silencio
Manuel Gerardo Monasterio -Buenos Aires-2006
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