8.7.20

Hay días en que uno comprende a los griegos,
cuando hablaban de la ira y la mofa de los dioses.

Y en esos días uno desearía ser ateo,
absolutamente agnóstico...

Pero desafortunadamente,
eso es imposible
para un hijo de Palas Atenea
que acaba de hablar con su madre
esta mañana...
"Todo se ha acabado, todo está cerrado, todo está perdido.
Na hay nada más que hacer.
¿Consolarse? Tampoco. ¿Llorar? ¡Pero, para llorar hace falta energía,
se necesita un poco de esperanza!

Yo ya no soy nada, no cuento ya, no quiero nada: no me muevo.
Soy una cosa y no un hombre.
Tocadme: estoy frío como una piedra,  frío como un sepulcro.

 Aquí está encerrado un hombre que no pudo llegar a ser Dios." 


Giovanni Papini en "Un Hombre Acabado"
Durante todo este Via Crucis en ningún momento me surgió la clásica pregunta "¿Por qué a mí?"

Mi pregunta fue y es mucho más disruptiva, y apunta más profundo, y penetra disolviendo las creencias más estúpidamente arraigadas en nuestra increíblemente estúpida humanicidad:

¿Por que a cualquiera, por qué a TODOS?

Si incluso yo, infame microbio irrelevante, soy capaz de apiadarme, y no le daría esto ni siquiera a mi supuesto peor enemigo y ni aún podría ofrecérselo siquiera al  hombre más perverso de la tierra...

Quién podría crear a consciencia algo semejante?

Hay momentos en que creer en un dios personal resulta mucho más inquietante que el ateismo.

24.1.14

Una mañana lo inexorable golpea tu puerta,
y todo lo vivido aflora como un río a tu mirada.

Tomas consciencia una vez más
de lo que eres: estéril pasión bipedestada.

Y luego de que la autoconmiseración
se extiende y se agota hasta la náusea,
haces contacto con la percepción esencial...
Y sientes por Dios una piedad infinita,
y una compasión que excede los límites de tu hominidad
para hacerse Una con el Horror Primigenio e Inmarcesible.

12.2.14

"Derrota tras derrota, y así hasta la victoria"
                        Groucho Marx

Los perros de Némesis son implacables,
sus colmillos siempre rozan tus talones,
a diferencia de ti, ellos nunca cejan en su empeño...
Tú alguna vez tienes que parar,
es imposible correr para siempre...
Y cuando te detienes, allí están,
famélicamente inexorables.

Te observan por un instante,
supieron desde siempre
que habrían de alcanzarte.

Y en ese instante definitivo,
te entregas por fin a tu destino,
sabiendo que a pesar
de todos tus artilugios
para no reconocerlo
es únicamente tuyo.

A diferencia de tus contemporáneos
tú aún eres un Griego que cree
a rajatabla en la presencia de los Dioses.

Quizás sea tu imaginación,
pero se te ocurre un guiño
de piedad en sus ojos abismales
antes de devorarte.


Derramado a las 9.49 del día 12 de Febrero de 2014 (del Falso Calendario), en los Jardines de Prometeo

14.1.16

Como le cuesta a los hombres admitir que nuestra capacidad para percibir la Realidad es simplemente más sofisticada, pero no más eficiente que la de un chimpancé.

A diferencia del consanguíneo primate nosotros alentamos muchas más suposiciones, y no pocas pretensiones intelectuales.

Inútilmente.

Si no supiera quienes están detrás del "constructo humano" diría que el hombre es la prueba irrefutable de cuánto se odia Dios a Sí Mismo.

Mientras tanto, alentamos creencias, muchas creencias,una más alambicada que las otras.

No hay posibilidad alguna de que podamos ni siquiera comenzar a imaginar de qué se trata todo esto.

Y darse cuenta de esto no es humildad, sino elemental inteligencia.

Pero la Inteligencia es elusiva para aquellos que alientan ideas y creencias.

Yo no tengo ya nada más que ver con todo eso.

Lo que me convierte en el más solitario de los hombre

7.7.20

17 de Abril de 2007



"El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.
Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aún dentro de los mismos: atacarlo donde quiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo"
Fragmento del mensaje del Che Guevara a los pueblos del mundo

Hace unos 15 años atrás comencé un ensayo al que provisoriamente titulé “Ernesto Guevara de la Serna: Patología de la revolución”. A decir verdad, lo abandoné porque me hastié de recopilar materiales insalubres y opté por preservar lo que fuera que me quedara de cordura.
Parece que, de a poco, comienzan a aparecer versiones alternativas del Che, y no sólo desde los “sospechosos neoliberales de siempre”.
Desde los 13 a los 16 años compartí un trozo de mi vida con gente que conoció a otro Che. Los escuché hablar, sin pretender adoctrinarme a mí, precisamente, ya que departían entre ellos. Había por lo menos dos que habían estado en La Cabaña.

Pero el Che, como Evita y como Perón, ya es un “sentimiento”. Ha entrado en ese ámbito enrarecido de los arquetipos donde la gente no vé lo que hay en realidad, sino que encuentra lo que cree que necesita. No se vaya a creer que esto ocurre solamente con personas impresionables y carentes de cultura. Le puede ocurrir a cualquiera. Tal parece ser el caso de nuestro celebérrimo compatriota, el Dr. Mario-Pacho-O’Donnell, quien hace un par de años escribió una nota en “La Nación”, donde comienza ya con un lapsus linguae, diciendo “Ernesto Guevara Lynch (sic), el Che…” ¿Me permitirá el Dr. O’Donnell una interpretación psicoanalítica? Para mí es un incipiente signo de que ya nos encontramos fuera del ámbito de la llamada “realidad objetiva” (¿existirá tal cosa?) para sumergirnos en el océano insondable de lo mítico. Me permitiré un lance lacaniano –haciendo la salvedad de que jamás fui “freudiano”, muchísimo menos “lacaniano”- O’Donnell produce una “forclusión” en la que expulsa al Guevara real e introduce “el nombre del padre”. Dejaré que este portento lo continuen analizando los afortunados lacanianos, que merecen todo mi respeto por su increíble habilidad para permanecer en pleno Siglo XXI, y aún ganando muy buen dinero, con un “botiquín” conceptual que, en una sociedad verdaderamente racional, los hubiera hecho acreedores a una larga temporada bajo tratamientos psiquiátricos intensivos. Pero aún continúan avanzando, principalmente en esta Argentina que, entre una cantidad de hombres y mujeres ilustres, de vez en cuando produce algún que otro portento como el Che.

En el mencionado artículo (el lector podrá encontrarlo reproducido al final de esta nota) el Dr. O’Donnell acusa, más o menos directamente a uno de aquellos “sospechosos neoliberales de siempre”, en este caso, Alvaro Vargas Llosa, de “demonizar” al Che. Jamás hubiera creido que iba a salir “en defensa” del discurso del Sr. Vargas Llosa. Pero la triste evidencia de los hechos me pone frente a cuatro artículos publicados en “La Nación” por aquel entonces, en las que éste se limita a describir minuciosamente acontecimientos biográficos incontrovertibles, incluso “autobiográficos”, ya que mucho de lo que comenta Vargas Llosa puede encontrarse en los mismos diarios del Sr. Guevara. Ernesto Guevara de la Serna, no Guevara Lynch, que era en realidad el padre del Che.

El Dr. O’Donnell, historiador renombrado, no puede cometer un error como ese, y por escrito, si no se encontrase él también, de alguna manera, bajo el influjo de los vapores “daimónicos” del mito arquetípico.
O’Donnell es un hombre muy culto, y por cierto que es difícil encontrar hoy por estas tierras conversadores -y"escuchadores"- tan exquisitos como él. Resulta antropológicamente preocupante, cómo la necesidad seduce y sugestiona a todo tipo de hombre. Desde el más humilde en lo intelectual hasta el más dotado. La necesidad de creer.
La necesidad de creer los lleva a ver en el Che méritos que están únicamente en el imaginario colectivo, que ha ido nutriendo la imagen del Che con un cúmulo de adornos morales y virtudes que, sencillamente, el hombre no tuvo nunca. No entiendo por que hace falta apelar al Che, estando tan cerca Gandhi y Martin Luther King, entre otros, tal vez menos célebres, pero tanto o más ejemplares, como Vivekananda, Ramana Maharshi o Bonhoeffer.

¿Por qué Guevara?
¿Quizás porque su absoluto fracaso como estratega resulta “romántico”?
O tal vez su incapacidad para mantenerse con éxito y coherentemente en algo concreto –fue igualmente desastroso como funcionario y como estratega revolucionario- le otorgue un halo de “muchacho salvaje” que atrae a quienes ya no son tan muchachos y necesitan incentivos neuroquímicos insospechados. Porque no sólo se cita “el coraje” del Che, hay quienes utilizan la palabra “testículos”, o directamente “bolas”. También le admiran su persistencia –aunque más no sea en el fracaso más continuo y estentóreo- y en su particular amor por la violencia.



Coraje y persistencia, dos “virtudes” que el Che Guevara comparte con el Dogo Argentino y con cientos de otros magníficos ejemplares del mundo canino.
Y me olvidaba, también ferocidad.

Digo que no comprendo esta admiración por atributos que encontramos de sobra en el mundo animal. Prefiero aquellos que sólo se hallan en los ámbitos más elevados de lo humano, la compasión y la ternura volitivamente dirigidas –no el mero gesto instintual preprogramado del resto de los mamíferos-.

Pero todo esto es puramente anecdótico, porque la caprichosidad del imaginario colectivo ha decidido entronizar a quien fuera un asesino sistemático -un sociópata violento- como ejemplo del “utopista maravilloso que sigue hasta el fin”.

Si Guevara fuese la única posibilidad de la utopía, estaríamos perdidos. Pero afortunadamente no es así. Hay otros ejemplos. Que seguramente jamás llegaran a estar en la panza de un Tyson o en el brazo de un Maradona. Pero que silenciosa, casi secretamente, continuaran creciendo en el alma de la humanidad cuando los alaridos, las amenazas, los fusiles, las ametralladoras y las bombas, no sean más que un grotesco recuerdo prehistórico en la memoria del Hombre.

PD: O'Donnell, seguramente, ha tenido en cuenta que el padre del "Che" se hacía llamar "Guevara Lynch", no Guevara a secas, y así le trasladó al "Che" el apellido completo, pero es muy evidente que el "Che" nunca utilizó ni fue conocido con este doble apellido, que por otra parte ya identificaba a su padre: Ernesto Guevara Lynch.


Manuel Gerardo Monasterio
Jardines de Prometeo
17 de Abril de 2007



A continuación, la nota del Dr. O´Donnell que cito en mi texto.

¿Fracasó el Che Guevara?

Por Pacho O´Donnell
Para LA NACION
18 de Agosto de 2005




Ernesto Guevara Lynch, el Che, es, según una encuesta internacional realizada hace pocos meses, la personalidad más admirada en todo el mundo. No llama eso la atención si se está atento a los noticieros internacionales y, entonces, asiduamente se descubre su rostro sobrevolando en pancartas y banderolas, en los cinco continentes, manifestaciones por mejores condiciones laborales, o en contra de la globalización o la guerra de Irak, o en multitudinarias reivindicaciones por los derechos humanos.

El Che no es pasado sino presente por lo que simboliza, estemos o no de acuerdo con sus principios y sus métodos: el idealismo, el coraje, la coherencia entre lo que se piensa, dice y hace. Valores en crisis en una sociedad hegemónica que privilegia el individualismo, la inescrupulosidad, el materialismo.

El artículo del señor Gioffré publicado en esta sección está en línea con los muchos que se han escrito tratando de convencer de que el Che fue un fracasado en vida. De acuerdo con ese criterio, Van Gogh también lo fue, porque logró vender un solo cuadro y murió en un siniestro manicomio. También Espartaco, por haber sido derrotado por las legiones romanas y crucificado en la via Appia. Hasta San Martín sería un fracasado, porque debió ceder a Bolívar la conclusión de la gesta libertadora y porque nunca logró regresar a su patria. Lo que ese criterio elude es la poderosa significación simbólica que esas personalidades proyectan más allá de la muerte y de las contingencias circunstanciales.

Repasemos algunos de los “fracasos” de Guevara, según Gioffré: le enrostra que habría renegado de su tierra; los cubanos, mexicanos y bolivianos que entrevisté para mi biografía coinciden en su apego a la identidad argentina: bebedor obsesivo de mate, canturreador desafinado de tangos mientras leía o meditaba; en las tribunas adoptaba el “caribeño”, pero en la intimidad recuperaba su habla de porteño; además, murió argentino al renunciar a la nacionalidad cubana cuando abandonó La Habana; por otra parte, su apodo no deja dudas de ello. ¿Que declinó el ejercicio de su profesión de médico? Se embarcó en el Granma como tal y luego eligió ser un combatiente; ¿fracasaron también como médicos Baldomero Fernández Moreno y Arturo Illia por encaminar sus vidas en pos de otra vocación? Gioffré reprocha al Che haber abandonado a su amigo Granado en Caracas, lo que es tan poco cierto como que, apenas triunfante la revolución contra el dictador Batista, lo mandó llamar a La Habana y le confió tareas de importancia en el área médica. Gioffré pierde una excelente oportunidad de ensayar una crítica certera contra el Che cuando aduce que su manual guerrillero fue otro fracaso y para lo único que sirvió fue para dar datos a la CIA; se equivoca el autor, pues dicho texto –personalmente lo lamento– fue exitoso en convencer a muchos jóvenes argentinos y de otros países que se inmolaron, comprometidos con la vía de la lucha armada para terminar con las injusticias del capitalismo. Sigamos: el Che no subestimó el bloqueo norteamericano a Cuba, sino que lo consideró inevitable en una guerra declarada, en la que tuvo posiciones tan radicalizadas como enfurecerse hasta el insulto con Kruschev por haber retirado los misiles en lugar de declarar la guerra atómica, que, en primerísima instancia, hubiera arrasado con la isla caribeña y todos sus habitantes, Guevara incluido. En cuanto a la Conferencia de Punta del Este, la misión cumplida por el Che fue difundir ante la opinión pública mundial su convicción de que la Alianza para el Progreso no se proponía el desarrollo de los países de la región, sino algo parecido a un soborno a sus dirigencias para impedir que se reprodujera el fenómeno cubano. En cuanto al supuesto fracaso como funcionario económico, lo que allí sucedió fue que Guevara se enfrascó en desigual pelea con las teorías económicas –que él anticipó llevarían a la hecatombe a todo el bloque comunista– con quienes respondían ciegamente a las consignas de Moscú y que habían ocupado los puestos gubernamentales de mayor poder a favor de la ayuda soviética. En cuanto a que fracasó como hijo por no estar junto al lecho de muerte de su madre, difícil le hubiera sido, pues se encontraba a muchos kilómetros de distancia, en el Congo, combatiendo contra el feroz dictador Mobutu; pero el dolor por la muerte de la persona más importante en su vida lo motivó a escribir un texto de elevada literatura, conmovedor, que tituló La piedra, hallable en Internet. Lo de su “inhabilidad” para captar al PC boliviano debe achacarse a la obediencia de su dirigente Mario Monje a la estrategia mundial de Moscú, que entonces privilegiaba la coexistencia pacífica con Occidente y repudiaba las acciones guerrilleras; valga señalar que en sus últimos años la relación del Che con la Unión Soviética era pésima y que la KGB colaboró con la CIA en darle caza. En cuanto a la insensata opinión de que el Che combatía porque la descarga adrenalínica aliviaba su asma, insólito es reproducirla dándole seriedad: es tan absurda como pensar que sería terapéutico para quienes sufren dicho mal enrolarse en las filas de Al-Qaeda.

Es dolorosamente cierto que Ernesto “Che” Guevara fue capaz de morir por sus ideales pero también de matar por ellos, tanto en las campañas guerrilleras como en los fusilamientos de La Cabaña. Es ésa una mancha que ennegrece su historia. Sin embargo, ello parece no hacerle mella como representante de la utopía en un mundo que parece haber abjurado de ella.

La escritora colombiana Laura Restrepo escribió: “En esta sociedad de consumo, nada hay más cursi que el heroísmo, dar la vida por algo, la épica, el culto a los muertos o el hecho de morir por amor”. Ernesto “Che” Guevara es vivido planetariamente como la contrafigura de ello. Se lo idealiza por haber sido leal a sus convicciones hasta el límite, por su compromiso con los desheredados de la tierra, por su insobornable honestidad de funcionario.

La inmensa mayoría de quienes lo admiran no son marxistas –yo no lo soy–, pues el Che ha trascendido los límites de lo político. Muchos son jóvenes que sienten que al mundo le falta gente como él y le sobran dirigentes como los que hoy nos lesionan moral y económicamente. Atención: nunca se porta una camiseta o un tatuaje del Che ingenuamente, como si fuera la de Ricky Martin o Mick Jagger; siempre hay un mensaje, consciente o inconsciente, de rebeldía y desafío.

No será por medio de achacarle fracasos o de demonizar su memoria (los artículos de Alvaro Vargas Llosa parecen ir en esta dirección) como se logrará oscurecer el mito Che Guevara. El mejor y único sistema para ello es lograr que los valores que –nos guste o no nos guste– él encarna no sean moneda rara en nuestra sociedad de hoy y que las nuevas generaciones no tengan que reclamarlos recordando al Che en sus vestimentas y tatuajes, en las banderas del fútbol, en los cartelones piqueteros.

Estoy de acuerdo con que una calle de nuestra capital lleve su nombre, porque su memoria, aunque despierte pasiones a favor y en contra, lo merece. Pero no debe ser la que honra a José Luis Cantilo, quien fue un buen intendente capitalino.

 

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