sobre el alba fugaz
y dolorida de mis años.
Mil años.
Anochecen mis sentidos.
De tanto recordar
me atropelló el Olvido.
El púrpura encendido
de la sórdida jauría
crece a cada instante.
Me siguen con amor,
con rabia, con congoja.
Me siguen obsesionados
por su pasión hidrófoba.
Piso charcos de mi sangre.
No hay más amor
que el de la piedra,
ni más piedad
que la del perro
al que llaman miserable.
Miserables son los hombres,
el planeta no conoce otra miseria.
Es la Noche.
Los ladridos se agigantan.
Ya el aliento,
ya la baba,
ya los primeros dientes
demorándose en mi espalda.
El terror es la penúltima orgía
de los tejidos y las glándulas.
Hacemos el amor.
El frío original lo llena todo.
La ultérrima soledad,
siempre al costado,
ha chocado finalmente contra el alma.
Ya la sierra voraz,
los mil puñales y las garras.
Y el alarido de la presa
estrangulado entre gruñidos
de victoria corrompidos
por la lenta y densa baba.
Trago sangre.
Tengo rota la garganta.
Sigo a tientas,
ya sin ojos,
con los ojos calcinados
por la sangre y por la baba.
Soy yo mismo el perro
mordiéndose la cola
y he llegado al final del corredor.
Hacia el frente se levanta
el paredón inexpugnable.
Ya la sombra,
ya el abismo,
ya la Noche.
Pero aún brilla una luz siniestra
en el trágico y grotesco
rincón desesperado.
Palpo mis ingles.
Allí está.
Lo tomo finalmente.
Vibrante entre mis manos,
con infinita ternura me contempla
el postrer revolver.
De mi novela inédita "Y Juramos con Gloria Morir"
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