1.3.11



Hemos fracasado
sobre los bancos de arena del racionalismo
demos un paso atrás y volvamos a tocar
la roca abrupta del misterio.

URS VON BALTHASAR




HE QUERIDO RESCATAR ESTA ESTROFA DE VON BALTHASAR, QUE A SU VEZ CITA SÁBATO EN SU DESOLADOR “ANTES DEL FIN” PORQUE DE ALGUNA MANERA SINTETIZA DE MANERA MAGISTRAL-COMO SÓLO LA POESÍA PUEDE HACERLO- TODO LO QUE PIENSO HOY.
Si hay una “salvación” para el hombre, es volver a abrazar los Misterios. Por eso me inclino –me arrodillo y me postro- ante las culturas nativas, porque en la simplicidad de su tremenda sabiduría no han pretendido la blasfemia absurda e idiotizante de develar lo indevelable. El hombre sólo es hombre en humilde éxtasis frente al misterio. Y sólo esa humildad puede salvarnos de la tragedia horrorosa de esta locura del “progreso” que –con etimológica certeza- nos lleva aceleradamente hacia un abismo que hace palidecer los espantos del infierno tradicional. Enloquecidos de soberbia por hacer todo aquello que pueda ser hecho, por alcanzar todo aquello que podamos alcanzar, por realizar todo lo que pueda ser realizado, no nos damos cuenta de que el mayor –el único-gran desafío de esta hora, es abstenernos de hacer la mayoría de las cosas que el alcance de nuestro conocimiento y nuestra tecnología nos permiten hoy hacer. El germen maligno del trabajo, del esfuerzo, de las grandes empresas, de la actividad frenética, de las grandes construcciones, de dejar “nuestra marca” en el mundo, se ha comido nuestra cordura y amenaza con contaminarlo todo de manera irremediable. Ahora más que nunca, la esperanza de la humanidad reside en el enigmático y maravillosos Wu Wei de los antiguos chinos. El arte de hacer sin hacer, de dejar que las cosas fluyan siguiendo su curso natural. Y de respetar el curso natural de las cosas. El arte de pasar sin dejar huella. Anónimamente. A eso aspiraba en un poema que escribí hace casi 25 años, en “Extinción de la palabra”, último poemario de mi autoría que mi amigo Ariel Canzani D. llegó a leer, y a prologar:

"Después de tanto viento,
henchido de palabras,
hinchado por la ciencia,
Suplico Caridad.
Espuma solamente.
La casi total impermanencia.
Polvo sería demasiado,
sombra de algo que fue,
recuerdo todavía.
No polvo sino estela.
La casi nada de presencia.
Lo que busco es el rocío.
Y vislumbro el cálido presagio
de la gloria a la que aspiro.
Certeza luminosa de no haber sido nadie.”

Wu Wei.

Una porción enorme de la juventud actual sospecha la locura de la civilización y responde con abulia y desesperanza, entre el estruendo de la cacofonía pseudomusical y de los maravillosos enteógenos utilizados con intención y en ámbitos desacralizados. Sospechan el embaucamiento global y desconfían. Y a su manera se niegan a cooperar. Quien escribe, por supuesto, no tiene más respuesta que su vida. Quien escribe está, finalmente, desenmascarado. Y sueña con sus hermanos de las selvas tropicales. ¿Tendrán ellos el antídoto para este espantoso veneno de civilización –y de posesión- que corroe al “hombre blanco”? Llego a las selvas tropicales desnudo y vencido. De rodillas frente al Misterio insondable. Abrazado a la infinita Piedad de los Misterios.

Sivainvi (Manuel Gerardo Monasterio)
Sierra de los Comechingones,
Noviembre de 2004


 

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