1.3.11

“Esencialmente, no sufrimos a causa de nuestros vicios y debilidades sino a causa de nuestras ilusiones. No estamos perseguidos por la realidad, sino por las imágenes que hemos colocado en su lugar"

Daniel Boorstin

"He observado que el mundo ha sufrido mucho menos por la ignorancia, que por la pretensión de conocimiento"

Daniel Boorstin

Hace casi apenas unas horas, un matrimonio muy querido me regaló para navidad una orden de compra en la cadena de librerías más grande de Buenos Aires. Me pareció maravilloso, el regalo ideal para alguien como yo. Eso pensaron ellos, y también lo pensé yo.
Prácticamente, he nacido entre libros. Hubo una época en que no abandonaba lo que estaba leyendo –usualmente varios libros a un tiempo- adondequiera que fuese. Rememoro como en un sueño la imagen funambulesca de un joven con tres o cuatro libros bajo el brazo...camino a un cumpleaños!

Feliz me encaminé hacia la librería más grande de Buenos Aires, donde viví una de las experiencias más extrañas de mi vida. Luego de recorrer las montañas de libros de todos los temas, tipos y diseños, rodeado de gente ávida como yo en un tiempo, me envolvió una sensación de desinterés tan profundo que casi puedo decir que se convirtió en repulsión.

Nunca se ha publicado tanto como ahora, sobre tantos temas, por tantos autores diferentes. Parece como si todo el mundo aspirase a escribir y a publicar. Y de hecho lo hacen! Millones. Billones de páginas. Y de opiniones.

Hace unos diez años atrás publiqué una obra en una de las editoriales más importantes de habla hispana. Tenía la posibilidad de publicar de allí en adelante, un libro por año. Me quedé en el primero. Ninguno de los que conoce la situación, puede comprender por qué me he abstenido de publicar.
La primera razón es que he leído lo suficiente como para saber que casi todo ha sido dicho –por lo menos lo que puede decirse- de tantas maneras y con tanta claridad, que me resulta un gesto un tanto ridículo de vanidad pretender agregar algo que considere verdaderamente relevante. La segunda razón, mucho más importante, es que mi percepción de las cosas se modifica a tal velocidad que una vez publicado el libro, difícilmente podría aceptar su autoría como genuinamente propia.

Acerca de lo que sí podría escribir, difícilmente tendría lectores.

Nunca se ha publicado tanto como ahora. Y el contraste, entre las montañas de papeles publicados –con todas sus rimbombantes palabras y sus pretenciosas teorías- y la realidad cotidiana que estamos construyendo al tiempo que toda esa pila de vanidades se publica- es grotesco. Repulsivo.
La voluntad y la fuerza que ponemos en envenenar y destruir los recursos del planeta, en competir salvajemente con el prójimo, en dominar, oprimir y manipular a todo el que puede resultar una víctima propicia de nuestro omnímodo instinto depredador, es relativamente proporcional a la ingente montaña de libros que aparecen cada día.

¿Qué sentido tiene todo esto?
¿Qué sentido tiene frente a la realidad cotidiana de lo que hacemos y somos?
Ese fue el pensamiento que cayó sobre mí como un relámpago. Y súbitamente, perdí completamente el interés por los libros. Por cualquier libro. Y por el contrario, sentí una extraña sensación de repugnancia ante la ingente maraña de automatismos, repeticiones y existencia adocenada que todos esos millones de páginas reflejan.

El conteo final ha comenzado hace ya tiempo.
Y esta civilización, como tantas otras Sodomas a lo largo de la historia innumerable, continuará chapoteando entre sus propias secreciones, veleidades e ilusiones, hasta el fin.


Manuel Gerardo Monasterio
Buenos Aires, a las 15.45 del 26 de Diciembre de 2007

 

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