Publicado en Foro Planetario el 1/4/2005
El derruído panteón de las vidriosas luminarias de la filosofía occidental continúa arrojando oscuridades que son retomadas, aquí y allá, por los exégetas modernos, que parecen no darse cuenta de la espantosa catástrofe psicológica y moral que ha caído sobre ellos.
Es Nietzsche proclamando la muerte de dios, mientras las espiroquetas del Treponema pallidum se lo estaban comiendo, en realidad, a él mismo.
Es Michael Foucault pregonando –como no podía ser de otra manera- la muerte del hombre, para culminar toda una vida de disección etimológicamente luciferina de la realidad occidental, adquiriendo el HIV en los baños homosexuales de San Francisco, mientras encaraba su última investigación en el arte de infligir y recibir dolor, y su nuevo hallazgo de los placeres y agonías de las prácticas sadomasoquistas...
Es también el maestro del alambicamiento intelectual más exquisito, que fue Gilles Deleuze, desesperado en medio del laberinto por él mismo inventado, suicidándose al arrojarse por una ventana.
Es la cumbre del pensamiento marxista contemporáneo, Louis Althusser, internado en neuropsiquiátricos periódicamente y finalmente asesinando por extrangulación a su mujer.
Es la afasia de Jacques Lacan –cuyo ingreso en sus escritos jamás podremos determinar-, que en un ultérrimo acto de lucidez sugiere que se queme todo lo que ha escrito porque no sirve para nada.
Es Schopenhauer, cuyo acierto más perdurable fue beber en la fuente luminosa de los Upanishads.
Es Martin Heidegger, encontrando lo mejor que se habrá de encontrar en su obra, en el Budismo Zen.
Mientras tanto, Shankaracharya sonríe hieráticamente, al tiempo que su verbo perdurable continúa resonando como un acorde majestuoso en el concierto incomparable de la India milenaria.
Es la claridad omniabarcante del pensamiento de Vivekananda.
Es la presencia todavía luminosa del maravilloso sabio analfabeto Ramakrishna.
Es la paz indescriptible del conocimiento papable en su propio cuerpo del santo del Arunachala, Ramana Maharshi.
Son Aurobindo, Nityananda, Sidharameshwar, Nisargadatta, Ranjit, Ananda Ma...
¿Debemos continuar?
Es la dulzura de la realización espiritual incomparable de Neem Karoli Baba, transformando al hermoso Richard Alpert y convirtiéndolo en Ram Dass.
Son Babaji, Lahiri Mahasaya, Yukteswar y Yogananda con su mensaje resplandeciente.
Es el océano de la gracia de Chaitanya.
Y es también Srila Prabhupada, enseñándonos a los hombres a dejar de insistir en comportarnos como perros.
Es Nagarjuna. Es Valmiki. Es Kapila.
Es Gautama, el Buda, abrazando al planeta con su presencia vivificante.
Son Padma Sambhava y Milarepa.
Y más allá, es Lao Tse.
Es Bodhidarma, nueve años en meditación frente a una pared, disolviendo todos sus fantasmas y entregando el espejo vacío de su mente para todos los que aspiren a reflejar de la misma prístina manera.
Es Hui Neng. Es Hakuin. Es Dogen. Es Suzuki.
Son Kodo Sawaki y Taisen Deshimaru.
Y podría seguir, y seguir, y seguir, recitando a los amorosos sabios de oriente que nos siguen iluminando, mientras aquí, del lado oscuro de la calle, continuamos insistiendo en sacarle jugo a la piedra amarga de las miserias filosóficas y morales de occidente.
Occidente, que con el mensaje del más grande de sus hombres procreó las mayores aberraciones. Occidente, que tergiversó las palabras del sublime Galileo, no se entiende cómo ni de qué manera, para convertirlas a la medida contrahecha de la más descarada confabulación que se haya conocido en la historia.
¿Podremos deponer las armas bobas de nuestra soberbia y de nuestra hipocresía?
¿Podremos deponer las armas bobas de nuestra soberbia y de nuestra hipocresía?
¿Podremos inclinarmos, humildemente, para recibir el Darshan vivificador e iluminante que nos llega, sin tregua ni pausa, desde la luz de oriente?
Entonces, quizás, iluminadas con ese Sentido y vivificadas con esa Consciencia, todas nuestras invenciones y tecnologías encuentren un sentido más allá de la destrucción de nosotros mismos y del entorno planetario.
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