El Desafío de la Nueva Era por Sivainvi (Manuel Gerardo Monasterio)
(Publicado por primera vez en 1994 en la Revista "Renacer")
Nos encontramos en un punto de inflexión decisivo de nuestra historia conocida. Tal vez lo más difícil sea observar este momento con la perspectiva adecuada.
Nuestra concepción de la realidad está tan íntimamente programada, que todo intento de ampliación produce, invariablemente, el virtual desarraigo de nuestras estructuras conceptuales preestablecidas. El dolor y la confusión resultantes son exactamente proporcionales a nuestra identificación con dichas estructuras. Buenas o malas, falsas o ciertas, nos han proporcionado una buena dosis de seguridad, real o ilusoria.
No debería sorprendernos, por lo tanto, que aquellos más identificados con la realidad impuesta por la llamada civilización occidental, se resistan combativamente a dar paso a la siguiente revolución: la ampliación de nuestra concepción de la realidad y la aceptación de las múltiples dimensiones que la integran.
¿Cuán real es lo que llamamos realidad? ¿Cuán objetiva? ¿Cuán sólida? ¿Cuán irreversible? ¿Cómo está estructurada y de qué factores depende para sustentarse? Para aportar alguna luz a estas cuestiones, voy a relatarles dos acontecimientos sumamente sugestivos.
Cuando la expedición de Magallanes llegó por primera vez a Tierra del Fuego, los “fueguinos” que habían estado completamente aislados dentro de lo que la antropología denomina “cultura de canoa”, no pudieron ver los barcos de los europeos anclados en la bahía. Un barco era algo tan ajeno a su concepción de la realidad —neurológicamente programada—, que a pesar del bulto y tamaño, los barcos les resultaron invisibles. El chamán de la tribu fue quien llamó la atención de los demás con respecto al hecho de que los extranjeros habían llegado en “algo”, y que ese “algo” estaba anclado en la bahía. (citado por Lawrence Blair en su magnífica obra “Rhythms of Vision: the changing patterns of belief” –Paladin 1975-) No es casual que el primero que logró percibir esta “aberración conceptual” haya sido el chamán, ya que por disposición y entrenamiento estaba acostumbrado a operar en una dimensión perceptiva más amplia que la de la mayoría. Los nativos no eran tontos, ni tampoco padecían de ningún trastorno escotomizante de la visión. Simplemente estaban neurogenéticamente programados para percibir ciertas cosas e ignorar completamente otras... Al igual que nosotros.
Para apoyar esto último, por si alguien tuviese dudas, pasamos a nuestro segundo hecho. En una importante universidad de los Estados Unidos, se realizó la siguiente experiencia: a un grupo de estudiantes se les mostró durante unas fracciones de segundos una secuencia fílmica en donde dos muchachos –uno blanco y el otro negro- forcejeaban en encarnizada lucha –el muchacho blanco portaba una navaja-. Cuando se pidió a los estudiantes que describieran lo que “habían visto”, la mayoría relató, no la realidad perceptual objetiva, sino aquella que estaban culturalmente programados para ver: la navaja la “vieron” en manos del muchacho negro. En conclusión: la “realidad” pareciera ser una convención establecida por nuestro sistema nervioso, que, literalmente, elige lo que habrá de percibir como real de entre una miríada de variables posibles. Así llegamos al primer enunciado o axioma de la Antroposíntesis* : Lo que llamamos realidad es sólo una de las múltiples variables de la imaginación.
Lo trágico es que nuestra imaginación se encuentra permanentemente programada por las estructuras de poder vigentes en cada época o cultura, que son las que determinan qué podemos ver, sentir o pensar, cercenando de manera mayormente arbitraria nuestro ilimitado potencial.
Las estructuras establecidas, por otra parte, poseen una enorme capacidad de absorción del descontento, como lúcidamente han señalado y demostrado varios pensadores, desde Herbert Marcuse hasta Theodore Roszak. El peligro más grave con que se enfrenta el advenimiento de una Nueva Era, precisamente, es la manipulación, digestión y asimilación de sus significados y esfuerzos por parte de la maquinaria de consumo imperante.
Cuando en algunas charlas o conferencias, se me ha pedido que dé mi opinión con respecto a la Nueva Era y sus posibilidades, mi respuesta ha producido casi invariablemente una oleada de insatisfacción Es como si necesitásemos convencemos de que la Nueva Era depende casi totalmente de factores extrahumanos..O que acaso responde exclusivamente a un ciclo planetario imposible de evitar, y que se concretará, por lo tanto, independientemente de cualquier cosa que hagamos o podamos llegar a hacer. Muchos, con gran entusiasmo, relacionan a la Nueva Era con el fin de la Kali Yuga —o Edad Negra o de Hierro—, mezclando peligrosamente los conceptos, ya que si aceptamos la noción de Kali Yuga según la Tradición Védica que la expone, debemos tener en cuenta que dicha Tradición dice que la Kali Yuga comenzó aproximadamente 3.100 años antes de Cristo, en el momento de la muerte aparente del Señor Krishna, y que su dura cien total es de 432 000 años...
Desde 1969, viviendo en los Estados Unidos, participé con intensidad en la gran explosión espiritual, emocional y mental de aquella época y lugar Y estoy absolutamente seguro de que todos los que comenzamos por ese tiempo o antes, debemos tener una opinión similar. El sistema establecido, con su ingente estructura de manipulación económica y comunicacional, tiende a absorber toda energía e impulso de transformación, modelándolo y asimilándolo a sus necesidades. La única protección contra este fenómeno de voracidad mecánica y cristalizante, es nuestra comprensión esencial de que la Nueva Era depende de ti y de mí, de lo que tú, yo y aquél hagamos cotidiana- mente para acrecer este proceso transformacional.
No niego en absoluto la posibilidad de influencias extraplanetarias u otras –muy por el contrario-, simplemente me remito al axioma que Jesús expusiera claramente: “ No podemos poner vino nuevo en vasijas vieja”'
La recepción de una Nueva Era depende de nuestra capacidad de asimilarla en nuestra vida diana. Y esto exige una enorme seriedad y una completa dedicación. Si no producimos una modificación sustancial en la índole de nuestros pensamientos y sentimientos, podemos pasarnos varias vidas leyendo libros metafísicos y participando de cursos y congresos esotéricos, y la Nueva Era no aparecerá, al menos no para nosotros!
Si caemos en una actitud expectante, esperando qué alguien nos salve, y nuestras buenas intenciones quedan siempre en el plano ideal, intelectual o dialéctico, estamos haciendo exactamente lo mismo que nuestros antecesores, y no veo cómo el resultado pueda llegar a ser diferente. Los medios que utilicemos deben ser acordes con el fin que nos propongamos. Uno de los mitos que la Nueva Era debe disolver en la práctica, es el del maquiavélico "el fin justifica los medios” Porque sabemos muy bien que los medios son idénticos al fin. No veo tampoco cómo podemos conciliar con la Nueva Era la noción de “yo me salvo porque estoy entre los elegidos, y tú te mueres porque estás entre los que se pierden” Aún en el hipotético caso de que así fuere, el asumir una actitud semejante me excluye naturalmente de esa élite.
Otra tontería que en algún momento casi todos cometemos es asumir ciertas posturas de superioridad condescendiente. En el campo de la alimentación se observa esto muy a menudo. “Como yo no ingiero carne miro a todos los que lo sí lo hacen con repugnancia y desprecio” Sería hermoso que, ya que he comprendido ciertas cosas y trato a los animales con la compasión que merecen, pudiese también aplicar un poco de misericordia para mis compañeros humanos que todavía no han vislumbrado ciertos aspectos del Milagro.
Por ultimo, nos queda el escollo más delicado, contra el que se han estrellado muchas mentes brillantes. Es lo que suelo denominar comúnmente como "Síndrome de Isis-Osiris, y se trata más o menos de lo siguiente: Después de muchas o pocas lecturas, pocos o muchos viajes y peregrinajes, cursos, terapias, charlas, más viajes, más libros y seminarios, entro en un atiborrante estado de indigestión intelectual y emocional cuyo signo más característico es la confusión conceptual y el enredo emocional, notablemente acompañados por una sensación de grandeza personal y de lástima hacia el común de los mortales que circunstancialmente me rodean.
Este estado de hiperinflación yoica con delirios mesiánicos más o menos acentuados es, ha sido y será, el mayor peligro de todas las "Nuevas Eras" pasadas y por venir. Cada uno de nosotros, silenciosamente, tiene que "desinflar su globo personal' periódicamente Nadie puede hacerlo por nosotros, y no creo que le haga falta a nadie una "Nueva Era" de orgullo, soberbia y presunción relativamente proporcionales -¿podría ser de otra manera?- con un estado de mecanicidad creciente.
La fuerza más poderosa de transformación es el ejemplo viviente de un amor manifestado en dulzura y aceptación. Y éste es el verdadero motor de la Nueva Era.
El momento de mayor confusión es el de la transición entre una época y otra. Hay un período en que forzosamente coexisten los valores anteriores con los nuevos, y las contradicciones que se producen son muy notables. Éste es, precisamente, el momento actual. Si no nos apresuramos a elaborar conclusiones impulsiva o compulsivamente, veremos que la Nueva Era, más que una teoría, o el ideal de algunos, o el sueño de otros, es en realidad una necesidad de todos. Y el impulso más grande de las especies es la necesidad. Por lo tanto, en lugar de entretenernos afilando las aristas que nos enfrentan con aquellos que poseen cosmovisiones diferentes, podríamos mejor aunar conceptos y esfuerzos en todo lo que nos es común.
Nunca he tenido problemas de comunicación con alguien que opere con una mente verdaderamente científica. Una mente genuinamente científica se inclina ante los hechos. Y en este caso los hechos son incontrovertibles.
La misma índole del crecimiento tecnológico actual obliga a una transformación radical en nuestra manera de actuar y de comunicarnos. La dicotomía entre nuestro progreso tecnológico, y las reglas de juego social que mantenemos, es increíblemente grotesca.
Sin embargo, el imperio del condicionamiento y la mecanicidad es tal, que apenas nos damos cuenta. La situación demográfica presente es única en la historia conocida. No podemos seguir siendo tantos y tratándonos tan mal. Ésta es una realidad evidente para cualquiera que no cierre sus ojos, independientemente de su formación ideológica, científica o religiosa.
Las maravillas que el ingenio humano ha desarrollado en los últimos doscientos años quedan inevitablemente deslucidas ante el uso que hacemos de ellas. Esto otorga una actualidad esclarece-dora a la frase de Nietzsche: "Cuando no hay amor, hasta las cosas mejores sólo sirven para hacernos peores".
Y si tuviéramos que definir una sola necesidad de la época, más que nunca antes, es esa: Amor.
No es el amor que hemos conocido, ése que navega las páginas de nuestros libros e idearios, sino algo Nuevo. Hay un viejo axioma de la biología que adquiere en este contexto una preeminencia esencial: la necesidad crea el órgano.
Y estoy seguro de que está apareciendo en nosotros un órgano nuevo: el del Amor. Tal vez se trate de una zona del cerebro que ha
permanecido inactiva por milenios. Y que ahora despierta, activándose neuroquímicamente, secretando insospechados neuropéptidos que otorgarán, en el plano físico, la base orgánica para la manifestación de una energía que transformará el planeta. Pasando fundamentalmente por el hombre, que es —por mucho que intente soslayarse— el agente primario de la conciencia transformadora planetaria.
Pierre Teilhard de Chardin, geobiólogo y paleontólogo célebre, descubrió, desde su perspectiva científica, el mismo panorama deslumbrante en el seno mismo de la materia. Un torbellino ascendente hacia la luz, que él, como sacerdote católico, interpretó como un proceso universal de Cristificación: el Punto Omega del Amor-omniabarcante.
Los metafísicos y científicos coinciden ahora plenamente en el tema fundamental: no existe separación en el universo.
El error primario, tanto metafísico como científico, es el de considerarnos como entidades separadas. Esta noción —y solamente esta noción— es la raíz de toda oscuridad y dolor. La comprensión de la Unicidad esencial de todo, es lo único que puede ayudarnos a superar la crisis actual. La ciencia más elevada ha comprendido que la vida es una compleja red de interrelaciones que se extiende hacia el infinito. Teilhard observa el PhilIum humano como una gigantesca unidad, un cuerpo indivisible que avanza —en creciente conscientización—hacia la fusión con el Cristo Cósmico.
Desde el punto de vista Real, tú, yo y el otro, no son más que fantasías de una identificación errónea como aquello que carece en absoluto de substancia. Sólo hay Uno, reflejándose en espejos interminables.
La Nueva Era representa el Despertar al luminoso juego de la Vida. Pero para despertar es indispensable abandonar la pesadilla, con todas sus absurdas leyes de miserias, divisiones y carencias.
La Nueva Era no puede ser solamente una serie de preceptos más o menos morales, y unos agradables enunciados higiénico— dietéticos para ser repetidos a manera de exorcismos contra los males del mundo moderno. Ni tampoco puede ser sólo un montón de clichés en forma de nuevas costumbres con olor a tarot, arroz integral y sahumerio. Si este desafío esencial no es asumido con toda la energía que requiere, podemos terminar cambiando el gimnasio, la sauna y la manicura, por las clases de Shiatzu, el curso de medicina natural y el seminario de meditación trascendental. Es decir, no porque consideremos estas disciplinas como parte de nuestro genuino y auto-consciente desarrollo, sino porque en realidad estamos aburridos de lo convencional y todo lo relacionado con la “Nueva Era” nos resulta muy “chic y está de onda”. Les pido perdón si resulto irreverente, pero el viejo sistema es capaz de devorarse y digerir megatoneladas de bellos ideales y buenas intenciones.
Para que la Nueva Era no termine convirtiéndose por completo en una opción más entre los distintos shoppings del consumismo mundial, tú y yo tenemos que estar Despiertos. Aquí y ahora. Amorosamente Despiertos en nuestra cotidianeidad inmediata.
Amorosamente lúcidos en nuestra vida diaria. No solamente en el momento de la lectura inspirada, la meditación o el curso metafísico. Sino Aquí y Ahora. Con tu mujer y tus hijos, con tus vecinos y colegas. Hablando si es necesario. O silenciosamente. Sobre todo con gran paciencia. Con la infinita ternura que es nuestro derecho esencial. Y que tanta falta está haciendo en este mundo donde tal vez haya demasiadas teorías, demasiado conocimiento, demasiadas palabras.
Pacientemente. Sin prisa ni pausa. Emitiendo ininterrumpidamente la frecuencia esencial de la Presencia. Con Amor palpable y viviente. Con frágil, y firme, y delicado Amor, que habrá de transformar nuestro cuerpo, haciéndolo receptivo y perceptivo al maravilloso Amor que lo impregna todo.
La Nueva Era depende de nuestra capacidad de plasmarla con hechos en la vida cotidiana. Con hechos, no sólo con palabras. Ese es nuestro compromiso y nuestro desafío esencial.
Sivainvi (Manuel Gerardo Monasterio)
* Modelo conceptual abierto diseñado a partir de 1990 por el autor de este artículo, basado en la integración de la ciencia occidental con la Tradición esotérica
Nuestra concepción de la realidad está tan íntimamente programada, que todo intento de ampliación produce, invariablemente, el virtual desarraigo de nuestras estructuras conceptuales preestablecidas. El dolor y la confusión resultantes son exactamente proporcionales a nuestra identificación con dichas estructuras. Buenas o malas, falsas o ciertas, nos han proporcionado una buena dosis de seguridad, real o ilusoria.
No debería sorprendernos, por lo tanto, que aquellos más identificados con la realidad impuesta por la llamada civilización occidental, se resistan combativamente a dar paso a la siguiente revolución: la ampliación de nuestra concepción de la realidad y la aceptación de las múltiples dimensiones que la integran.
¿Cuán real es lo que llamamos realidad? ¿Cuán objetiva? ¿Cuán sólida? ¿Cuán irreversible? ¿Cómo está estructurada y de qué factores depende para sustentarse? Para aportar alguna luz a estas cuestiones, voy a relatarles dos acontecimientos sumamente sugestivos.
Cuando la expedición de Magallanes llegó por primera vez a Tierra del Fuego, los “fueguinos” que habían estado completamente aislados dentro de lo que la antropología denomina “cultura de canoa”, no pudieron ver los barcos de los europeos anclados en la bahía. Un barco era algo tan ajeno a su concepción de la realidad —neurológicamente programada—, que a pesar del bulto y tamaño, los barcos les resultaron invisibles. El chamán de la tribu fue quien llamó la atención de los demás con respecto al hecho de que los extranjeros habían llegado en “algo”, y que ese “algo” estaba anclado en la bahía. (citado por Lawrence Blair en su magnífica obra “Rhythms of Vision: the changing patterns of belief” –Paladin 1975-) No es casual que el primero que logró percibir esta “aberración conceptual” haya sido el chamán, ya que por disposición y entrenamiento estaba acostumbrado a operar en una dimensión perceptiva más amplia que la de la mayoría. Los nativos no eran tontos, ni tampoco padecían de ningún trastorno escotomizante de la visión. Simplemente estaban neurogenéticamente programados para percibir ciertas cosas e ignorar completamente otras... Al igual que nosotros.
Para apoyar esto último, por si alguien tuviese dudas, pasamos a nuestro segundo hecho. En una importante universidad de los Estados Unidos, se realizó la siguiente experiencia: a un grupo de estudiantes se les mostró durante unas fracciones de segundos una secuencia fílmica en donde dos muchachos –uno blanco y el otro negro- forcejeaban en encarnizada lucha –el muchacho blanco portaba una navaja-. Cuando se pidió a los estudiantes que describieran lo que “habían visto”, la mayoría relató, no la realidad perceptual objetiva, sino aquella que estaban culturalmente programados para ver: la navaja la “vieron” en manos del muchacho negro. En conclusión: la “realidad” pareciera ser una convención establecida por nuestro sistema nervioso, que, literalmente, elige lo que habrá de percibir como real de entre una miríada de variables posibles. Así llegamos al primer enunciado o axioma de la Antroposíntesis* : Lo que llamamos realidad es sólo una de las múltiples variables de la imaginación.
Lo trágico es que nuestra imaginación se encuentra permanentemente programada por las estructuras de poder vigentes en cada época o cultura, que son las que determinan qué podemos ver, sentir o pensar, cercenando de manera mayormente arbitraria nuestro ilimitado potencial.
Las estructuras establecidas, por otra parte, poseen una enorme capacidad de absorción del descontento, como lúcidamente han señalado y demostrado varios pensadores, desde Herbert Marcuse hasta Theodore Roszak. El peligro más grave con que se enfrenta el advenimiento de una Nueva Era, precisamente, es la manipulación, digestión y asimilación de sus significados y esfuerzos por parte de la maquinaria de consumo imperante.
Cuando en algunas charlas o conferencias, se me ha pedido que dé mi opinión con respecto a la Nueva Era y sus posibilidades, mi respuesta ha producido casi invariablemente una oleada de insatisfacción Es como si necesitásemos convencemos de que la Nueva Era depende casi totalmente de factores extrahumanos..O que acaso responde exclusivamente a un ciclo planetario imposible de evitar, y que se concretará, por lo tanto, independientemente de cualquier cosa que hagamos o podamos llegar a hacer. Muchos, con gran entusiasmo, relacionan a la Nueva Era con el fin de la Kali Yuga —o Edad Negra o de Hierro—, mezclando peligrosamente los conceptos, ya que si aceptamos la noción de Kali Yuga según la Tradición Védica que la expone, debemos tener en cuenta que dicha Tradición dice que la Kali Yuga comenzó aproximadamente 3.100 años antes de Cristo, en el momento de la muerte aparente del Señor Krishna, y que su dura cien total es de 432 000 años...
Desde 1969, viviendo en los Estados Unidos, participé con intensidad en la gran explosión espiritual, emocional y mental de aquella época y lugar Y estoy absolutamente seguro de que todos los que comenzamos por ese tiempo o antes, debemos tener una opinión similar. El sistema establecido, con su ingente estructura de manipulación económica y comunicacional, tiende a absorber toda energía e impulso de transformación, modelándolo y asimilándolo a sus necesidades. La única protección contra este fenómeno de voracidad mecánica y cristalizante, es nuestra comprensión esencial de que la Nueva Era depende de ti y de mí, de lo que tú, yo y aquél hagamos cotidiana- mente para acrecer este proceso transformacional.
No niego en absoluto la posibilidad de influencias extraplanetarias u otras –muy por el contrario-, simplemente me remito al axioma que Jesús expusiera claramente: “ No podemos poner vino nuevo en vasijas vieja”'
La recepción de una Nueva Era depende de nuestra capacidad de asimilarla en nuestra vida diana. Y esto exige una enorme seriedad y una completa dedicación. Si no producimos una modificación sustancial en la índole de nuestros pensamientos y sentimientos, podemos pasarnos varias vidas leyendo libros metafísicos y participando de cursos y congresos esotéricos, y la Nueva Era no aparecerá, al menos no para nosotros!
Si caemos en una actitud expectante, esperando qué alguien nos salve, y nuestras buenas intenciones quedan siempre en el plano ideal, intelectual o dialéctico, estamos haciendo exactamente lo mismo que nuestros antecesores, y no veo cómo el resultado pueda llegar a ser diferente. Los medios que utilicemos deben ser acordes con el fin que nos propongamos. Uno de los mitos que la Nueva Era debe disolver en la práctica, es el del maquiavélico "el fin justifica los medios” Porque sabemos muy bien que los medios son idénticos al fin. No veo tampoco cómo podemos conciliar con la Nueva Era la noción de “yo me salvo porque estoy entre los elegidos, y tú te mueres porque estás entre los que se pierden” Aún en el hipotético caso de que así fuere, el asumir una actitud semejante me excluye naturalmente de esa élite.
Otra tontería que en algún momento casi todos cometemos es asumir ciertas posturas de superioridad condescendiente. En el campo de la alimentación se observa esto muy a menudo. “Como yo no ingiero carne miro a todos los que lo sí lo hacen con repugnancia y desprecio” Sería hermoso que, ya que he comprendido ciertas cosas y trato a los animales con la compasión que merecen, pudiese también aplicar un poco de misericordia para mis compañeros humanos que todavía no han vislumbrado ciertos aspectos del Milagro.
Por ultimo, nos queda el escollo más delicado, contra el que se han estrellado muchas mentes brillantes. Es lo que suelo denominar comúnmente como "Síndrome de Isis-Osiris, y se trata más o menos de lo siguiente: Después de muchas o pocas lecturas, pocos o muchos viajes y peregrinajes, cursos, terapias, charlas, más viajes, más libros y seminarios, entro en un atiborrante estado de indigestión intelectual y emocional cuyo signo más característico es la confusión conceptual y el enredo emocional, notablemente acompañados por una sensación de grandeza personal y de lástima hacia el común de los mortales que circunstancialmente me rodean.
Este estado de hiperinflación yoica con delirios mesiánicos más o menos acentuados es, ha sido y será, el mayor peligro de todas las "Nuevas Eras" pasadas y por venir. Cada uno de nosotros, silenciosamente, tiene que "desinflar su globo personal' periódicamente Nadie puede hacerlo por nosotros, y no creo que le haga falta a nadie una "Nueva Era" de orgullo, soberbia y presunción relativamente proporcionales -¿podría ser de otra manera?- con un estado de mecanicidad creciente.
La fuerza más poderosa de transformación es el ejemplo viviente de un amor manifestado en dulzura y aceptación. Y éste es el verdadero motor de la Nueva Era.
El momento de mayor confusión es el de la transición entre una época y otra. Hay un período en que forzosamente coexisten los valores anteriores con los nuevos, y las contradicciones que se producen son muy notables. Éste es, precisamente, el momento actual. Si no nos apresuramos a elaborar conclusiones impulsiva o compulsivamente, veremos que la Nueva Era, más que una teoría, o el ideal de algunos, o el sueño de otros, es en realidad una necesidad de todos. Y el impulso más grande de las especies es la necesidad. Por lo tanto, en lugar de entretenernos afilando las aristas que nos enfrentan con aquellos que poseen cosmovisiones diferentes, podríamos mejor aunar conceptos y esfuerzos en todo lo que nos es común.
Nunca he tenido problemas de comunicación con alguien que opere con una mente verdaderamente científica. Una mente genuinamente científica se inclina ante los hechos. Y en este caso los hechos son incontrovertibles.
La misma índole del crecimiento tecnológico actual obliga a una transformación radical en nuestra manera de actuar y de comunicarnos. La dicotomía entre nuestro progreso tecnológico, y las reglas de juego social que mantenemos, es increíblemente grotesca.
Sin embargo, el imperio del condicionamiento y la mecanicidad es tal, que apenas nos damos cuenta. La situación demográfica presente es única en la historia conocida. No podemos seguir siendo tantos y tratándonos tan mal. Ésta es una realidad evidente para cualquiera que no cierre sus ojos, independientemente de su formación ideológica, científica o religiosa.
Las maravillas que el ingenio humano ha desarrollado en los últimos doscientos años quedan inevitablemente deslucidas ante el uso que hacemos de ellas. Esto otorga una actualidad esclarece-dora a la frase de Nietzsche: "Cuando no hay amor, hasta las cosas mejores sólo sirven para hacernos peores".
Y si tuviéramos que definir una sola necesidad de la época, más que nunca antes, es esa: Amor.
No es el amor que hemos conocido, ése que navega las páginas de nuestros libros e idearios, sino algo Nuevo. Hay un viejo axioma de la biología que adquiere en este contexto una preeminencia esencial: la necesidad crea el órgano.
Y estoy seguro de que está apareciendo en nosotros un órgano nuevo: el del Amor. Tal vez se trate de una zona del cerebro que ha
permanecido inactiva por milenios. Y que ahora despierta, activándose neuroquímicamente, secretando insospechados neuropéptidos que otorgarán, en el plano físico, la base orgánica para la manifestación de una energía que transformará el planeta. Pasando fundamentalmente por el hombre, que es —por mucho que intente soslayarse— el agente primario de la conciencia transformadora planetaria.
Pierre Teilhard de Chardin, geobiólogo y paleontólogo célebre, descubrió, desde su perspectiva científica, el mismo panorama deslumbrante en el seno mismo de la materia. Un torbellino ascendente hacia la luz, que él, como sacerdote católico, interpretó como un proceso universal de Cristificación: el Punto Omega del Amor-omniabarcante.
Los metafísicos y científicos coinciden ahora plenamente en el tema fundamental: no existe separación en el universo.
El error primario, tanto metafísico como científico, es el de considerarnos como entidades separadas. Esta noción —y solamente esta noción— es la raíz de toda oscuridad y dolor. La comprensión de la Unicidad esencial de todo, es lo único que puede ayudarnos a superar la crisis actual. La ciencia más elevada ha comprendido que la vida es una compleja red de interrelaciones que se extiende hacia el infinito. Teilhard observa el PhilIum humano como una gigantesca unidad, un cuerpo indivisible que avanza —en creciente conscientización—hacia la fusión con el Cristo Cósmico.
Desde el punto de vista Real, tú, yo y el otro, no son más que fantasías de una identificación errónea como aquello que carece en absoluto de substancia. Sólo hay Uno, reflejándose en espejos interminables.
La Nueva Era representa el Despertar al luminoso juego de la Vida. Pero para despertar es indispensable abandonar la pesadilla, con todas sus absurdas leyes de miserias, divisiones y carencias.
La Nueva Era no puede ser solamente una serie de preceptos más o menos morales, y unos agradables enunciados higiénico— dietéticos para ser repetidos a manera de exorcismos contra los males del mundo moderno. Ni tampoco puede ser sólo un montón de clichés en forma de nuevas costumbres con olor a tarot, arroz integral y sahumerio. Si este desafío esencial no es asumido con toda la energía que requiere, podemos terminar cambiando el gimnasio, la sauna y la manicura, por las clases de Shiatzu, el curso de medicina natural y el seminario de meditación trascendental. Es decir, no porque consideremos estas disciplinas como parte de nuestro genuino y auto-consciente desarrollo, sino porque en realidad estamos aburridos de lo convencional y todo lo relacionado con la “Nueva Era” nos resulta muy “chic y está de onda”. Les pido perdón si resulto irreverente, pero el viejo sistema es capaz de devorarse y digerir megatoneladas de bellos ideales y buenas intenciones.
Para que la Nueva Era no termine convirtiéndose por completo en una opción más entre los distintos shoppings del consumismo mundial, tú y yo tenemos que estar Despiertos. Aquí y ahora. Amorosamente Despiertos en nuestra cotidianeidad inmediata.
Amorosamente lúcidos en nuestra vida diaria. No solamente en el momento de la lectura inspirada, la meditación o el curso metafísico. Sino Aquí y Ahora. Con tu mujer y tus hijos, con tus vecinos y colegas. Hablando si es necesario. O silenciosamente. Sobre todo con gran paciencia. Con la infinita ternura que es nuestro derecho esencial. Y que tanta falta está haciendo en este mundo donde tal vez haya demasiadas teorías, demasiado conocimiento, demasiadas palabras.
Pacientemente. Sin prisa ni pausa. Emitiendo ininterrumpidamente la frecuencia esencial de la Presencia. Con Amor palpable y viviente. Con frágil, y firme, y delicado Amor, que habrá de transformar nuestro cuerpo, haciéndolo receptivo y perceptivo al maravilloso Amor que lo impregna todo.
La Nueva Era depende de nuestra capacidad de plasmarla con hechos en la vida cotidiana. Con hechos, no sólo con palabras. Ese es nuestro compromiso y nuestro desafío esencial.
Sivainvi (Manuel Gerardo Monasterio)
* Modelo conceptual abierto diseñado a partir de 1990 por el autor de este artículo, basado en la integración de la ciencia occidental con la Tradición esotérica
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