9.5.10

Viendo lo que pasa día a día en Argentina-y en el mundo-uno se pregunta si es un estado de locura colectiva o si se trata de una inconmensurable “mamúa” globalizada.

Sin embargo, la historia nos enseña a no hacernos ilusiones al respecto: esta no es una época particularmente especial en ese sentido. Ya Goethe decía a principios del Siglo XIX –y hay antecedentes muchísimo más antiguos- que “considerada desde las alturas de la razón toda vida parece una enfermedad maligna y el mundo un manicomio”.

A esta altura de la “soirée” parece que tengo el dudoso privilegio de ser el único que escribe en contra de la aprobación del matrimonio gay desde una perspectiva que no defiende intereses de las religiones organizadas.

Debo confesar que los “razonamientos”, tanto a favor como en contra de la ley, me resultan bastante inquietantes.

Hay un diputado riojano –José Luis González- que está en contra…Pero cuando aduce sus “razones”, uno comprende por qué la causa contraria a la aprobación de la ley a favor del matrimonio gay, lleva todas las de perder.

Dice el señor José Luis González, literalmente:

Las personas homosexuales son enfermos a los que hay que buscarle un sanatorio especial para tratarlos de la cabeza”

y luego: "Tengo un gran respeto por esta gente, pero estoy convencido de que esta gente tiene un problema psicológico que hay que tratarlo para que ellos sepan que Dios les dio un sexo para que lo utilicen y no para que no lo quieran reconocer

y aún más adelante: “Estoy en contra de esta decisión que tomó la Cámara de Diputados porque creo que los argentinos tenemos un concepto de que el que es hombre es hombre y el que es mujer, es mujer”

Con este tipo de comentarios, no sorprende que la causa a favor del matrimonio gay haya avanzado tanto. Si estos trogloditas son lo único que nos queda a los que estamos en contra, estamos bien fregados por cierto!

Los comentarios que se escucharon en la cámara de diputados que terminó sancionando a favor de la ley, no son más tranquilizantes:

Algunos diputados, junto con muchos manifestantes, gritaban: “Igualdad, igualdad, igualdad”.

Dejando de lado los tétricos ecos reminiscentes de la revolución francesa, cabría preguntar una vez más: ¿Por qué se insiste con esta palabra? No puede haber igualdad a secas, entre disímiles tan evidentes.

¿Todavía hay quien duda de que no puede hablarse de igualdad?

A los varones heterosexuales que aún no se han dado cuenta de que no es “igual”, me permito sugerirles que comiencen a probar el lado pasivo de la penetración anal. A lo mejor, finalmente se dan cuenta que sí existen diferencias. Pido disculpas por el comentario, pero no queda más remedio que ser muy explícito.

A ver, hago la salvedad que no estoy, en lo personal, ni a favor ni en contra de ninguna práctica, simplemente aseguro que no podemos hablar de "igualdad" y deberíamos hablar de “equidad”, que no es lo mismo. Y es equidad lo que los homosexuales merecen, no igualdad, por cuanto NO SON IGUALES.

Espero haber sido claro, finalmente.

Pero volvamos al honorable recinto de la excelsa camara de diputados de la republica Argentina –ni tan republica ni tan plateada como lo pretende su nombre-:

Mientras otro grupo de manifestantes voceaba, ya envalentonado: “documentos legales para travestis y transexuales”, la diputada Satragno (la famosa Pinki) comentaba acerca “del sufrimiento de tantos actores y actrices discriminados por su orientación sexual” coronando su extrapolado comentario con un absolutamente magnífico gesto de idiotez neurobiológica, casi inverosímil: “Gobernar es hacer feliz a la gente”.

Y digo yo, ¿por qué no hacemos también felices a los pedófilos? ¿Por qué ensañarse con todos ellos de manera salvaje e indiscriminada como lo hacemos?

¿Acaso todos los pedófilos son iguales?

Los hay muy finos, muy cuidadosos, que preparan a los niños y niñas con mucha ternura –al estilo Lewis Carroll, exquisito pedófilo célebre, para los que no lo sabían-. Que lo hacen con el “consentimiento” de las criaturas y sin “lastimarlas”…

Quisiera que alguien me explique ¿por qué ese grupo selecto de sofisticados estetas debería quedar afuera de la fiesta de la democracia y de la libertad?

¿Es que sus derechos no cuentan?

¿Deben ellos ser castigados por ser diferentes?

¿Qué culpa tienen ellos de que "Dios los haya hecho de esa manera"?

Estimados lectores, déjenme recordarles que hubo épocas en que las prácticas pedófilicas eran completamente aceptables.

Y lamento tener que citar a Lacan -pero cuando cabe, cabe-, cuando decía con mucho tino, que los seres humanos no nacemos sabiendo qué desear. El objeto de deseo es una construcción cultural, no está DADO según una naturaleza ya establecida. Se fabrica.

La pregunta, por lo tanto es: ¿qué deseamos “fabricar” para las generaciones futuras?

Para aquellos a quienes mi postura todavía no les queda clara, déjenme decirles que, como biologista, no tengo ningún preconcepto moral al respecto. No se trata de eso.

Pero volviendo a lo ocurrido en la cámara baja, no es posible dejar de citar al benemérito Adolfo Rodriguez Saá, quien ante el discurso del diputado Cucovillo se sintió “conmovido y se quedó pensando…”

Sensiblería, sentimentalismo barato y las necesidades de las próximas campañas, han sido decisivas a la hora de votar a favor de esta ley.

Pero nadie se atreve -¿lo sabrán?-a decir de qué se trata realmente todo esto.

Toda la discusión puede ser explicada –como no podría ser de otra manera- desde la perspectiva del maestro Foucault.

No se trata de derechos –la ley de unión civil y todas sus posibles ampliaciones ya los cubrían.

PODER. Nada más, nada menos.

Los homosexuales han conseguido el poder suficiente para modelar de manera decisiva a la sociedad. Y lo están haciendo muy eficientemente. Y continuaran haciéndolos de la manera que les plazca porque cada día tendrán más poder.

No se puede legislar motivado por sentimientos, preferencias sociales o supuestas “reivindicaciones” de pasado sufrimientos. Se debe legislar teniendo en cuenta el bien mayor. Y no se puede hacer esto cabalmente sin contemplar hechos elementales. Cuando lo que es excepcional es tratado como lo habitual, las excepciones terminan convirtiéndose en norma.

Los pueblos se corrompen con gran facilidad. Lo que es práctica común para minorías, o incluso para grupos selectos de intelectuales, no puede ser trasladado a la población común sin que esto implique graves perjuicios sociales.

Estamos en medio de un desmadre generalizado, donde la biblia se mezcla con el calefón, donde los patanes juegan de legisladores mientras la población general yace amodorrada por el fútbol y la televisión.

Mañana, cuando venga la adopción para homosexuales, los matrimonios “normales” que están hoy en lista de espera, sufriendo la morosidad de un sistema poco operativo, verán aun más perjudicada su posición.

Y cuando todas las consecuencias de este despropósito comiencen a dar su amargo fruto, habrá quienes recordaremos a la abúlica mayoría –que siempre se lamenta cuando ya es tarde- que algunos tuvimos el coraje de decir: “No”.


Manuel Gerardo Monasterio, Walden, Valle de Punilla, a las 15:55

 

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