11.9.07

"Donde la corrupción es una virtud, ser honesto es una desgracia”
Manuel Gerardo Monasterio y José Alberto Alfonsi en “Bases para un Nuevo Modelo de Nación"


En 1988 publicamos con J.A.Alfonsi, “Bases para un Nuevo Modelo de Nación”, cuya repercusión en el ambiente político “sólo” mereció la aprobación de Don Arturo Frondizi, quien a partir de aquel momento nos honró con su amistad y su apoyo, reforzando en nosotros el amor por el país, que podría haber encontrado un cauce más fecundo tanto en el caso de él, como en el de nosotros, sus discípulos.*(ver al final reproducción de la carta personal y autógrafa del Dr. Frondizi)

Decir que Argentina es un “país difícil”, es no decir nada. Todos los países son “difíciles”, porque la existencia humana siempre ha sido compleja, y más que compleja, complicada. Mayormente, por nuestra manera de ordenar –o desordenar- a nivel individual y social, ese atributo primordial y definitivo del ser humano, que es la obligación de elegir. Una capacidad de elección cuya extensión supera de manera radical y significante la de todos los demás mamíferos. En esa posibilidad de libertad radica el ser-hombre. Tal es el equívoco estigma que nos separa del mundo orgánico que conocemos.

En el universo no hay moral. La moral es una prerrogativa y una necesidad puramente humana. Y no podemos renunciar a construir nuestra moral. Nadie puede hacerlo por nosotros. Muchísimo menos la “naturaleza”, que no parece sentirse inclinada hacia ello en ninguno de sus aspectos.

Y es aquí donde las dificultades de Argentina adquieren un perfil particular y legendario.

Permítanme aclarar sin más dilación lo que entiendo por moral en este contexto, porque es muy simple, me refiero específicamente a los “usos y costumbres”.Son los usos y costumbres que hemos establecido como sociedad y que continuamos refrendando de una u otra manera con nuestro existir y hacer cotidiano, lo que hacen que Argentina sea, digámoslo de una vez, especialmente difícil.

Las comparaciones, aún más que odiosas, son imposibles. Las variables en juego son tan desemejantes -trasfondo genético racial, idioma, tradiciones culturales y religiosas, tipo de inmigración...- que no es posible comparar más que a “grosso modo”.

Dada la diversidad de factores en juego, a lo que me refiero es a una cierta “calidad de vida”. Pero ni aún esto puede ser analizado de una manera que resulte un concepto estable para todos los climas y latitudes.

¿Qué aspectos entrarían en juego para juzgar esta “calidad de vida”?
Otra vez, las variables son demasiadas como para poder ir más allá de vaguedades. Por un lado tenemos los productos, beneficios y “clima social general” accesibles a la gente, y por otro tenemos la diversidad humana de esa gente que difruta de todo aquello. Pero aún aquí, debemos intentar ser más precisos, porque aquellos “productos, beneficios y clima social general” son a su vez dependientes de la actividad y las elecciones cotidianas –a inmediato, mediano y largo plazo- que realiza la gente.

¿Qué podríamos entender, entonces, por “calidad de vida”?

Depende de cada grupo social específico.Y tampoco puede pretenderse que esa “calidad de vida” represente un concepto más preciso que lo que describe. Es, finalmente, una suerte de “sensación” que se establece en la gente a lo largo del día, de las semanas, de los meses y de los años.

Las sensaciones de “calidad de vida” difieren entre sí como lo hacen los distintos pueblos y culturas.Las expectativas al respecto, de un nativo ecuatoriano no son las mismas que las de un ciudadano alemán.El nativo de la selva de Ecuador –que dicho de paso, jamás se habrá planteado así tal cual el tema de “calidad de vida” porque este es, para empezar, un constructo de la civilización- necesitará para sentirse “más o menos bien” –finalmente hemos dado con una definición más concreta de “ calidad de vida”!-: acceso a sus lugares de caza, recolección y cultivo así como a cursos de agua potable; la posibilidad de poder continuar con las tradiciones de sus ancestros y un lugar más o menos protegido de las catástrofes naturales inevitables.

Es evidente que las necesidades del alemán, son más complejas –no por ello, ni mejores ni peores-.

En una palabra, son incomparables, salvo en la sensación más o menos continua que el alemán o el nativo ecuatoriano tengan a lo largo de los días, meses o años.



Me he extendido en estas disgresiones un tanto peregrinas, quizás, para ilustrar que, en general, se nos escurre la complejidad de los conceptos que utilizamos diariamente, por ejemplo, cuando decimos “calidad de vida”. Estamos diciendo mucho, pero nada en particular. La conclusión a la que quiero llegar en esta ocasión es que sólo podemos juzgar la “calidad de vida” como una “sensación”, una atmósfera psicobiológica que se percibe en un determinado ambiente social.

Pero haciendo la salvedad de tener en cuenta los distintos receptores posibles. Los seres humanos acostumbrados a la civilización pueden comparar esa “sensación”, porque participan de necesidades similares con otros “civilizados”, e igualmente le ocurre entre sí, a aquella gente que procede de comunidades nativas o “indígenas”.



Lo que me interesa es obesrvar lo que nos compete a nosotros, “ciudadanos” hijos de la civilización.



¿Cómo son las “sensaciones” de “calidad de vida” en Boston, en Madrid o en Buenos Aires?



¿Podemos comparar?Sí, podemos hacerlo.¿Cómo?Averiguando cual es la “sensación” cotidiana de “calidad de vida” que tiene un muestreo de gente lo suficientemente grande en términos estadísticos, tomada al azar, teniendo en cuenta –esto es muy importante- una cierta similitud de clases. Es fundamental, en este sentido, tener en cuenta que el muestreo más significativo será uno tomado en los llamados “sectores medios” de la población. ¿Por qué? Porque cuanto más nos vamos hacia los extremos, más iguales son las “sensaciones” de calidad de vida en todos los países. Si me acerco a los grupos humanos o sectores muy pobres de cualquier gran ciudad del mundo, la percepción de “pobre calidad de vida” se vuelve homogenea. Lo mismo ocurre con los sectores muy pudientes de cualquier ciudad del mundo. Crudamente –porque no es “tan así” en la vida real, pero sí lo suficiente- podemos decir que “la gente con mucho dinero vive muy bien en cualquier parte del mundo” y “la gente muy pobre vive muy mal en todas partes”.



Convengamos, entonces, que el sector cuya “opinión” más nos interesa a los fines que me propongo, es el de la llamada “clase media”-cualquier cosa que esto quiera decir y que en beneficio del tiempo disponible no analizaremos aqui-.



Ahora sí, podemos tener más precisiones, sin ninguna duda.

¿Cómo?

De una manera no muy científica, quizás, pero muy efectiva.Vaya uno a Boston y pregunte al azar a un número amplio de transeuntes, como es vivir en Boston, si se sienten a gusto con su ciudad, y en fin, toda una serie de preguntas que podrían ser elaboradas por un equipo de sociólogos expertos, pero no es para nada indispensable.Y así sucesivamente, con diversas ciudades hasta llegar a Buenos Aires.



¿Hay diferencias de “sensación” de calidad de vida” entre Boston, Madrid y Buenos Aires?

El ciudadano de Boston que se establece un tiempo lo suficientemente largo en Madrid, y visceversa, no notará ni remotamente las mismas diferencias en “calidad de vida” que sentiría en Buenos Aires. El tiempo, por supuesto, tiene que ser el suficiente como para comenzar a “sentirse parte de”. Los turistas, salvo que sean apaleados, robados o se intoxiquen gravemente, por su misma condición de difrute itinerante de lo exótico, la pasan más o menos bien o mal en todas partes.



¿Por qué la “sensación” de “calidad de vida” en Buenos Aires es como es?



Quien esto escribe, vivía hasta no hace mucho en las sierras del interior del país, donde residió durante aproximadamente catorce años.Cada vez que viajaba a Buenos Aires –mi ciudad natal- me encontraba con los mismos comentarios por parte de la gente:

“¿A qué viniste acá?

“¡Esto es un infierno!”

“Acá estamos todos locos”

“En esta ciudad no se puede vivir”

“Buenos Aires es un loquero imposible”

“Acá se vive muy mal, esto es un desastre”

“Qué suerte que tenés de vivir allá!”



La impresiones que recabé de estos comentarios son las siguientes:



En primer lugar, todos se quejaban en muy malos términos, de su lugar de residencia, es decir, de su "habitat", sin aporte positivo alguno, es decir, nada que incentivara a una acción tendiente a producir un cambio. En silencio, yo me preguntaba: ¿Si están tan, pero tan mal, qué les impide irse de Buenos Aires? ¿O acaso son inamovibles como árboles? De hecho, cuando comencé a sentir que mi “calidad de vida” no era la que podía tolerar allá donde vivía, volví para Buenos Aires, con todas las consecuencias –y no pocas- que ello implicó.

Y en segundo lugar, todos describían a Buenos Aires, como si ellos no perteneciesen a Buenos Aires, como si simplemente, Buenos Aires fuese algo que les “ocurría· independientemente de su voluntad, como si sólo la “sufrieran”, como si su actividad cotidiana, comenzando por esa crítica estólida e improductiva que ocupa el lugar y roba la energía para producir un genuino cambio-no tuviesen nada que ver para que Buenos Aires fuese precisamente eso que me describían....



¿Creen ustedes que eso es lo que escucharían normalmente en Boston o en Madrid?

Quien haya hecho la experiencia concreta en esas ciudades sabe que no es así.



Los problemas de Boston o Madrid son los inevitables de la condición humana. La enfermedad y la muerte, las pérdidas afectivas o los fracasos laborales o comerciales, nos acechan en todos lados. Y la mayor o menor inquietud existencial o metafísica, no se va a resolver mudándonos aquí o allá. Pero todo lo demás, aquello que sí podemos modelar y construir nosotros con nuestra capacidad humana de elegir responsablemente día a día y con visión de planificar hacia el futuro, es lo único que puede representar una diferencia.



En Argentina se vive a salto de mata.

Como mamíferos que somos, la menor o mayor “sensación” de “calidad de vida” está dada, de manera definitiva y más allá de toda discusión, por la continuidad extendida en el tiempo de una existencia cotidiana donde las variables de la convivencia social sean lo suficientemente estables. Es decir, lo que “mata” en Argentina es, esencialmente, la inestabilidad. Porque un poco de desorden, de espontaneidad, de imprevisión, resulta entretenido. Pero si es demasiado, deviene en caos y destrucción.Y en términos puramente biológicos, a esto lo llamó por primera vez Hans Selye, "Stress".



La mayor parte de los analistas han hablan de “inestabilidad” en lo económico.¿Es esto verdad?Sí que lo es.No pretendo volverme de manera completa a mi queridoTomás de Aquino, olvidando que después de él han venido Adam Smith, Ricardo, Marx, Weber y Pareto.Pero hasta aquí llega nuestra coincidencia. Porque lo que nosotros planteamos en el mencionado libro “Bases...”, es que la economía que se produzca depende de la moral que convivencialmente se establezca. ¿Verdad que parece una perogrullada?Parece mentira que luego de los maravilloso estudios realizados por un Werner Sombart, un Lewis Mumford, un Thorstein Veblen, un Alvin Gouldner o un Daniel Bell, tengamos que repetir estas verdades de a puño que son tan evidentes como que amaneció esta mañana.



Y la moral, son los usos y costumbres que establece una sociedad dada para su convivencia comunitaria.

Y hay “morales” que generan mayor “sensación” de “calidad de vida” y hay “morales” que tienden a menoscabar dicha “sensación”.



Mientras tanto, la angustia existencial y metafísica continuará en la medida de la particular percepción de cada uno. Pero seguro que la mayoría de la gente estará de acuerdo en que, con una mejor “calidad de vida” la percepción de “lo inevitable” se tolera muchísimo mejor.



Dentro de la “moral” entendida, como a los fines prácticos la he planteado, están esencialmente las obligaciones y derechos que una comunidad pacta como regla de convivencia generalizada.Más de una vez hemos dicho que, a nuestro entender, en Argentina se suelen enfatizar excesivamente los derechos en detrimento –a veces casi hasta con la tácita ausencia- de las obligaciones o deberes.



Estamos entrando en un tema vastísimo, que requeriría, mínimamente, no un artículo, sino quizás un par de volúmenes. Pero espero que el lector pueda recibir tan sólo mi invitación a repensar estos temas, que de eso se trata toda mi intención.



¿Qué son “valores”, para los argentinos?

Sobre todo aquellos “valores” que salen más allá de la esfera íntima y afectan lo social.Es aquí donde radica el núcleo –por lo menos uno de ellos, porque estamos hablando de una “célula” polinuclear- de nuestra problemática social cotidiana.



Nuestro libro “Bases para un Nuevo Modelo de Nación”, de 1988, giraba en torno al tema de la corrupción. De hecho, su objetivo ideal era servir a las generaciones jóvenes como incentivo en su búsqueda de un modelo comunitario a construir.



Pero, finalmente, ¿qué entendíamos y entendemos nosotros por "corrupción”?



Sencillamente, partimos de la concepción etimológica más elemental de dicha palabra, esto es “alterar la naturaleza de algo”.

“Alterar” significa en este contexto “hacer otro” es decir, trastocar. Pero antes que nada tenemos que ponernos de acuerdo en qué consideramos como “naturaleza” de eso de lo que estamos hablando, en este caso, del ciudadano como tal, como entidad social y comunitaria.Y es aquí donde radica el fenómeno que produce lo que genéricamente y sin análisis ni matices, llamamos vulgarmente “corrupción”. Porque más allá de todo lo que hablemos al respecto, es evidente que nuestro concepto de lo que debe ser un ciudadano, esto es, de la naturaleza dada de un ciudadano, es muy distino al que se concibe y se construye cotidianamente en Boston o en Madrid.



Si realmente tuviésemos clara una “naturaleza” del ciudadano, que no fuese la que tenemos, no podría seguir ocurriendo lo que acontece. No sería siquiera concebible. Y de hecho, el ciudadano de Boston, Madrid o Berlín, no consideraría ni siquiera como posibles actitudes que nosotros practicamos a diario. Pero sólo en razón de que su concepción de lo que es la “naturaleza” de un ciudadano, es completamente diferente a la nuestra.



Entonces, llegamos al final de este artículo, por lo menos, al final de la meditación que propongo.
Nosotros no tenemos, en realidad, un genuino problema de “corrupción”, en el sentido que todavía no hemos llegado a concebir la “naturaleza” de lo que es un ciudadano en términos semejantes a los de aquellas ciudades.

Para hablar de “corrupción· tendríamos que tener incorporada una “naturaleza” distinta de lo que consideramos la “naturaleza” de un ciudadano.

Por lo tanto, seguimos tolerando lo que toleramos, porque a pesar de todo nuestro discurso, sigue siendo nuestro concepto de lo “normal”. De lo contrario, nos resultaría instantáneamente intolerable y las cosas comenzarían a cambiar de inmediato, aquí y ahora. No en el proyecto, en lo sueños o en las promesas de escritores, artistas o políticos con necesidades eleccionarias.



No podemos quejarnos de la falta de responsabilidad de los políticos y funcionarios, es decir, no podemos quejarnos con autoridad, si no tenemos conciencia práctica de nuestra responsabilidad personal. Esperar que “ellos cambien” sin la participación activa que implica nuestro propio cambio, es como pararse frente a una huerta donde todavía no se ha plantado nada y esperar que los frutos y hortalizas comiencen a surgir por sí solos. Hay que arremangarse, preparar la tierra, poner la semillas y, FUNDAMENTALMENTE, regarlas todos los días.

Dejo librada a la capacidad asociativa del lector la tarea de equiparar la metáfora con nuestra existencia social cotidiana.



Manuel Gerardo Monasterio

Ciudad de Buenos Aires,11/9/2007



 

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