27.12.13

Me ha hecho usted pensar
-lo cual ya es un milagro -
acerca del infundio irreverente
en el que nado desde hace veintisiete,
veintisiete mil años.
Puede que tenga usted razón,
debo estar más negro
que las aves del cuadro de Van Gogh.
Negro como un canguro calcinado
que no deja de brincar,
con su bolsa llena de cuervos.
La mucha claridad es perniciosa,
acaba por cegar.
Pero todo es una historia larga,
larga, larga, como una sola sombra larga
-no creo que recuerde aquel nocturno-
No se inquiete, no veo qué provecho
pueda usted sacar de aquel nocturno
viejo y triste que Asunción escribió
de inocente calentura una noche
toda llena de murmullos y de lágrimas,
a su hermana, una lánguida
y muerta jovencita colombiana.
Yo no sé de qué trata todo esto.
Y la esclerosis avanza.
No tengo más ideas.
Sepulté las últimas serpientes
cuando el primer trozo de niño ametrallado
se me incrustó en la frente.
Y luego fue el parietal gastado
de la vieja patética que dos muchachos
borrachos levantaron por el aire
una madrugada cualquiera.
Lo tengo alojado desde entonces
en el lóbulo frontal, "inoperable",
según dicen los expertos,
podría quedar irreversiblemente cuerdo.
Soy un herido de guerra,
o más bien desaparecido en acción.
Hace años que busco el cuerpo
y sólo encuentro mi cabeza,
increíblemente vacía y completamente abierta.
Yo me nutro de cosas sensatas y evidentes
y he caído ya de todas las cornisas.
Pero admito que puede haberse dañado mi cerebro
una noche memorable, cuando caminando
desde el Bronx hasta la Quinta avenida
aspiré sin darme cuenta cinco kilos de cocaína,
que, no lo va a creer, flotaban por el aire.
Si soy poeta negro no lo sé,
no puedo andar tras la neblina
¿Qué quiere usted de mí?
Si cada vez que hago el amor
me parece estar andando sobre ruinas
y no entiendo ese deporte de acumular
y acumular rutinas y romances de cartón.
Pero estese usted tranquila,
hay millones que opinan de manera diferente.
Son gente seria que se lleva,
merecidamente, todos los premios
y nobeles que el mundo les ofrece.
Yo soy un idiota alegre que viaja
en pos de ninfas diferentes.
La única gloria a la que aspiro
es una Muerte a pleno cielo.
Dios sabrá si la merezco.
Mientras tanto, no se inquiete.
Estoy plenamente de acuerdo con usted
y hace bien en no leerme.
Tengo poco que contarle en realidad:
unos pocos poemas imprudentes
y unos trivialísimos detalles,
que no habrían de turbar
-Dios no admita el sacrilegio-
el suave y dulce sueño en que se mecen
sus veinticinco años deliciosos y decentes.

De mi libro "Los Papeles de Alexis" (1983-1988)

 

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