"Cuando el gobierno es cruel y complicado, las personas son ingobernables y mentirosas. Cuando el gobierno es frugal y está unificado, el pueblo es puro y simple. Las costumbres de la gente se adaptan a la calidad del gobierno, como lo insectos se revisten con los colores de las hojas que se alimentan”
Escritos Confucianistas
En Argentina escuchamos hablar solamente de derechos. Jamás se habla de que el conjunto de derechos es parte de un sistema indivisible con otro conjunto de responsabilidades (vulgarmente llamadas “obligaciones”).
Los derechos esenciales son tan inalienables como las responsabilidades esenciales, sin las cuales el sentido de todo el sistema se derrumba.
Soslayar las responsabilidades es como pretender dar uso normal a una silla de una pata. Pretensión sencillamente imposible.
Hemos escrito largamente sobre las raíces de la "anomia" en la sociedad Argentina. En 1988 publicamos nuestro trabajo, “Bases para un Nuevo Modelo de Nación” (Monasterio-Alfonsi) que, bochornosamente, conserva intacta su actualidad.
La respuesta a nuestro libro fue relativamente proporcional a la persistencia observada a lo largo de los años transcurridos en relación con las prácticas denunciadas como factores esenciales en la decadencia comunitaria de nuestro país.
Esencialmente, poco y nada ha cambiado.
Dice Luciano Gallino en su “Diccionario de Sociología”: . "El término (anomia) era frecuentemente usado en la antigua Grecia para designar situaciones de ilegalidad, de evasión o de desprecio de la ley. Con este significado lo usa entre otros, Jenofonte en el Anábasis (339 a.C.). El término reaparece en los tiempos modernos desde principios del siglo XVII en la lengua inglesa, con un cierto cambio de referencia: la ley de la que el término señala la violación o el desprecio es más bien la ley divina que la del estado. El Dictionary of the English Language de Samuel Johnson (1755, 1765) define sucintamente la a. como "breach of law", o sea "infracción de la ley", pero a dicha definición le añade un pasaje de Bramhal por el que resulta evidente que la ley a la que se refiere la infracción es en primer lugar la divina: "Si el pecado fuera bueno, justo y legal, ya no sería un mal, ya no sería pecado, ya no sería anomia." El término ha sido, pues, usado durante siglos para indicar una característica del sujeto, el cual no respeta la ley de la divinidad o del estado que honra la divinidad, y según esta acepción en la práctica es sinónimo de "comportamiento gravemente desviado".
Los doctos terminan muchas veces enredados entre los artilugios y sofisticaciones de su doctrina. Se habla del “estado” como si se tratase de un ente abstracto o para-terrenal, cuando el estado no es en realidad –ni podría serlo de ninguna manera- más que “la condensación entronizada de un estado de conciencia colectivo” (Manuel Monasterio, “Anatomía de la Libertad”, Buenos Aires, 1979).
Confusiones y abstraccionismos propios de la idealización, contaminación quizás de la influencia platónica y neoplatónica que atraviesa todo el pensamiento occidental de manera deletérea, como venimos explicando –inútilmente-desde hace por lo menos quince años (Cuadernos de Antroposíntesis, Años 1 y 2, 1992 en adelante).
Se vive en una constante confusión entre lo que “debería ser” y lo “que es” realmente. Lo que “debería ser” ocupa en el imaginario social colectivo el lugar de lo“que realmente es”. Y entonces, en la vida práctica, se actúa como si ese ideal ya fuese un hecho en la vida cotidiana, y todo movimiento hacia la actualización de “eso que debería ser” pero en realidad no es, se detiene, o más aún, ni siquiera comienza.
La sociología contemporánea define a la “anomia” como a la “Deficiencia o ausencia de normas adecuadas para regular el comportamiento social de individuos o colectividades (grupos, organizaciones, asociaciones)” (Luciano Gallino, op. Cit.)
Convencionalmente se habla de "anomia" refiriéndose a la incapacidad para orientar el comportamiento social.
El prominente sociólogo Robert K.Merton, entendía la “anomia” como un derrumbe de la estructura cultural que acaece sobre todo cuando existe una discrepancia aguda entre las normas y metas culturales y las capacidades sociales estructurales de los miembros del grupo de obrar en concordancia con aquellas.
Normalmente, los sociólogos clásicos analizaban la “anomia” como un factor aislado aplicable a una cierta cantidad de individuos asociales o sociopáticos que no lograban encajar adecuadamente en el marco de las instituciones establecidas.
¿Pero qué ocurre cuando todo el conjunto de la sociedad marcha más o menos “anómicamente”?
Hecho de relevancia científica que sin duda haría –y hace-las delicias de los investigadores extranjeros que se acercan a estudiar nuestra sociedad...
“Las personas no quieren hacer lo que no es ético y justo a causa de los castigos; y buscan hacer lo justo y correcto a causa de las recompensas. Ahora bien, si lo que no es ético y justo se perdona, mientras que lo ético y justo se envidia, pero no se recompensa, ¿no crees que se hará difícil inducir a la gente a hacer el bien?"
Esta frase –y tantas otras- muestra que Watson y luego Skinner, no hicieron más que redescubrir el conductismo y las leyes de “castigo-recompensa” para la programación de la conducta social, las que habían sido ya preanunciadas hace 2500 años por Confucio y asociados.
Estas leyes, que responden a mecanismos elementales de condicionamiento ampliamente estudiados por Pavlov y otros desde hace más de cien años, no cambian con mucha facilidad. Y por cierto que no las hemos logrado modificar nosotros –los argentinos-.
Si no se castiga al infractor y no se recompensa al que cumple, pronto la gente deja de distinguir entre lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo execrable, y la sociedad se desploma en medio de la confusión generalizada entre lo que puede y no puede hacerse. Y todo se equipara, todo se iguala, y es imposible distinguir lo socialmente apetecible de lo despreciable… Como tan agudamente describe Discépolo en su “Cambalache”. Brillante sociólogo cuyas enseñanzas y admoniciones han sido reducidas al nivel de meros divertimentos auditivos.
En Argentina la ley de premio y castigo o reprensión y recompensa se encuentra prácticamente invertida, de forma tal que cuanta más habilidad demuestra un funcionario para delinquir y prevaricar más y mejor progresa en la carrera dirigencial. En lugar de procesar judicialmente a los infractores, se los promueve.
¿Se dará cuenta la sociedad adulta de lo que representa esto para los niños y jóvenes que observan y aprenden conductas de semejante puesta en escena de sus mayores?
Así como el pescado se pudre por la cabeza, la contaminación social se profundiza desde la dirigencia hacia abajo. Pero sería caer en un simplismo inaceptable quedarnos solo allí. Porque los dirigentes no son alienígenas que periódicamente aterrizan en la Plaza de Mayo y del Congreso, sino que surgen de la comunidad que a un tiempo es la que los forma en valores y normas de conducta. Círculo de retroalimentación sin aparente solución de continuidad.
Es fácil criticar a los gobernantes de turno, cualquiera puede hacerlo sin necesidad de poner en marcha una actividad verdaderamente selectiva de sus lóbulos frontales. Basta con enumerar lo que ocurre en un tono más o menos insultante y dejarlo todo ahí. Es lo que viene haciendo la mayoría de los periodistas argentinos desde que tenemos memoria. Los gobernantes están allá, con su corrupción, su autoritarismo y su degradación…Y nosotros estamos acá, pobres víctimas inermes de la execrabilidad de sus horribles prácticas…
Hoy día es lugar común en los medios periodísticos criticar el autoritarismo de la Administración actual. Pero lo que hay que hacer es preguntarse, ¿Por qué los Presidentes argentinos terminan todos asumiendo una conducta similar? ¿Qué es lo que subyace en la sociedad argentina y en sus cuadros dirigenciales y administrativos que lleva al ejecutivo a asumir ese tipo de conductas?
A poco que avanzáramos en esa línea de análisis, veríamos que las prácticas establecidas son de una maldad, un ensañamiento y un canibalismo político que desafía la imaginación. La envidia, la crítica salvaje y ya de índole casi deportiva, la calumnia y la emboscada permanente, hacen que el nivel ejecutivo, para protegerse y poder sobrevivir, termine siempre acorazado, hasta el punto en que comienza a perder de vista la realidad concreta y cotidiana del mundo exterior.
Esta es una sociedad que fabrica presidentes esquizofrénicos, ya sea en su variante autista-catatónica, paranoide, o en una combinación de ambas.
Cada nueva administración que llega lo hace con la obsesión prácticamente demencial de destruir todo lo que la otra logró concretar, con el afán de imponer el propio estilo y establecerse más tiempo en el poder. El conciudadano que milita en otro partido o movimiento es visto como un oponente mortal que no merece respeto ni consideración. Como si ambos estuviesen en veredas distintas. Y en verdad lo están, en la medida que la aspiración de cada uno sea el mero beneficio personal, en lugar de trabajar ambos por el bienestar de la comunidad.
Por otra parte, como expusimos en 1988 en la obra citada, toda la estructura de acceso a los poderes institucionales establecidos se encuentra inficionada y torna muy difícil el progreso de hombres y mujeres de bien cuyo objetivo normal y lógico sería el de ser administradores capaces y honestos, que cumpliesen su término y dejasen su lugar a otros pares de similar condición.
En la realidad concreta, sin embargo, tenemos politiqueros de oficio, fabricantes de transas que se eternizan en sus bancas y que terminan pasando a las nuevas generaciones todos los vicios y falencias de la vieja guardia. Verdadera escoria social que no sabría que hacer de tener que salir a trabajar como cualquier ciudadano de a pie en una sociedad normal.
No quiero caer en la chabacanería de dar nombres, que por otra parte son harto conocidos para la sociedad argentina que parece conformarse solamente con insultarlos periódicamente para terminar votándolos en la próxima elección.
Hay que salir de la abulia y del conformismo para repensar y reconstruir mentalmente el país. La pereza espiritual de soslayar o escapar de la auto-observación constante, es en realidad la causa principal de todos los males.
Al contrario de lo que piensa la mayoría de la gente, el amor y la ética no son entelequias vagas producto de un misticismo intangible y fantasioso. El desarrollo de los valores depende directamente de la evolución auto-consciente del neo-cortex. Si las sociedades y los dirigentes del mundo supiesen realmente de qué se trata todo esto, la práctica meditativa sería la principal actividad del ser humano desde la niñez hasta su muerte.
Las diversas variantes de la meditación desarrollan el neo-cortex y equilibran las actividades límbicas y vegetativas.
Esto no es misticismo, sino neurociencia. Las conductas tenidas como “moralmente superiores” dependen directamente de la corteza y los lóbulos frontales. Asimismo, ya está absolutamente demostrado que destruyendo determinados tejidos de esas regiones aún el hombre más evolucionado éticamente podría convertirse de un día para otro en un degenerado. Las investigaciones de los Damasio (ambos neurólogos, marido y mujer) y otros, no dejan ya lugar a dudas.
De ahora en más los “místicos a la violeta” de la “nueva era” de pacotilla, deberán poner las barbas en remojo, porque el cuerpo que despreciaban es –por supuesto-mucho más importante que las vaguedades etéreas acerca de las cuales ellos pretendían tener un esotéricamente inalcanzable conocimiento.
Pero la Nueva Era existe. Aquí y ahora. Si asumimos plenamente la responsabilidad planetaria que la bipedestación y la oposición del pulgar nos han impuesto con fuerza de ley desde que nuestros antepasados se arrastraban en la caverna.
En ese sentido, los hombres no estamos en condición de elegir. Cerebralmente, si no se avanza se retrocede. Tenemos sobre nuestros huesos, sangre y linfa el peso milenario de la rémora del mundo vegetativo. Y por otro lado, la tensión tremenda de la vertical de la bipedestación nos pone en una situación similar a la del pobre Tupac Amaru. De forma tal que no nos queda más que aspirar, como Goethe ya en su lecho de muerte a… ”Más Luz!”
Dentro del concierto mundial de naciones, Argentina, vale realmente la pena. Los argentinos de bien tenemos que hacer un esfuerzo, no por “acabar con el mal”, delirio maniqueísta que pretendería desconocer la ley cósmica de las polaridades, pero sí por equilibrar un poco la balanza. Esta es una tarea que exige el esfuerzo de no quedar reducidos al mero insulto o a la crítica pedestre sin aporte de soluciones.
Volvemos a hacer el llamado que hiciéramos en 1988, para crear una nueva dirigencia, basada en los simples valores de la honestidad y del trabajo, pero teniendo plena consciencia de la grandeza posible del ser humano, si sencillamente, como los árboles y las plantas, nos inclinamos hacia la Luz.
Manuel Gerardo Monasterio
Bibliografía:
Sabiduría China, Ling Yu Tang, 1945
Bases para un Nuevo Modelo de Nación, Manuel Monasterio-José Alberto Alfonsi,1988
Anatomía de la Libertad, Manuel Monasterio, 1979
Diccionario de Sociología, Luciano Gallino, 2001
Social Structure and Anomie. American Sociological Review 3,1938, Robert K.Merton
Descartes’error: Emotion,Reason and the human brain, 1994, Antonio Damasio (hay version castellana)
Human Brain Anatomy in Computerized Images, 2005, Hanna Damasio
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