7.9.24

 


Nos ha herido la bruma, Gustavo Soler,
a usted, más cantábrico que yo tal vez,
a mí, tan cantábrico sin duda como usted.
Recuerdo una mañana al pie del Sardinero,
la niebla persistente vistiéndome de duelo,
de cánticos antiguos, de cierzos implacables,
del alma del Cantábrico que llora por mis ojos

sus ansias insondables sin pausa ni consuelo.
Árbol celtíbero soy plantado en el exilio,
en vigilia permanente con el ángel del recuerdo.
Déjeme ahora recobrar la compostura
para decirle francamente:
¡Qué bien le sienta, Poeta,
el traje de jurista!
Y qué alegría saber
que detrás del abogado
-o por delante-
se oculta levemente
la inefable Poesía.
Cómo duele la sangre,
la mar sombría,
la niebla amante
que se aferra con porfía.
Quizás por eso,
por tanto fuego voraz
y tanta llama fría,
por tanta ausencia
empecinada en nuestra vida,
se vistió de leyes usted
y yo me disfracé de anatomías.
Mas al final de otra Noche
más nocturna de las almas,
ya sin máscara ni razón social,
ya sin reglas ni cárceles urbanas,
yo lo veo como a mí,
siempre al pie del Sardinero,
alumbrado de niebla
y salpicado de cierzo.
Y le digo buenos días,
buenas noches, Poeta,
hasta siempre compañero,
hasta lo alto del Cantábrico,
hasta el fondo de aquel cielo
que a los dos nos está esperando!

 

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