No están hechas mis manos para amar,
sino para rasgar, como Granillo mi bolsa de dormir
aquél invierno en Famatina.
Qué frío pasamos!
¿Te acuerdas, José Alberto?
Qué frío está el hombre!
Qué solo!
Qué mota de polvo!
Instantáneo,
tan fugaz que me anonada
la sola idea de pensarlo.
Hay tanto por qué temblar
en la desnuda madrugada!
Me invaden certezas
que habrían de quebrar
a las tiernas almas.
certezas oscuras,
certezas infames,
certezas impúdicas,
certezas que habría de callar
para no perturbar la cordura
de las almas ingenuas,
de las almas simples,
de las almas puras,
de las almas no tocadas
por la infamia de la duda.
Pero dime, José Alberto,
tú que puedes mirar la realidad
sin que estallen tus arterias,
no será el amor solamente un poema?
Nada más que una hermosa canción,
el invento quizás de un juglar medieval?
A veces me invaden
espantosas certezas.
Pero debo confesarte
que de cualquier manera,
no necesito ya vestir
a la vida de princesa.
Ante mí la tengo,
desdentada y vieja,
con su pubis raleado
y su carcajada grotesca.
La veo de frente,
no entorno los ojos
ni la imagino bella,
pues ya no necesito para vivir
vestir a la vida de princesa.
Su falta de pudor
no me horroriza,
su ausencia de piedad
no me interesa, porque
no necesito vestir
a la vida de princesa.
Puedo verla desnuda
sin deseo ni queja.
No ha sido en vano
la tétrica jornada,
ni han sido tan ausentes
las ausencias,
si puedo ver a mi amante
así tal cual,
y puedo amarla
sin vestirla de princesa.
De mi libro "Los Papeles de Alexis", 1985
25.5.16
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