El primer impulso que tengo cuando me confronto con el prójimo, es decir, con cualquier ser humano en cualquier sitio, es el de echarme a llorar a los gritos. Y una vez que me compongo y evito dar un espectáculo que me obligaría a ensayar explicaciones que no interesan ni sirven para nadie, esto es, una vez que con gran esfuerzo logro reprimir ese primer impulso ferozmente espontáneo, paso a reproducir las nimiedades de rutina que es lo que todo el mundo en todas partes espera de uno.
Pero vamos, no es sólo que el emperador esté desnudo, es además que se ha cagado de mala manera, está completamente lleno de mierda y echa un olor a demonios. Cosa que de alguna manera saben todos, pero por una suerte de equívoco sentido de supervivencia hacen como si no lo supieran.
Tengo yo la gran duda de creer que a lo mejor, digo a lo mejor, algo podría cambiar si de una buena vez aceptásemos la desnuda realidad que además se viene proclamando ella misma a gritos. Me parece que no perderíamos nada con probar. Es decir, no perderíamos nada que valga realmente la pena.
Manuel Gerardo Monasterio
23 de Septiembre de 2007 a la 1 y 43 PM
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