Es evidente que uno va a contrapelo de estos tiempos: de sus
éticas y sus estéticas.
“Gran película”, “una de las candidatas para enviar al Oscar”, son algunos de los comentarios que se leen de la película de Pablo
Trapero, “Elefante Blanco”.
Si uno ha dedicado casi dos horas de su existencia a mirar
una película, considero que tiene derecho de juzgarla como su criterio mejor
lo disponga.
Quizás tenga la desgracia de conocer algo acerca de lo que
esta película intenta describir…Los curas villeros, el Padre Mugica y su sombra,
y la miseria absurda de algunos lugares del Siglo XXI que contradicen la idea
sobrevalorada que la mayoria parece tener acerca de la civilización y de sus
avances tecnológicos.
El señor Trapero ha pretendido describir algo que él –no tengo duda al respecto- no comprende. Es más, no tiene la menor idea de eso
que pretende describir.
No hay un solo momento de estatura, de profundidad, de
comprensión de lo que representa el fenómeno Cristiano de “dar la vida por y
para los pobres”.
La única “intimidad” que Trapero nos muestra es la de una
escena completamente inncesaria –pero tal vez indispensable para un director
que no tiene nada ni fuera ni debajo de la manga-en la que un pobre diablo
disfrazado de cura mantiene relaciones sexuales con una asistente social. Y eso
es casi todo lo que Trapero tiene para decir de los sacerdotes “tercermundistas”
–cualquier cosa que este apelativo pueda ya significar-.
El cura en cuestión es
un belga, relativamente joven aún, que parece estar tan a gusto y con tanta
comodidad en su rol de sacerdote como un perro en un bote o un desventurado turco en la
neblina.
En un extraño momento que supone ser de ternura entre los
dos curas –ahora agregado el principal protagonista, Ricardo Darín- el curita
más joven llora por algún ignoto pecado o abandono de su pasado, que
desconocemos, y del que nunca nos enteraremos. Lo único que nos dice el libreto
es que está perdido y que intenta paliar su vacío existencial sin rumbo
intercambiando vanas secreciones con otra pobre desesperada que también, como
él, vive remando al pedo en un mar de dulce de leche.
Sabemos muy bien lo que son las villas. Pero conocemos también la profundidad del Evangelio y el martirio de los fieles que están dispuestos a cumplir con el mandato de Jesucristo hasta el fin.
Pero esta película parte de una mirada izquierdosa y barata, remanida, demodé, muy de
una Argentina con pretensiones intelectuales que no alcanzan ni para hacer una
película que resulte profunda, interesante, y muchísimo menos remotamente entretenida o atractiva.
Sí, ya sé que Trapero no nos quiere
entretener, nos quiere mostrar lo que él considera que son las villas de los
curas villeros. Tal vez nos quiera espantar, y lo logra sin duda, pero por razones diferentes a las que posiblemente haya pretendido.
Trapero no tiene idea de quien fue Mugica, eso es evidente.
Por supuesto que tampoco conoce, ni lo que es un genuino sacerdote, ni lo que es
el Evangelio llevado a la práctica hasta las últimas consecuencias. Porque las
últimas consecuencias no son morir como un perro a manos de un policía pelotudo
en una escena que, como el resto de la película de principio a fin, no tiene el
más mínimo gollete.
Pido disculpas por mi lenguaje vulgar, pero esta película
tiene todo lo que desborda del posmodernismo que nos toca vivir y que me resulta despreciable hasta los límites últimos de una tolerancia que ya no tengo para toda esta porquería que nos quieren seguir vendiendo como "progreso"…
Los llamados “artistas”
de hoy en día siguen colgados de una suerte de dadaísmo nihilista del que no
salen –o no pueden o no quieren salir- ni para atrás ni para adelante.
Qué le vio Ricardo Darín a esta propuesta?
Tal vez necesitaba plata? No tiene pinta.
A lo mejor piensa como Trapero…Quién sabe…
Argentina viaja a la deriva como esta película, con esa
misma estética y esa misma ética. De la nada hacia la nada para nada.
Como oscuro consuelo podemos decir que el resto del mundo, cada
día se parece más a Argentina.
Todos se va emparejando hacia el fondo.
Finalmente, parece que Trapero conoce mucho mejor el mundo de su
anterior película: “Carancho”.
En cuanto a “Elefante Blanco”, el director, para mí, se ha ganado otro nombre que
podría agregar al suyo, algo que tendrá seguramente más sentido para los viejos como yo, que solíamos escuchar hace mucho, en el barrio, el cantito casi
cotidiano de “trapero…botellero”…
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