La consecuencias de la ecuanimidad pueden ser diversas, y en general casi todas trágicas. En mi caso particular ha sido la de vivir exiliado en mi propio país.
A pesar de todos los discursos y pretensiones de “respeto del disenso” y “aceptación de las diferencias” , pocas cosas hay que el ser humano odie tanto en la práctica como verse obligado a “escuchar la otra campana”, lo que significa en realidad asomarse un poco más a la “verdad”. Y a la gente la “verdad” no le interesa. Lo único que les importa, en general, es “su verdad”.
Por eso, aquel que intenta el difícil ejercicio de la ecuanimidad, suele terminar como un leproso en tiempos de la Edad Media.
En 1988 – a los 32 años- escribí “Bases para un nuevo modelo de nación”. El escritor Sánchez Sorondo –a quien nunca conocí personalmente-escribió una reseña crítica positiva sobre la obra. La misma se presentó en todos los diarios de la época, pero jamás se consiguió ni la más mínima mención.
En ese libro se hablaba con mucha claridad de la corrupción dirigencial argentina. Y algunos méritos habrá tenido porque a partir de esa obra el Dr. Arturo Frondizi me honró con una amistad que duró hasta su muerte.
El libro no tuvo mención alguna porque su autor no pertenecía a ningún partido, a ninguna corporación ni a ningún conciliábulo de cualquiera de los poderes establecidos.
Desde que tengo memoria he padecido de la manía de tener siempre en cuenta las dos caras de la moneda. Lo que resultó –me di cuenta mucho después- en una suerte de tragedia social.
Aunque peque de soberbia, debo decir que no creo que ningún escritor argentino haya asumido, sistemáticamente, una postura semejante.
Cuando el presidente Carlos Saúl Menem –uno de los tantos que traicionaron al peronismo original- promulgó el indulto, tanto para la cúpula militar como para los delincuentes subversivos, le envié una carta de indignado repudio.
Considero que los militares tenían, no sólo el derecho sino la obligación, de defenderse y defender a la nación del violento intento de toma del poder por parte de los criminales subversivos y terroristas, quienes habían impuesto el reino del caos bajo el signo del asesinato y del secuestro extorsivo, hasta el punto en que el mismo Juan Domingo Perón llegó a expresar al respecto: "Nosotros estamos en la necesidad de contar con
una legislación fuerte para parar lo que se está produciendo, que es también
fuerte; y a grandes males
no hay sino grandes remedios, que es lo que nosotros necesitamos. En este momento se está asaltando en nombre de no sé qué cosa. Si hasta han tomado ciudadanos; ya los
ciudadanos no tienen la seguridad que el Estado tiene la obligación de dar,
porque no hay sanción en las leyes para este tipo de delitos, que son nuevos. ¿Cómo es posible que todos los hombres que tengan armas estén amenazados
de ser tomados por bandas de delincuentes que se dicen de una tendencia o de
otra?"
Ernesto Sábato,Jorge Luis Borges y Leonardo Castellani en Julio de 1976 con el Teniente General Jorge Rafael Videla
La situación era insostenible, y las fotos no son más que una mínima muestra del apoyo inicial al golpe -que contó con una aprobación política mucho mayor de lo que ahora se pretende recordar.
Parece que los argentinos han olvidado que muchas rutas de la nación se hallaban copadas por grupos de terroristas, que la falta de seguridad ante los embates de una violencia sin precedentes en nuestro país había llegado a límites inconcebibles...Y que un grupo de asesinos armados escudados-burdamente-tras la fachada del idealismo revolucionario estaban organizándose a lo largo de todo el territorio nacional para imponer un sistema extraño al sentir de la ciudadanía -en la que jamás encontrarion el apoyo que les hubiera dado, sin duda alguna, la victoria-.
Las fuerzas armadas no podían NO RESPONDER, de manera decisiva, frente a un desmán de semejantes proporciones. Con lo que no podemos estar de acuerdo, de ninguna manera, es con la catastrófica forma en que eso se llevó a cabo.
Debería haberse cumplido dentro de los límites de un estado de sitio con un orden marcial tan impecable como implacable, pero sin secuestros de criaturas, sin "desapariciones" y sin el absurdo sistema de torturas implantado en centros clandestinos. El gobierno militar contaba con los medios para hacer lo que debía hacerse a plena luz del día, como sin ir muy lejos, lo hizo el General Pinochet en la república hermana de Chile.
En mi carta a Menem pedía que la cúpula militar fuera juzgada por traición a la patria según el código de ley militar. El fusilamiento sumario de los tres jefes militares hubiera representado la única salida honorable y efectiva para el destino de la nación. Pero asimismo, e inmediatamente, la única pena posible también para los jefes subversivos: cadena perpetua no-excarcelable.
Antes de que los beneméritos "demócratas" y supuestos "defensores" de los derechos humanos se rasguen las vestiduras ante el castigo ejemplar que propuse, recuerden cómo los Estados Unidos gestaron el ahorcamiento de su antiguo socio y camarada Saddam Husein, y ni que hablar de los ahorcamientos del Juicio de Nuremberg y de Eichmann o la silla eléctrica para los Rosenberg.
El resultado del indulto y de la blandura inexcusable contra los enemigos y los traidores de la nación, está a la vista. Nos hemos quedado prácticamente sin fuerzas armadas y los otrora criminales subversivos, disfrazados ahora de “demócratas” han ascendido al poder.
Decir hoy “militar” representa una suerte de insulto. La falta de honor y de dignidad de los jefes militares para sumir un destino acorde con la hombría de bien y el respeto a sus camaradas –aceptando cargar con la pena máxima para salvaguardar el futuro de la institución- nos ha llevado a una situación tan ignominiosa como increíble. Mientras Brasil y Chile continúan armándose –las cifras de este año han aumentado con respecto a años anteriores- nosotros nos hemos quedado con unas fuerzas armadas casi de juguete. Con un plantel de hombres y mujeres a los que se les ha arrancando el sentimiento de cuerpo, la dignidad como grupo honorable al servicio de los intereses del pueblo de la nación, y se los ha convertido en blanco del repudio y la burla de la población civil.
No fui ni he sido militarista, por el contrario, considero que la persistencia de las fuerzas armadas nacionales en todo el mundo no son más que la trágica prueba del paupérrimo estado de consciencia de la especie humana. Pero las cosas son aún lo que son, y pretender verlas idealistamente de una manera distinta de lo que son, sería caer en un peligroso estado de ingenuidad.
Y la otra cara de la moneda –de esta moneda falsa acuñada con metales innobles-, la tenemos en el poder actual de la nación. Los otrora guerrilleros y delincuentes subversivos son hoy ministros y diputados.
Es difícil tener buena memoria en Argentina. Más que difícil, es doloroso, y más que doloroso, es bastante inconveniente desde el punto de vista cotidiano: a veces me tengo que olvidar a consciencia de los hechos para no pasarme el día vomitando sin parar.
Porque no puedo olvidar los secuestros, los asesinatos y las torturas –que incluyen a mujeres embarazadas y a niños- llevadas a cabo por la ineptitud y la maldad oprobiosa de la junta militar. Pero, para mi desgracia, no tengo una memoria selectiva, tengo memoria completa. Y así como me acuerdo de aquello, no puedo olvidarme de lo otro. Si hubiera tenido la memoria sesgada de la mayoría en mi país, quien sabe, quizás hoy hasta hubiera llegado a ser un “próspero” funcionario!
Pero me acuerdo demasiado bien. Y difícilmente pase una semana en que no recuerde a Jordán Bruno Genta y a Carlos Saccheri, ambos insignes filósofos tomistas asesinados salvajemente por los criminales terroristas del “Ejército Revolucionario del Pueblo”. Y no veo que sus crímenes hayan sido investigados realmente alguna vez.
Recuerdo muy bien a José Ignacio Rucci, y me pregunto cuándo algún gobierno se va a ocupar de ajusticiar a sus asesinos (Montoneros).
Recuerdo también el asesinato del padre Carlos Mugica ( Montoneros se disputaba con la triple A la posibilidad de asesinarlo ).
Sería bueno agregar a ese sesgado y “tuerto” “Día de la Memoria” que el gobierno de los nuevos “montoneros capitalistas” nos quiere imponer, todos estos nombres más el del Capitán Viola y su pequeña hija María Cristina, de tres años, asesinados arteramente por quienes se han convertido hoy –por imperio de la manipulación ideológica en concurrencia forzosa con la desmemoria de los argentinos- en “jóvenes idealistas”. La otra hija del capitán Viola, María Fernanda, tuvo que pasar por varias delicadas operaciones a consecuencias de las heridas recibidas. Todo esto ocurrió cuando la familia Viola volvía de misa y estaba por entrar a su casa, la esposa de Viola, Maby, que estaba embarazada, no entendía qué había ocurrido y salvó su vida por estar abriendo el portón de su casa. La familia Viola viajaba en un Ami 8, vehículo de clase económica si los hay (vean en qué viajan ahora los ex -montoneros que hace unos años enarbolaban la bandera de la “patria socialista” y hoy se han convertido en adalides de la “democracia capitalista”)
Tengo la desgracia de la buena memoria asociada a mi obsesión por la ecuanimidad, y por eso no me olvido del Teniente Coronel Argentino del Valle Larrabure, hombre de cualidades sobresalientes como padre de familia, como camarada y como profesional. Cuando murió tenía dos hijos biológicos y estaba en proceso de adopción de un tercer hijo, Jorge Alberto. El “Ejército Revolucionario del Pueblo” lo tuvo secuestrado en condiciones infrahumanas durante 372 días antes de asesinarlo cobardemente. La agrupación “Hijos” Rosario, tiernos descendientes de muchos de esos “jóvenes idealistas” del ERP y Montoneros, pidió que se dejara de investigar y se archivara la causa de su homicidio.
Recuerdo asimismo el asesinato del General Cesáreo Cardozo, en particular porque las condiciones del mismo ilustran con bastante claridad las cualidades morales de aquellos “jóvenes idealistas”. Su asesina, Ana María González, era compañera y amiga de la hija de Cardozo –ambas concurrían al Instituto Lenguas Vivas-, lo que le daba a la joven e “idealista” Ana María la confianza de ingresar sin inconvenientes a la casa de la familia Cardozo y le permitió poner bajo el colchón del General una bomba de 700 gramos de trotyl.
La nota editorial del Buenos Aires Herald titulada “El crimen más detestable” y reproducida íntegramente por el diario La Opinión –sin que nadie pueda vincular precisamente a dichas publicaciones con el gobierno militar- decía lo siguiente:
“fue el crimen más detestable pero fácil y sin riesgos para aquellos que colocaron la bomba en manos de esa joven chica”, advierte que “no debe permitirse que el terrorismo pueda triunfar en esto. Por eso debemos evitar el caer en su trampa actuando de manera exagerada y sin pensar. Los fines que persigue la subversión no son solamente aterrorizar, sino también suscitar la represión indiscriminada, con el objeto, según las esperanzas de los terroristas, de debilitar el apoyo que la población confiere a las fuerzas armadas.” (…) “Debemos tratar que nuestra ira no nuble nuestra inteligencia, haciendo que nuestra respuesta sea templada como el acero; enérgica, pero flexible. Pero recordemos que todos estamos involucrados en esta lucha. Nuestra fuerza es nuestra decencia. Su debilidad es su vileza. Nuestra defensa, basada en los altos valores y las más nobles tradiciones de nuestra sociedad, puede ser inexpugnable.”
Siete meses después, la joven e idealista Ana María concluía su amorosa gesta, sumando a su bello dossier de “romántica revolucionaria” el cobarde asesinato del soldado conscripto Guillermo Félix Dimitri.
Como dije, tengo la siniestra desgracia de una buena y ecuánime memoria. Y por supuesto, recuerdo a muchos más. Los que deseen refrescar su memoria al respecto pueden entrar a ver a estas mil víctimas de aquellos idealistas jóvenes, algunos de los cuales se han transmutado hoy en prósperos empresarios del negocio de la política en Argentina.
Me acuerdo de muchas otras cosas que la mayoría de la gente parece haber olvidado. Como, por ejemplo, de la violación de la soberanía argentina por parte del Estado Sionista de Israel en 1960, durante el gobierno del Dr. Arturo Frondizi, cuando envió a los chacales de su servicio secreto para secuestrar y sacar ilegalmente del país a Adolf Eichmann. No me hubiese importado que se tratase del mismo diablo: ninguna nación de la tierra puede arrogarse el derecho de entrar a mi país para perpetrar un acto semejante contra la persona de cualquiera que habite nuestro territorio.
Pero como mi memoria – a diferencia de la de tantos- no es selectiva, también me acuerdo perfectamente de lo ocurrido el 18 de Julio de 1994, cuando otro país perpetró o cooperó para que se perpetrara, en plena capital argentina, el más horrendo acto de terrorismo de nuestra historia, cual fue el atentado a la AMIA, donde murieron 85 personas. Siento la misma repulsión por la República de Irán como por el Estado Sionista de Israel. Lo que me pone, nuevamente, en esa posición de ecuanimidad tan incómoda para generar simpatías en las mentes sesgadas de la mayoría.
Y sigo sufriendo los embates de mi memoria cuando recuerdo al General Perón en la Plaza de Mayo el 1 de Mayo de 1974, cuando repudió a los “imberbes y estúpidos”, mucho de los cuales han usurpado hoy las banderas del peronismo original, banderas que no les pertenecen ni pueden haberles pertenecido nunca, ya que su misma ideología es y fue contraria a la de Perón.
“Imberbes y estúpidos” que ya no son ni una cosa ni la otra, porque con gran astucia se las han amañado para usurpar, no sólo las banderas originales e históricas del peronismo sino las riendas de esta desafortunada Nación Argentina que parece condenada a no concretar nunca las grandeza a la que alguna vez parecía destinada.
Y únicamente por imperio del "cretinismo ambiente y creciente" de la población de mi desafortunado país, puede alguien llegar siquiera a creer que algo tan desemejante como “peronista” y “montonero” pueda llegar a conciliarse de alguna manera, muchísimo menos convivir en la misma persona. Pero la mayoría parece ya no saber ni recordar lo que fueron ni una cosa ni la otra. O quizás sea aún peor, tal vez ni siquiera les interese.
A fuer de mirar con ambos ojos para ser ecuánime, he vivido exiliado en mi propio país. Paradójicamente, he recibido aprobación y mención por mis trabajos en Estados Unidos, y por material realizado originalmente en idioma inglés.
Y es que en un país de tuertos, bizcos y desmemoriados, pretender una mirada ecuánime y no permitirse la conveniente debilidad del olvido, equivale a ser un leproso en tiempos de la Edad Media.