Estaba en medio de una jungla en el espacio estelar. Alzó la mirada y vio dos soles verticales sobre su alma.
El hombrecito estaba frente a é1, sentado contra un plátano gigantesco. Andrés se sobresaltó. El otro sonreía cuando le dijo,
-Estás metido en un lindo follón, no es así?-
-Qué te parece! -
- Yo sé muy bien de qué se trata. Mira, yo me quemé los cojones por esos hijos de puta. Mi alma era un volcán que reía en medio de las tinieblas de mi pueblo. Porque yo era libre. El único hombre libre entre todas aquellas cucarachas a las que amaba desesperadamente. Lo que yo no sabía entonces es que el hombre ha nacido muerto. Y yo era uno de aquellos abortos cósmicos que llegan de tanto en tanto, y estando vivo, estaba condenado a sufrir como un bendito. Salvo unos cuantos creyentes que durante un tiempo me acompañaron, estuve cercado por cerdos y ratas. Y América era una gangrena gaseosa que me estaba consumiendo. América era un chancro en mi alma. En mi alma como agua clara que se me estaba muriendo de América que se me había caído encima y no me dejaba respirar. Yo había soñado con un mundo diferente. Un mundo donde la brisa se llamara libertad y el agua decencia. Donde el pan fuese dignidad alimentando la esperanza del trabajo solidario de unos que vivieran como hermanos no sólo en el discurso y la palabra. Pero era inútil, porque todos estaban muertos, o casi todos. Y yo estaba cercado por ratas y por cerdos. Por hormigas coloradas que se habían encaramado a mi cuerpo y me habrían de alcanzar el corazón.-
Andrés escuchaba iluminado. La presencia entraba en su cerebro como una danza de luces que lo iba colmando con un júbilo agudo, esclarecedor y doloroso. El hombre continuó,
-Ahora ya lo veo todo claro desde aquí. Desde mi cielo personal construido con mis manos y mis cojones luminosos, entregados en pos del ideal que forjé para nadie. Para nadie. Porque, ¿sabes? Hay unos chicos allá, con muy buenas intenciones. Pero todo sigue siendo inútil, porque los que están vivos, verdaderamente vivos, son siempre demasiado pocos. Y el peso de los muertos acaba por tumbarte. Y el olor de la muerte se te va metiendo por la piel, y tu también comienzas a morir vertiginosamente. De otra muerte. De una muerte que se llama indiferencia y soledad. Es una historia que se repite sin fin. Es una calesita de pueblo con sus viejos caballos cansados y su musiquita quebrada que dan pena. Y no quisiera mirar. Pero no puedo dejar de mirar. A falta de un dios que mire con la mirada con que yo los miro sigo mirando. Y cada vez que miro me desbordan las lágrimas y el corazón se me derrama. ¿No has sentido alguna vez mis lágrimas, mis verdes lágrimas lloviendo sobre tu alma? Acabarás aquí conmigo, finalmente. Porque no hay nada que hacer. Nunca habrá nada que hacer. Pero vale la pena a pesar de todo seguir haciéndolo para siempre.-
El hombre era ahora una bola luminosa que lo enceguecía.
Se despertó agitado como un niño en víspera de fiesta. Salvo estar en su cama de la casona de Caballito, no había razón para creer que hubiese sido un sueño. Había estado con Augusto César Sandino.
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