Las heridas están a la vista: colgajos de un corazón Abierto y de un cerebro que se resiste al ensueño general. Y los tendones palpitantes.
Los mercenarios de la democracia paupérrima y desnutrida que medra por estas lamentables latitudes, la acusan ahora “de estar resentida”. ¿Sabrán, realmente, lo que dicen?
Resentirse “es tener sentimiento, enojo o pena por algo”, y vaya si tiene usted motivos de sobra para ello!
Mucha pena ha de sentir quien conozca un par de pequeñas verdades más allá de las pedestres apetencias de unos cuantos pobres hombres –cuya pobreza se acrecienta a ritmo equivalente al de sus cuentas bancarias, alimentadas vaya a saber con qué prebendas usufructuadas a expensas de la ingente imbecilidad colectiva.
Yo, a diferencia de Usted, querida Elisa Carrió, no creo en este burdo conato siempre inconcluso de “democracia”. Y como no tengo votos a qué aspirar, puedo decir sin temor a represalias, que el pueblo se equivoca, se equivoca casi siempre, y lo hace de manera estentórea y llamativa. El pueblo se equivoca como el Titanic. Y a diferencia de lo que tantos vocean aquí y allá, considero además que el pueblo termina por recibir lo que se merece. Y a este pueblo todavía le falta un poco más de lo que se ha ganado. Y tenga usted por cierto que habrá de recibirlo menos tarde que temprano.
Los pueblos que se comportan como prostitutas aspiran inexorablemente a ser gobernados por proxenetas. Pueblos que, como rameras obsecuentes, están acostumbrados a besar la mano que los azota y a inclinarse servilmente ante el látigo que los flagela.Pretender que respondan como ciudadanos es desconocer la elemental naturaleza de las cosas.
Querida Elisa Carrió, desearía de todo corazón que su Presencia quebrara el ritual imperturbable que se viene cumpliendo desde siglos. Pero todos los antecedentes juegan en su contra, porque Argentina es un país que asesina a sus poetas y profetas.Primero los expone a la intemperie del cepo popular, o los deja morir en el silencio de una indiferencia que desafía las estadísticas. Y luego los deja secándose al sol, para que sirvan de ejemplo y escarmiento para las generaciones por venir.
Pero, parafraseando a Isaías, no seré yo, precisamente, quien pretenda “apagar el pábilo”.
Que siga encendido el suyo es mi esperanza y mi presagio. Y que el Buen Dios la acompañe en su camino hacia Damasco.
Manuel Gerardo Monasterio
Jardines de Prometeo
17 de Noviembre de 2007