21.5.16

Para Alejandro Daniel Delucía


Desde el hecho (o acaso el no-hecho) de haber nacido, todo (pero absolutamente TODO) se reducirá a validar, a legitimar ese infundio primigenio.

Todos los esfuerzos, todos los gestas y todos los gestos, todas las teorías, todas las labores, todos los pensamientos y opiniones, todas las filosofías y religiones, intentarán justificar lo injustificable y dar significado a lo insignificable. Y estaremos irremediablemente condenados al único y verdadero padecimiento, que es vivir pretendiendo sostener lo insostenible.

Por eso, amigo, le digo de todo corazón: 
suéltelo, déjelo ir.
No se aferre más y cese de sufrir.
Ríndase y Entréguese.
Suéltelo, suéltelo todo.
No se trata de salir a la calle a repartir lo que tiene.
Es una actitud interior.

Abandónelo todo.
Delo por Perdido.
Para nunca y para siempre.

Luego, si le queda algo de tiempo, lea a John Zerzan, y quién sabe, a lo mejor usted también comienza a dudar como él de las ventajas de haber salido de la caverna.
Y si áun le queda un ratito del cual disponer, préndale una velita a Theodore Kaczynski (quizás un mártir incomprendido).

Me dirá usted: " Pero si todo esto es en realidad insignificante, nada tiene valor y todo vale"
Y le responderé: No vaya usted a creer. Porque si uno acepta y comprende la esencial fugacidad, la nimiedad tremenda de todo lo que existe, lo instantáneo se torna sagrado, y su propia existencia se convierte en un tributo permanente a la fugacidad de todo lo existente.
Adviene una amabilidad desconocida, que sólo puede surgir cuando se ha abandonado toda esperanza...y toda expectativa.

Pruébelo, pero eso sí, no pretenda que le asegure nada, y no se exceda. Porque según la Tradición el hombre que pierde todo vestigio del yo no puede durar más de veintiún días...

Suyo, en Perfecta Paz Profunda,
M

9/8/2009

 

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