Mis últimos tres artículos están vinculados con la catástrofe musulmana.
Y ya he escrito, más de una vez, que el monoteísmo fue, según mi perspectiva, una calamidad catastrófica que cayo sobre el mundo antiguo. Por lo que, siendo esencialmente de formación y vocación Griega, y por tanto "pagano", no me resultan simpáticos los desmanes de la triple catástrofe monoteísta representada por el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.
Hay hombres maravillosos nacidos dentro del Islam, me crié estudiando a Rumi, a quien llamo Mevlana (literalmente "nuestro Maestro"). Pero Rumi antes que musulmán era un gran místico y un genuino sabio. Y ha habido maravilloso maestros Sufíes a quienes amo, y está al costado de mis notas, como veréis, la imagen de otro maravilloso musulmán como lo fue Bawa Muhaiyaddeen.
Primera aclaración.
Segunda aclaración, así como me resulta repulsivo el estilo de vida del fundamentalismo musulmán, repruebo enfáticamente las atrocidades que el Estado de Israel comete contra el pueblo Palestino, así como las atrocidades que el pueblo palestino cometa contra la gente de Israel.
Seguramente, a muchos ya no les resultaré tan simpático, porque sólo estoy a favor de la Inteligencia, de la verdadera Inteligencia, que cuando es verdadera, es sinónimo de Amor.
Para el que leyendo hasta aquí, piense que soy una especie de "flower child" del "peace and love" al estilo sesentista, pues no, tampoco, en absoluto. Porque así como digo esto, también considero que debe haber pena de muerte para la violación seguida de muerte, así como para las madamas, proxenetas y cómplices (jueces,diputados, policías, etc.) que participan en el secuestro de personas para su explotación sexual o de cualquier otro tipo. Cuando escribí esto por primera vez, una querida colega psicóloga me pidió que recapacitara, que "alguien como yo no podía hablar así". Lo lamento, querida amiga, pero para mí se trata simplemente de un tema de economía social. No hablo de torturarlos -como mucha gente desaforada pretende- para mí no se trata de venganza ni de bronca. No me mueve el odio hacia esos criminales. No me interesa ver sufrir a la gente que comete semejantes crímenes, pero considero que representa un despropósito mayúsculo que la sociedad los mantenga a costa del erario público, que es el dinero y el esfuerzo de todos. Con el peligro, además, de que alguna vez vuelvan a salir libres para seguir cometiendo tropelías bajo el amparo de un sistema judicial que hacer largo, largo tiempo ya, ha perdido completamente el rumbo, y otorga "derechos humanos" a aquellos que -dada la naturaleza de sus crímenes-han dejado de pertenecer a nuestra especie, por lo menos a la parte de nuestra especie que merece ser conservada.
Para pasar sin más preámbulo a la nota de Pérez Reverte, concluyo: estoy en contra de cualquier sistema religioso que en nombre de cualquier "dios abstracto" sea capaz de torturar y/o matar al Dios Viviente y Visible, que es el prójimo, vivito, palpable y coleando. Estoy en contra de cualquier sistema religioso o social que ponga a la mujer en condición de ciudadana de segunda, para someterla a los caprichos y las veleidades de los machos salvajes que han pretendido usarla y explotarla durante siglos. Y finalmente estoy en contra de la invasión musulmana de Europa y a favor de que los musulmanes fanáticos vuelvan a sus países, y siempre que su intención sea exportar su ignorancia y convertirla en universal, se queden en sus países y no salgan más de ellos.
Dr. Manuel Gerardo Monasterio
“Es la guerra santa, idiotas”
por Arturo Pérez Reverte
Mientras escucho, pienso en el enemigo. Y no necesito forzar la imaginación, pues durante parte de mi vida habité ese territorio. Costumbres, métodos, manera de ejercer la violencia. Todo me es familiar. Todo se repite, como se repite la Historia desde los tiempos de los turcos, Constantinopla y las Cruzadas. Incluso desde las Termópilas. Como se repitió en aquel Irán, donde los incautos de allí y los imbéciles de aquí aplaudían la caída del Sha y la llegada del libertador Jomeini y sus ayatollás. Como se repitió en el babeo indiscriminado ante las diversas primaveras árabes, que al final -sorpresa para los idiotas profesionales- resultaron ser preludios de muy negros inviernos. Inviernos que son de esperar, por otra parte, cuando las palabras libertad y democracia, conceptos occidentales que nuestra ignorancia nos hace creer exportables en frío, por las buenas, fiadas a la bondad del corazón humano, acaban siendo administradas por curas, imanes, sacerdotes o como queramos llamarlos, fanáticos con turbante o sin él, que tarde o temprano hacen verdad de nuevo, entre sus también fanáticos feligreses, lo que escribió el barón Holbach en el siglo XVIII: «Cuando los hombres creen no temer más que a su dios, no se detienen en general ante nada».
Porque es la Yihad, idiotas. Es la guerra santa. Lo sabe mi amigo en Melilla, lo sé yo en mi pequeña parcela de experiencia personal, lo sabe el que haya estado allí. Lo sabe quien haya leído Historia, o sea capaz de encarar los periódicos y la tele con lucidez. Lo sabe quien busque en Internet los miles de vídeos y fotografías de ejecuciones, de cabezas cortadas, de críos mostrando sonrientes a los degollados por sus padres, de mujeres y niños violados por infieles al Islam, de adúlteras lapidadas -cómo callan en eso las ultrafeministas, tan sensibles para otras chorradas-, de criminales cortando cuellos en vivo mientras gritan «Alá Ajbar» y docenas de espectadores lo graban con sus putos teléfonos móviles. Lo sabe quien lea las pancartas que un niño musulmán -no en Iraq, sino en Australia- exhibe con el texto: «Degollad a quien insulte al Profeta». Lo sabe quien vea la pancarta exhibida por un joven estudiante musulmán -no en Damasco, sino en Londres- donde advierte: «Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia».
A Occidente, a Europa, le costó siglos de sufrimiento alcanzar la libertad de la que hoy goza. Poder ser adúltera sin que te lapiden, o blasfemar sin que te quemen o que te cuelguen de una grúa. Ponerte falda corta sin que te llamen puta. Gozamos las ventajas de esa lucha, ganada tras muchos combates contra nuestros propios fanatismos, en la que demasiada gente buena perdió la vida: combates que Occidente libró cuando era joven y aún tenía fe. Pero ahora los jóvenes son otros: el niño de la pancarta, el cortador de cabezas, el fanático dispuesto a llevarse por delante a treinta infieles e ir al Paraíso. En términos históricos, ellos son los nuevos bárbaros. Europa, donde nació la libertad, es vieja, demagoga y cobarde; mientras que el Islam radical es joven, valiente, y tiene hambre, desesperación, y los cojones, ellos y ellas, muy puestos en su sitio. Dar mala imagen en Youtube les importa un rábano: al contrario, es otra arma en su guerra. Trabajan con su dios en una mano y el terror en la otra, para su propia clientela. Para un Islam que podría ser pacífico y liberal, que a menudo lo desea, pero que nunca puede lograrlo del todo, atrapado en sus propias contradicciones socioteológicas. Creer que eso se soluciona negociando o mirando a otra parte, es mucho más que una inmensa gilipollez. Es un suicidio. Vean Internet, insisto, y díganme qué diablos vamos a negociar. Y con quién. Es una guerra, y no hay otra que afrontarla. Asumirla sin complejos. Porque el frente de combate no está sólo allí, al otro lado del televisor, sino también aquí. En el corazón mismo de Roma. Porque -creo que lo escribí hace tiempo, aunque igual no fui yo- es contradictorio, peligroso, y hasta imposible, disfrutar de las ventajas de ser romano y al mismo tiempo aplaudir a los bárbaros. (Minuto Digital)
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