Este Gran Maestro de la Tradición Esotérica Occidental, que fue Kabaleb, describió de manera magistral el estado actual de las cosas a la luz de los Tiempos del Fin y la Regeneración que se avecina. Así, escribió en su "Interpretación Esotérica de los Evangelios":
"La abominación y la desolación instalada en los lugares santos o allí donde no deben estar, es el primero de los síntomas..." Es evidente que la familia, constituida a imagen y semejanza del átomo el cual a su vez es un pequeño sistema solar, es una institución que debe permanecer unida,puesto que el átomo constituye el tejido del universo y si un átomo se escinde es como si se le hubiese hecho un agujero al universo. Cuando las relaciones familiares son abominables, esto es uno de los anuncios del final, y es bien palpable que esto sucede en nuestros días. Lo abominable se ha instalado igualmente en el arte, en la literatura, en el cine, en las costumbres en nuestra vida cotidiana, en forma de polución, de intoxicación alimenticia. Lo abominable se ha subido a las universidades, se ha doctorado y proclama leyes, dicta sagrados preceptos, establece normas de convivencia. Vivimos estrechamente unidos a lo abominable y sería preciso estar ciegos para no ver esa señal."
No queda más que recomendar a todo estudiante serio de la Vida todas sus obras, y en particular los dos tomos de su "Cómo descubrir al Maestro Interior: Interpretación Esotérica de los Evangelios"
19.3.12
Estamos habitando la cultura de los agujeros negros. Todo pasa por los paradójicamente llamados medios de comunicación y lo que no pasa por allí “no existe”. Y al pasar por allí deja de existir. No es una sociedad. Es el famoso cajón del ilusionista donde todo lo que entra desaparece para reaparecer convertido en conejos, palomitas, pañuelitos o boludeces. Los sentimientos, las ideas, los acontecimientos, todo es sistemáticamente trivializado y aniquilado. En este ambiente desintegrador nada adquiere seriedad. Y tampoco puede haber lugar para el Humor. Porque sólo hay lugar para la mueca tragicómica y mecánica de la máscara. Y todo son máscaras. Máscaras superponiéndose sin solución de continuidad. La máscara de los millonarios defecando sobre las pústulas de los hambrientos cuyo pus se derrama sobre la bronceada piel de los artistas de moda quienes se babean, pasados de alcohol y de drogas, sobre las bocas anhelantes de las amas de casa que sueñan con llegar siquiera a rozar a sus ídolos antes de que ellos también se deshagan desapareciendo en la máquina que todo se lo traga.
Máscaras. Horrorosas máscaras con gestos retorcidos que se mofan sin fin en su caricatura contrahecha de lo que pudo haber sido el Hombre.
Por su parte el sistema no teme el embate de la supuesta contracultura. Esta ha sido engullida, digerida y procesada. Finalmente, en el tránsito terminal a través del intestino colectivo, ha salido convertida en una mariposita de mierda con voladitos rosados y violetas, a la que se ha dado en llamar -¡macabra impostura!- “nueva era”. Con sus palabritas azucaradas, sus letanías anodinas y sus cursillos infinitos de autohipnosis programada para que todo el que los aplique se transforme en nada. Pero “todo está bien, está bien, está bien”, nos dicen los adalides alucinados, “cada vez está mejor, mejor y mejor”. Sólo que pronto no quedará nadie para disfrutar de tanto bienestar, salvo los triviales angelitos de la “nueva era”, que con sus alitas sonrosadas aletearan suavemente sobre el agujero incendiado que alguna vez fue un mundo de hombres.
Puede que las cosas estén bien para las alturas que nos son inaccesibles, pero definitivamente no están bien para nosotros. Aunque burdos reptiles del pensamiento positivo se llenen la mirada de nardos y rosales negando la ordalía pestífera de monstruos, los monstruos están vivos. Y acaso no los vemos porque estamos en sus vientres a medio digerir.
Es tiempo de que algún cretino irredimible se atreva a confesarlo: el mundo está podrido y somos responsables. Tenemos la camisa manchada sin remedio y acaso los calzones ocultos y sangrientos, los trozos de intestino, un poco de cerebro, el hígado atrofiado del último indigente perdido entre las ruinas de Burma o de Beirut.
Las cosas no están bien. ¿Me escuchas, tú allá, en el seno de la Abominable Prostituta, que sabes a qué me refiero? Leprosos endiablados que bailan sobre el vientre de un niño acribillado y todas las mañanas al tiempo del rosario le clavan alfileres y escupen en su cruz...Y luego se agigantan –soberbios en el ángelus- echando bendiciones que caen sobre el alma como pus.
Tiemblan de dolor nuestros hermanos sacrificados en el altar de moloch. Los conocidos y anónimos mártires que sufrieron más que mil jesuses crucificados –perdóname, oh Sublime Jesús- a través de siglos de tortura y de barbarie. Ellos no tienen altares ni vírgenes llorando a sus pies, ni multitudes peregrinando con ofrendas y flores...Pero están invenciblemente escritos en el corazón de los pocos Hombres y Mujeres todavía Vivos en este planeta azul, pequeño y luminoso.
A pesar de todo y por todo lo indecible que ocurre todavía, sospecho que todo ha de cambiar. Pero, ¿Quién puede pedirle al hombre que espere? ¿Cómo podemos esperar los hombres? ¿Cómo podemos ser verdaderamente pacientes? Esa Paciencia no es cosa de hombres, que esperando saben que inexorablemente alcanzarán la muerte. La Paciencia, Hermano Mío, es cosa de Dioses. ¿Será entonces que por fin habremos de renacer a nuestra condición Celeste, para esperar, convertidos en Dioses, el deslumbrante despertar del Hombre de su sueño de siglos?
QUE ASI SEA
De mi novela "Y Juramos con Gloria Morir"
Máscaras. Horrorosas máscaras con gestos retorcidos que se mofan sin fin en su caricatura contrahecha de lo que pudo haber sido el Hombre.
Por su parte el sistema no teme el embate de la supuesta contracultura. Esta ha sido engullida, digerida y procesada. Finalmente, en el tránsito terminal a través del intestino colectivo, ha salido convertida en una mariposita de mierda con voladitos rosados y violetas, a la que se ha dado en llamar -¡macabra impostura!- “nueva era”. Con sus palabritas azucaradas, sus letanías anodinas y sus cursillos infinitos de autohipnosis programada para que todo el que los aplique se transforme en nada. Pero “todo está bien, está bien, está bien”, nos dicen los adalides alucinados, “cada vez está mejor, mejor y mejor”. Sólo que pronto no quedará nadie para disfrutar de tanto bienestar, salvo los triviales angelitos de la “nueva era”, que con sus alitas sonrosadas aletearan suavemente sobre el agujero incendiado que alguna vez fue un mundo de hombres.
Puede que las cosas estén bien para las alturas que nos son inaccesibles, pero definitivamente no están bien para nosotros. Aunque burdos reptiles del pensamiento positivo se llenen la mirada de nardos y rosales negando la ordalía pestífera de monstruos, los monstruos están vivos. Y acaso no los vemos porque estamos en sus vientres a medio digerir.
Es tiempo de que algún cretino irredimible se atreva a confesarlo: el mundo está podrido y somos responsables. Tenemos la camisa manchada sin remedio y acaso los calzones ocultos y sangrientos, los trozos de intestino, un poco de cerebro, el hígado atrofiado del último indigente perdido entre las ruinas de Burma o de Beirut.
Las cosas no están bien. ¿Me escuchas, tú allá, en el seno de la Abominable Prostituta, que sabes a qué me refiero? Leprosos endiablados que bailan sobre el vientre de un niño acribillado y todas las mañanas al tiempo del rosario le clavan alfileres y escupen en su cruz...Y luego se agigantan –soberbios en el ángelus- echando bendiciones que caen sobre el alma como pus.
Tiemblan de dolor nuestros hermanos sacrificados en el altar de moloch. Los conocidos y anónimos mártires que sufrieron más que mil jesuses crucificados –perdóname, oh Sublime Jesús- a través de siglos de tortura y de barbarie. Ellos no tienen altares ni vírgenes llorando a sus pies, ni multitudes peregrinando con ofrendas y flores...Pero están invenciblemente escritos en el corazón de los pocos Hombres y Mujeres todavía Vivos en este planeta azul, pequeño y luminoso.
A pesar de todo y por todo lo indecible que ocurre todavía, sospecho que todo ha de cambiar. Pero, ¿Quién puede pedirle al hombre que espere? ¿Cómo podemos esperar los hombres? ¿Cómo podemos ser verdaderamente pacientes? Esa Paciencia no es cosa de hombres, que esperando saben que inexorablemente alcanzarán la muerte. La Paciencia, Hermano Mío, es cosa de Dioses. ¿Será entonces que por fin habremos de renacer a nuestra condición Celeste, para esperar, convertidos en Dioses, el deslumbrante despertar del Hombre de su sueño de siglos?
QUE ASI SEA
De mi novela "Y Juramos con Gloria Morir"
12.3.12
Escúchame, Sebastián, atiende a lo que digo, la muerte no es la Muerte. Olvida los delirios futuristas del más allá y del más acá, de sueños y sombras infinitas. Y no me vengan mis compadres eruditos con arengas metafísicas que conozco, por desgracia, mejor casi nadie. Debemos Morir en vida y no esperar la salvación reposando blandamente en gestos piadosos y buenas palabras. La cosa es más simple y dolorosa, Morir en vida y basta! O dedicarse a jugar en espera de otra muerte que a pesar de los obispos habrá de ser completa.
De mi libro Los Papeles de Alexis
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