El ronquido universal de la humanidad, que antes me perturbaba, ha arrullado esta mañana mi contemplación.
Como un árbol, erguido, tenso pero flexible, en silenciosa vigilia sin tregua, no siento ya necesidad alguna de despertar a los que duermen…
Quien tenga ojos para ver, que vea, y quien tenga oídos para escuchar, que escuche.
¿Por qué afanarse en hablar a los que se empecinan en continuar sordos o en mostrarles a los que desean seguir ciegos, las maravillas del valle que se contempla desde la cima de la montaña?