Escucho la voz
del hijo no nacido
que tu piadoso vientre
se negó a entregarme.
Su plácida voz agradecida
se entremezcla con tu dolor,
y a veces también con mi dolor,
cuando me adormezco
y niego la bendición
que me ha tocado.
Las simples cosas
de los hombres simples
me han sido negadas.
Por eso, quizás,
mi dolor es tan alambicado
que vivo enredándome con él,
y tropezando.
Solamente yo escucho la voz
del maravilloso nonato
cuya inaudible bendición
se derrama a través de todo lo creado.
Sólo yo escucho la voz de tu hijo, mujer,
esposa mía, hermana, compañera de la luz
y de la sombra iluminada.
Quizás su canto, solamente su canto,
su canto luminoso que tan sólo yo
puedo escuchar en un mundo
que no puede escuchar esa voz
porque no puede dejar de desear
lo que habrá de condenarlo,
quizás decía, solamente su canto
me salve y me redima cuando la noche
termine de bajar sobre mi alma y la reclame.
Tal vez ese acto, ese no-acto
definitivo pero nunca deseado
sea lo único que brille en mi vida,
como una luz solitaria que sólo
yo pude contemplar, entre lágrimas.
Infinita Luz
que hirió nuestras almas
y nos salvó de matar.
19.4.09
12.4.09
Su pequeñez humana fue impulsada por ideas enormes.
Su vida fue el servicio sin ánimo de provecho o recompensa.
No esperaba la vida futura ni temía la disolución final.
Su muerte fue también una entrega autoconsciente,
su último canto de homenaje a la belleza infinita.
Publicado por primera vez en mi novela "Y Juramos con gloria morir"
Su vida fue el servicio sin ánimo de provecho o recompensa.
No esperaba la vida futura ni temía la disolución final.
Su muerte fue también una entrega autoconsciente,
su último canto de homenaje a la belleza infinita.
Publicado por primera vez en mi novela "Y Juramos con gloria morir"
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