Acabo de llegar del Noreste de mi bello y triste país.
Mi triste país donde unos pobres hombres se disputan
los equívocos goces de destruir el presente y el futuro de esta dulce y triste tierra.
Seguirán con su práctica macabra de cultivos feroces,
a golpes de agroquímicos y desmontes.
Allá, en mi dulce Misiones quedaron los otrora hermosos Guaraníes,
convertidos hoy en un amasijo de mendigos lamentables vendiendo como pueden sus inermes chucherías a los mismos gringos salvajes que destrozan sus bosques y envenenan sus ríos.
Toda esta pobre gente enferma,
que tanto me ha hecho rabiar toda mi vida,
ahora sólo me provoca una tristeza infinita.
¡Pobre gente rica!
¡Pobre gente muerta!
¡Pobre señora presidenta!
Con el alma tan dormida
y rodeada de tristes renacuajos.
Batracios tristes
que se tragan malamente
a esta pobre tierra nuestra.
Se la tragan como pueden,
y ahítos de mi tierra,
se le salen los trozos
de los niños masacrados
por las tristes comisuras
de los desesperados labios.
Niños del vientre hinchado,
niños del sistema nervioso devastado,
niños de la leishmaniasis letal
y del chagas subterráneo.
Tristes niños que a la triste
mayoría les importan un carajo.
Lo que importa es lo que vende.
La soja omnipotente de hoy
y el veneno que mañana
exija el sacrosanto mercado.
Y siempre un porcentaje más alto...
¿Cómo van a pagar tanta sangre?
Digo, ¿cotiza la sangre en el mercado?
¿Qué van a hacer con tanto mundo y tan sin alma?
Manuel Gerardo Monasterio
5 de Junio de 2008, a las 2:02 AM
5.6.08
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