La llamada "nueva era" llegó para terminar de acabar con lo poco que quedaba del Hombre. Desde hace veinte años vengo explicando cómo y por qué, ante la mirada azorada de los "creyentes" que, por el contrario, piensan que algo positivo puede salir de semejante desatino globalizado.
Los ingenuos piensan que es una manera de "abrir la conciencia", de "acercarse o abrirse a lo espiritual".
Para mí la comparación es similar a pretender conocer el Amor a través de la fornicación. Podrá ser, pero tiene poco o nada que ver con el acto primario de marras. Y son, mayormente, ámbitos que bien pueden transitar paralelos ad infinitum.
En una palabra, que los delirios de la "nueva era" son a la genuina espiritualidad como la fornicación al amor.
Pero la "nueva era" mueve ya demasiado dinero y satisface demasiadas fantasías colectivas como para pensar que no haya venido para quedarse. El consumismo la ha asimilado maravillosamente, y es un movimiento perfecto para que la mayoría piense que "avanza" cuando en realidad continúa trotando en el mismo lugar.
Pero hay muchos que a lo largo de los siglos han caido-y seguirán cayendo- de cimas más elevadas. Son los que quieren tomar el cielo por asalto.
Los hay de todo tipo y color, de diversas formas y envergaduras.
Algunos se levantan a tempranas horas del amanecer para enredarse en prolongadas meditaciones. Son estrictamente vegetarianos y casi siempre abstemios. Están viajando o volviendo de la India, donde han ido a buscar esa cosa extraordinaria que no logran percibir en el lugar donde están, como si el paraíso fuese un lugar distinto al del infierno en que se encuentran.
Y mayormente viven su vida compartimentada, entre sus prácticas "espirituales" y su existencia cotidiana. Es decir, se elevan hacia luminosas montañas en el momento de la contemplación, para luego reptar en su vida de relaciones cotidiana.
Son humanos, demasiado humanos, a pesar de todos los esfuerzos en pos de algo más que nunca llega. Por el contrario, lo que suele llegar es algo menos. Mucho menos.
Se acartonan. Se vuelven rígidos, solemnes. Hablan en voz baja, como si estuvieran en permanente estado de unción con una realidad que los demás no alcanzan a percibir o como si acaso estuvieran escuchando voces inaudibles para la mayoría.
Ellos son los iniciados. Los elegidos.Y casi siempre tienen un Gurú. Es decir, alguien tan incompleto en sí mismo que necesita de discípulos que llenen los agujeros que lo atormentan en la precariedad de su intima conciencia.
Y todos juntos, todos ellos, maestros y discípulos, se elevan. Se elevan... Pero parafraseando al sublime Santo de Dakshineswar, decimos que se elevan como buitres, ya que, por muy alto que se eleven, su mirada y su consciencia están siempre puestas sobre las carroñas de la tierra.
Pero se esfuerzan. Se esfuerzan mucho y se contorsionan insólitamente porque creen, a pie juntillas, que la Gracia puede conquistarse a base de esfuerzos, de posturas, de gestos y sacrificios.
Tratan con Dios como si fuera un banquero, el dueño de una compra-venta o de un mercado de pulgas donde uno se acerca para regatear mercancías. "Te doy tanto y tú me das esto otro", "si te doy esto tú me tienes que dar aquello", "te entrego todo esto, pero tú a cambio..."
Para ellos Dios es Don Jacobo o Don Moisés, y la Vida una puta barata que habrá de entregarse por unas cuantas piruetas, algunas plegarias, un par de inspiraciones...y la alimentación adecuada.
Pero ni Dios está al servicio de sus pretensiones ni la Vida es la putita tonta a la que habrán de engatusar con unos cuantos gestos bien estudiados a lo largo de años de calculadas prácticas.
La Gracia llega cómo y cuando quiere, y cae o se manifiesta sobre el que a ella le da la gana. No hay nada que podamos hacer para ganarla, porque no está, precisamente, en el mercado de la oferta y la demanda.
No es algo que uno "gana" o que uno "alcanza". Tal vez exactamente lo contrario. Sobreviene cuando uno está completamente solo, absolutamente quebrado y sin muletas a mano. Desnudo hasta una médula inconcebible y sin nada en qué apoyarse. Cuando ya no se busca ni se aspira a nada. Pero nada, absolutamente nada, que no es tan sólo una frase o una forma intelectual de decir. Y entonces la Gracia, si a ella le place, hace Alguien de Nadie, pero sólo de Nadie, porque si se es alguien, no se es nada. Hay que ser Nada para ser Alguien, pero Nadie en particular, sino Todo y Nada al mismo tiempo, pero Nada. Que es la Pléroma donde se manifiesta todo lo posible.
Para lo que es indispensable haber desaparecido.
De manera absoluta y definitiva.
Viajan o vuelven de la India.
Practican toda la higiene que pueden.
Y meditan mucho, y muy temprano.
Pero como sepulcros blanqueados, por mucho que se esmeren mediante todos los artilugios posibles, no pueden ocultar el hedor que emana de sus intenciones humanas, demasiado humanas.
Y mientras elevan la plegaria haciendo arder el incensario, traicionan a la Rosa, aplastan a la Rosa que sin ninguna intencionalidad ni ánimo alguno de provecho se ha Abierto frente a ellos...Para ellos.
El drama de Judas es el drama representativo del hombre.
El drama que se repite en un escenario infinito.
Ojos para quien pueda Ver
y Oídos para quien pueda Oir.
Manuel Gerardo Monasterio
a las 23.44 del Viernes 11 de Abril de 2008
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