Argentina se asoma al precipicio que siempre estuvo tan cerca y que ahora, finalmente, parece abrazarla de manera irremediable.
Porque lo irremediable hoy aparece como Milei, y el mismo adjetivo que utilizo nos indica la fuerza del destino, si es que ocurriese. Milei sería lo que Argentina se merece, la síntesis de todas las locuras, despropósitos y absurdos en los que nos hemos estado entreteniendo durante dos siglos de mucha barbarie y un poco de civilización que se nos ha ido escurriendo por las grietas de la irracionalidad dirigencial que hemos tolerado con una mansedumbre que quizás oculta muchas oscuras e inconfesables complicidades.
Milei abarca todas las aristas más dramáticas de nuestro delirio: la desmesura, la indisposición para el diálogo, el descarado narcisismo y el histrionismo sin disfraces; la falta de matices, el energumenismo de negar casi constantemente la presencia del otro y de pretender ser el adalid y dueño de la Verdad con una soberbia tan chabacana que hiere cualquier vestigio de racionalidad del eventual interlocutor. A todo esto le agrega su visión unidimensional del hombre, reducido a un objeto más dentro de la economía de mercado y la superficialidad de sus recursos dialécticos apenas disfrazada a golpes de petulancia y citas eruditas de su especialidad que esgrime como armas de destrucción masiva contra su víctima de turno.
Milei es la desgracia, que a la manera del aprendiz de brujo o del nigromante novel e imprudente, hemos invocado a fuerza de gritos, de insultos, de irrespetuosidad social y de inmadurez cívica.
Nadie más que nosotros ha abierto los portales del probable infierno que se avecina. Nuestra indolencia, nuestra complicidad con el error y con la mentira y nuestra desfachatada aceptación de la codicia sin límites de una dirigencia a la que le hemos entregado todo el poder, son las letanías y el secreto ritual que ha convocado a este esperpento salvaje, a este portento de excesos y desvaríos, a esta monstruosidad maravillosa que se ha ido imponiendo frente a la incredulidad y azoramiento de la mayoría de los supuestamente pensantes, entre los que me incluyo.
El discurso de Milei, y quizás hasta su equipo de gente tan dispar, pintoresca y hasta grotesca, me recuerdan al Cambalache Discepoliano, donde la Biblia (o la Cábala) conviven con el calefón en una mezcla singular e inefable.
Si vemos los símbolos que ostenta Milei tras su figura podemos incluso asimilar su extravagante personalidad al concepto de "Quimera", que era tradicionalmente aquel monstruo fabuloso con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón.
Desearía estar equivocado, y en un tiempo tener que pedir disculpas y retractarme.
Aunque honestamente no veo para Argentina una salida que no lleve como estandarte el dictum Churchilliano de "Sangre, sudor y lágrimas". Sea con Milei o con cualquier otro.
Y sin embargo, tengo una fe inquebrantable en el futuro luminoso de este país, que alguna vez habrá de erigirse como refugio y faro del mundo, más tarde quizás que temprano, pero de manera proféticamente inevitable.