Argentina es un país que se destaca entre sus vecinos por poseer, como Conrad dijo a través de unos de sus personajes: “Un talento natural para el desastre”. Triste país sudamericano que no se reconcilia con su destino geográfico y genético y vive en un eterno desgajamiento psicológico, político y hasta metafísico, como el hombre de Byron, "ser marino que habita en la tierra deseando volar".
Los argentinos se caracterizan por una incapacidad casi constitucional para la profundidad. La mayoría de su intelectualidad cree que la profundidad pasa por la capacidad de expresar la cosas más sencillas de la manera más abstrusa y alambicada posible. No nos puede extrañar, por lo tanto, que Argentina sea uno de los últimos reductos planetarios del Psicoanálisis freudiano y de su derivación más oscura, el lacanismo. Podemos aplicar aquí lo que mi amigo Manuel Gerardo Monasterio escribiera al respecto de los psicoanalistas en su libro “Vigilia sin tregua”: “…de tan profundos pasan al otro lado de las cosas…Y siguen navegando por la cáscara”...
Y este es el drama esencial de los argentinos, su incapacidad de profundizar, de ir verdaderamente al meollo de las cosas con genuina intención de una acción funcional y realista. Viven en la ilusión de ser profundos, cuando en realidad son simplemente complicados y oscuros, y poseen una casi inextinguible vocación de masturbación política y social que los ha llevado a descender de mundos, ostensiblemente a través de las décadas, cuando, como todos sabemos, fueron uno de los “niños ricos” de la vapuleada América del Sur.
He tenido la fortuna de recorrer Argentina de Norte a Sur a lo largo de varios años de prolongadas visitas. He sido usufructuaria de la hospitalidad de algunos increíbles amigos en ese país, a quienes he visto sufrir en diversas ocasiones en escenarios difíciles de imaginar para una europea nacida en el último cuarto del Siglo XX. Aclaro, no me sorprenden estas penurias ocurriendo en algunos países africanos o asiáticos, pero me ha costado mucho entender cómo pueden ocurrir en un país “abundante y culto” como Argentina, lo que me obligó a intentar averiguar por qué las cosas son como son en “La Reina del Plata”.
Argentina padece de una creciente marea de sectores pobres, pero la pobreza de Argentina no es como la de Brasil, por ejemplo, o la de Guatemala. La pobreza de Argentina es una pobreza-pobre, sin matices, sin colores. Los brasileños y los guatelmatecos pobres padecen de una pobreza rica en su interior, plena de tradiciones, de insospechadas tonalidades culturales y religiosas.
En Argentina, he andado miles de kilómetros pasando por centenares de pueblos, todos grises, descoloridos, impersonales.
Argentina pasa por ser, tradicionalmente, un país católico. Pero, ¡qué diferencia con la fe religiosa de las gentes simples de México o de Brasil! La fe que uno ve en los argentinos es tan “mediana”, tan “de superficies” como todo lo demás.
No van al fondo de nada, viven como en una inmensa mesa de café donde se discute hasta altas horas de la madrugada con la sola intención de que todo quede como está, de forma tal de poder volver mañana a conversar de las mismas cosas sin solución de continuidad. Y hasta quizás resulte una terrible y bella metáfora el hecho de que uno encuentre en Buenos Aires, Córdoba, Rosario o Mendoza, tantos agradables cafés.
Uno de los temas que más ruido ha hecho en los medios argentinos, por poner un caso, es el de la Papelera Botnia, de capitales escandinavos. La ciudad de Gualeguaychú se levantó “en armas” durante meses, qué digo, años. La contaminación que produce la planta –y no es que la apoye de ninguna manera- es una simple broma en comparación con los horrores que ocurren masivamente en distintos lugares de Argentina. He tenido ocasión de ver importante documentación acumulada durante años por abnegados científicos argentinos a los que poco y nada se ha escuchado, donde se muestra la extensión increíble de aguas contaminadas con arsénico, que es lo que beben como agua “potable” decenas de miles de argentinos desde el norte de la provincia de Buenos Aires hasta quien sabe donde. Hay enfermos incurables como resultado de esta locura, y no se ha hecho nada sustancial al respecto...
Ríos contaminados en todas partes; cerdos comiendo en los basurales públicos –que luego serán faenados bajo inexistentes controles bromatológicos para ser consumidos por la inerme -¿o desidiosa?- población; autos y camiones que nadie controla, mientras lanzan toneladas de residuos tóxicos por no estar en condiciones técnicas de funcionar… Niños enfermos de cáncer por los deshechos tóxicos de fábricas que sobornan a los funcionarios para operar...Todo esto lo he visto, no me lo han contado.
Argentina es un país que se pliega feliz a todas las modas, mientras lleguen de lugares “aceptables”, esto es, lugares foráneos con algún aura de fama, categoría o elevado nivel económico. De allí que ahora los Argentinos festejen San Valentín o Halloween, como los vecinos ricos del norte. De vez en cuando aparece alguna manía extraña, como ha sido la -¿pasajera?-pasión de algunos sectores por todo lo irlandés o vinculado con Irlanda…Ya hubiera deseado uno que, en esta pasión por Irlanda –país muy querido para mi- los argentinos se hubieran contagiado un poco de lo histórico que une a ambos países, cual son los conflictos con Inglaterra…Pero los argentinos, básicamente, no están interesados en complicarse demasiado la vida. Con un poco de vino y de futbol, les alcanza y les sobra.
La pasión por lo banal y superficial llega a tal extremo, que muchos argentinos verdaderamente prominentes deben emigrar, esto es, si no aspiran a fenecer,vegetar o suicidarse (como ha ocurrido con varios genios de ese país) Y una vez afuera, esos argentinos ilustres, no dejarán de sorprender a sus colegas con su inteligencia y capacidad.Pero, oh desgracia, siempre en el exilio!
“Tilingo” es una palabra fantástica, que abarca, según parece, la mayor parte de lo que los argentinos padecen. “Tilingo” es quien presume de ser fino, sin serlo. Pero es mucho más. Se trata también de alguien obsesionado por las pequeñeces y los detalles, por lo insustancial de las cosas. El “tilingo” gusta de adquirir fama o brillo de culto, de “connoisseur”, de “estar en la pomada” (como me han enseñado mis amigos argentinos que se dice en Argentina de aquellos que saben dónde y cómo ubicarse).
El “tilingo” es, en definitiva, un ente superficial que gusta de navegar por la corteza de la vida sin arriesgarse nunca a los sabores de la interioridad. Será por eso, tal vez, que rara vez nos tomamos a los argentinos y a sus problemas en serio, porque son ellos los que, a fuerza de superficiales y vanos, carecen de seriedad. Y esta falta de seriedad ha pasado a ser casi su tarjeta de presentación. Lo que, para alguien como yo, que a pesar de todo lo dicho, he tenido una bella relación con ese país, resulta una suerte de tragedia. Aunque, lógicamente, lo que para mí luce como tragedia, para los argentinos ha de ser, seguramente,no más que un simple sainete.