21.8.15

Este artículo fue escrito por mí en 2007, lo republico porque es importante no olvidar ciertos conceptos fundamentales.

  A alguien le preguntaban un día si había verdaderos ateos. ¿Cree usted -fue la respuesta- que haya verdaderos cristianos?" —Denis Diderot, "Pensées philosophiques"



El máximo representante visible de la iglesia romana, Papa Benedicto XVI, acaba de hablar acerca de -cito literalmente- "la feliz fusión entre la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas con el cristianismo y la cultura moderna". Rechazando, seguidamente -y vuelvo a citar literalmente- "las afirmaciones en algunos ambientes, de que la fe cristiana fue impuesta por la fuerza a los indígenas. El Papa Ratzinger afirmó que, por el contrario, "el encuentro entre sus culturas y la fe en Cristo fue una respuesta interiormente aceptada por los indios".Luego agregó que "el encuentro" con el cristianismo ha creado la verdadera identidad de los pueblos latinoamericanos". El Papa Ratzinger llegó a la cima del Vaticano con un halo de "gran intelectual". Cómo puede llegar a conciliarse un genuino desarrollo mental con la manifestación pública de semejantes dislates es algo que, seguramente, escapa a la comprensión de quien escribe.

 

La iglesia de Roma cuenta con una extensa lista de atropellos inverosímiles a lo largo de la historia, acerca de los cuales haría bien manteniendo un respetuoso y también astuto silencio. Lo que han venido haciendo con gran habilidad durante muchísimo tiempo. Hasta que llega este nuevo Papa, al que le gusta hablar de aquellos temas sobre los que, no habiendo nada bueno para decir, sería mejor callar. Pareciera ser que, de entre las virtudes que el cristianismo ha ponderado, no es la humildad la más desarrollada en el Papa alemán. Las frases de Ratzinger sólo podrían ser el resultado de una profunda imbecilidad o de una inconmensurable hipocresía. No seré yo quien pretenda hoy dilucidar ese acertijo. Pero, si este es el más elevado Pastor de aquellas almas que se sienten a sí mismas católicas, nos hace temer por el camino hacia donde pueda guiarlas. Ratzinger habla de "encuentro". Un "encuentro" genuino sólo puede darse cuando ambas partes se dirigen a él de mutuo acuerdo. Difícilmente podemos hablar de "encuentro", cuando se trata de una etnia imponiéndose a sangre y fuego sobre otra. Eso siempre se llamó y aún se sigue llamando,"conquista". Y a la ignominia de una conquista especialmente salvaje, pretende ahora, el Papa Ratzinger, sumarle el oprobio de la presunta morigeración semántica, tornando la tortura y el asesinato "persuasivos", en "encuentro".


 

 Para culminar esta pequeña joya del trasvestismo ideológico, el venerable pontífice interpreta que este "encuentro" "ha creado" "la verdadera identidad" "de los pueblos latinoamericanos". Parece que Ratzinger conoce la intrínseca esencia de estos pueblos mejor que los nativos originales, quienes hasta la llegada de los iluminados frailes, aparentemente desconocían su "verdadera identidad" …
Pero no deberían sorprendernos, en realidad, estas pretendidas tergiversaciones por parte de quienes han tenido la manipulación y el dominio como oficio durante siglos. Uno de los ejemplos más acabados de lo que esencialmente trajo la "civilización occidental y cristiana" a estas tierras "feraces e incultas", lo encontramos en el relato historiográfico de dos nativos de la Etnia Tehuelche, quienes hacia el Siglo XVIII, al sur del Virreinato del Río de la Plata, conversaban muy seriamente de la siguiente manera: -Y, ¿cómo andas, hermano? -Bien, y contento. Creo que cada día me voy convirtiendo en un mejor crestiano… -Por qué?" -Porque de a poco estoy aprendiendo a mentir.
Este es un ejemplo sociológico que podría llegar a refutar lo que, según Watslawick, representa una paradoja imposible, que un niño no sólo tome la sopa, sino que, además, disfrute haciéndolo (ver su breve pero brillante "El arte de amargarse la vida").
Y debemos responderle a Watslawick que los "dulces y compasivos" métodos "disuasivos" del cristianismo organizado, a través de "los piadosos y amables frailes" que participaron en la conquista de América, han alcanzado esa meta tenida como imposible, a saber, que un hombre observe con alegría y vivencie como un logro, la perversión de su saludable estado natural.

 Sic Transit gloria mundi… Escribía Tomas de Kempis. Así pasa la gloria del mundo...
 Y cuando ya nadie recuerde a este oscuro papa, tan "del mundo", aún se escucharán los ecos de las pobres criaturas de América masacradas en pos de satisfacer la codicia y el deseo de aquellos que, trastocando el misterio eucarístico, "transubstanciaron" a los indios por medio de torturas indecibles, luego de lo cual estos, agradecidos, pudieron finalmente disfrutar de su "verdadera identidad" a imagen y semejanza de los luminosos frailes de la Iglesia de Roma...

 Manuel Gerardo Monasterio Febrero de 2007

18.8.15


Broken man



Estudiar al hombre “normal” jamás ha aportado nada relevante. Es como intentar sacar información dialogando con una piedra. La prueba la tenemos en que todos los que han logrado sacarle alguna información al homínido “sospechoso”, lo han conseguido observando e investigando al llamado “espécimen patológico”: enfermos mentales, desviados, monstruos, esperpentos y ejemplares fallados.
En mis "Cuadernos de Antroposíntesis", hace muchos años, describí este proceso de investigación como “La alegoría del muñeco o juguete roto”.



Supongamos que tenemos un muñequito mecánico, un hermoso y sofisticado juguete que hace un montón de cositas irrelevantes pero entretenidas. Y no sabemos como diablos funciona. La curiosidad nos supera. ¿Y qué hacemos entonces? Lo abrimos, y un poco, lo rompemos, para lograr tal objetivo. Es lo que suelen hacer las criaturas inquietas con sus juguetes interesantes.



Y ya tenemos lo que llamo el muñeco roto.

Sigmund Freud, Carl Gustav Jung, Wilhelm Reich, Alfred Korzybski, Gregory Bateson, Ronald Laing, e incluso Foucault, tienen algo en común al respecto: sus hallazgos más fecundos fueron realizados observando a personas llamadas “patológicas. El espécimen de excepción para este tipo de investigaciones es, sin duda, el esquizofrénico. Lo que podríamos llamar un “juguete bien roto”, es decir, no un juguete “un poquito abierto” como el neurótico, sino un juguete cuyo mecanismo está todo a la vista. El individuo llamado “normal” es un artilugio compacto, una unidad sellada. Su mecanicidad se manifiesta imperturbable a todos los fines de una investigación fecunda en datos que sean relevantes para averiguar qué es exactamente lo que bulle debajo de toda esa aparente nanidad automatizada.

El individuo llamado “normal” no es una amenaza ni un peligro para el estado...ni para los dioses.

Pero un Hölderlin, un Lautremont, un Artaud, con los tendones y las arterias mentales a la vista, son algo completamente diferente. O incluso un asesino aberrante como Pierre Riviere, en cuya investigación se ufana mi calvo amigo Foucault, que fue algo más que un brillante expositor filosófico, y que, como he dicho más de una vez , rozó de manera inquietante diversos bordes del círculo donde los hombres nos encontramos, y no casualmente, atrapados.

El “loco”, el “anormal” el “monstruo”, está mostrando impúdicamente las desnudeces del abismo que se oculta en todos nosotros. Quizás nuestro abismo original y originario.

Pero el problema investigativo que se plantea, es que un individuo más o menos “normal” no puede sacar gran cosa de la observación de esas “impudicias” que quiebran salvajemente el flujo mecánico de la normalidad. Para lograr que el panorama a la vista no sea más que una piezas desparramadas aquí y allá, interesantes y llamativas quizás, pero vistas como incomprensibles o inútiles; para que el escenario adquiera un significado orgánico y conducente, el investigador a su vez tiene que “abrirse” un poco él mismo, es decir, romperse él mismo como juguete. Porque los elementos que le darán la capacidad de comprender lo que está pasando en el interior del “juguete roto” están disponibles para él, únicamente en la medida en que él también los observe desde la perspectiva de “juguete abierto o roto”. Los riesgos que esto implica son la explicación de que haya tan poca información. ¿Cuántos investigadores están dispuestos a emprender semejante proceso de - en cierta manera- auto-destrucción?

Alan Watts emprenderá esa tarea a través del LSD o la mescalina. Terence McKenna lo hará utilizando el “abrelatas” de la psilocibina, útil herramienta que encontrará escondida en la Stropharia, los honguitos a los que era tan afecto.

¿Producen las mescalina, el LSD, el DMT o la psilocibina alucinaciones realmente? ¿O acaso gatillan receptores peptídicos que sacan a luz información que se encuentra en realidad en el propio cerebro, en el propio sistema nervioso, en el propio cuerpo que esconde misterios tremendos y anonadantes?

En la glosolalia de la psicosis o en las visiones producidas por efecto de los psicotrópicos “enteógenos”, puede haber más fecundidad de datos explicativos que en las meras descripciones topológicas a las que inevitablemente se ve reducida la “ciencia normal”.

Y también en las aberraciones de los asesinos seriales, de los sadomasoquistas extremos, y por qué no, incluso asimismo en las experiencias tenidas como místicas de muchos de los “santos” que gozaban sufriendo porque SENTIAN que eso era lo que Dios quería –¿y necesitaba?-de ellos, podemos encontrar vislumbres inquietantes acerca de nuestro verdadero origen.

Compartimos el 97% del ADN con los gorilas. El otro 3% no llama la atención de los “científicos” como para comenzar a especular uniendo todos la ENORME cantidad de evidencia repartida a través de la historia, los textos religiosos, las alegorías, mitologías y experiencias cotidianas. Siguen hablando todavía del eslabón perdido, cuando lo que han perdido –en realidad no lo han tenido nunca- es el hilo de Ariadna que conduciría rápidamente a algunas realidades que, seguramente, acabarían rápidamente con la “normalidad” de la mayoría de la gente.

Finalmente, lo que comienza a salir a la luz, ya de manera inevitable, es que nosotros somos el Golem.



Der Golem, Escultura de
Eskorte fragile

y

Poster de la antigua película alemana
"Der Golem"





Manuel Gerardo Monasterio
Ciudad de Buenos Aires,
Jardines de Pometeo,
1 de Septiembre de 2007






9.8.15




El mejor terror no necesita efectos especiales.
Al contrario, cuantos menos muestra más sugiere y más permite a la imaginación navegar por lugares más interesantes -e inquietantes- que los que podría mostranos cualquier director.

"Dark was the night" es una película perfecta en su género, y una de esas obras de las que que cada día se ven menos.

De tanto querer asombrar y deslumbrar e impactar con un exceso de estímulos Hollywood ha llegado a la saturación del sistema nervioso.
Por eso hoy vemos que los jóvenes han perdido la capacidad para el asombro, los han sobrepasado de estímulos y de tanto querer saturarlos de sensaciones han logrado que apenas sienten nada.

Para ver, disfrutar, recomendar, y recordar que todavía hay mucho lugar para el cine real y posible-y genuinamente terrorífico-más allá del gasto estéril -pero costosísimo- de recursos y efectos tecnológicos, que de querer significar tanto ya no significan dada.

Manuel Gerardo Monasterio

 

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