31.8.12


Publicado por primera vez en Foro Planetario el 12 / 12 / 2005 (se vuelve a publicar por cuanto permanece tristemente vigente)


Hace muchos años Julien Benda escribio una obra titulada “La traición de los intelectuales”. Difícilmente podría tener más vigencia ese título, hoy, en América latina, donde la clase intelectual se encuentra en buena parte entregada al ocio y a la ejemplar trivialidad, viviendo a sueldo de los estados –corruptos casi por definición-, disfrutando de cuanta prebenda les caiga en mano y evitando de todas las maneras posibles cualquier gesto, o palabra, o movimiento que pudiera ser confundido de alguna manera con un reflejo de actividad mental al servicio de algo más que no sea la satisfacción de su vanidad personal o su seguridad económica, conseguido todo ello a expensas del soslayamiento constante de los temas verdaderamente esenciales de los aplastados pueblos que malviven por estas latitudes. La gran mayoría de quienes no encajan en esta vulgar nómina de proxenetas de la explotación y la mentira, se encuentran ya sea bajo tierra, o casi a medio enterrar, bajo el polvo apabullante de la indiferencia y el silencio. Voces clamantes en el desierto de las almas que yacen a su vez bajo el ambiguo yugo del consumismo voraz que el capitalismo avanzando ha impuesto sobre el planeta con fuerza de ley. Bajo lemas ridículos lanzados como tablas mosaicas sobre las devastadas mentalidades contemporáneas, marcha la sociedad posmoderna, vaciada de interioridad, bailando al son de la musiquilla ESENCIALMENTE enclenque, pero hipnótica, de los Fukuyama, los Sorman, los deconstructivistas, pseudo-foucaultianos –Foucault era algo más que eso- nihilistas a la violeta – que harían palidecer a Bakunin- y cuanto descerebrado anda suelto...Con el gracioso agravante de que la mayoría de los descerebrados han sido soltados, como una manada de vacas -o una recua de cerdos- en medio de los congresos, los senados y los ministerios públicos. Más que la nave de los locos, es esta la nave de los imbéciles que, desgraciadamente, no va a la deriva, sino que lleva rumbo puesto a la disolución del último vestigio de pensamiento racional y coherente, ya que no sólo “Dios ha muerto”, sino que se ha descubierto que el hombre también ha fallecido, y ahora sólo quedan los fantasmas, danzando  en medio de las ruinas neurológicas de unas sociedades que parecen haberse confabulado para aniquilar, progresivamente, todo resto de actividad organizada de la corteza cerebral. El cerebro reptiliano manda, con destellos de una región límbica modificada por el bombardeo de ansiolíticos y antidepresivos repartidos como caramelos por una clase médica también entregada – hace ya mucho tiempo- a las exigencias de los laboratorios y las corporaciones transnacionales. Benzodiazepinas e inhibidores de la recaptación de serotonina ocupan hoy el lugar de la introspección, la contemplación, la meditación y la autoobservación, en  medio de la pereza colectiva, del sueño eterno de un homo sapiens que no sapiens, sino que “dormis”...Y el homo-dormis domina la tierra, mientras esta se incendia bajo el fuego de los deshechos químicos, la polución generalizada y la cultura del despilfarro elevada al rango de dogma religioso.
La agonía del hombre medianamente despierto en medio de este pabellón de ciegos, sordos y mudos es un suplicio de Tántalo que desafía, por momentos, la mas frondosa imaginación.
La creciente marea de suicidas –niños,hombres y mujeres- es resultado consubstancial de este sistema abominable que con mano de hierro aprieta las consciencias, que ya no encuentran otra salida para comunicarse que hacerlo de esa manera horrorosa y teminal.
Y se autoinmolan, en medio del ruidoso silencio que puebla la masacrada mentalidad de los restos fósiles de una humanidad... que aún respira. Y todavía nos es dado escuchar a los que proclaman el 2012, como año del fin, y quien sabe, de un nuevo Principio. Quizás esperan una catástrofe más “llamativa” que este Cataclismo de la consciencia que ya se ha abatido sobre la humanidad desde mucho antes.

Manuel Gerardo Monasterio, 12/12/2005
 

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