8.7.10

¿Ha perdido la escuela el carácter repelente que presentaba en los

siglos XIX y XX, cuando domaba los espíritus y los cuerpos para las duras

realidades del rendimiento y de la servidumbre, teniendo a gala educar por

deber, autoridad y austeridad, no por placer y por pasión? Nada es más

dudoso, y no puede negarse que, bajo las aparentes solicitudes de la

modernidad, muchos arcaísmos siguen marcando la vida de las estudiantes

y de los estudiantes. ¿No ha obedecido hasta hoy la empresa escolar a la

preocupación dominante de mejorar las técnicas de adiestramiento para

que el animal sea rentable?

Ningún niño traspasa el umbral de una escuela sin exponerse al riesgo

de perderse; quiero decir, de perder esa vida exuberante, ávida de

conocimientos y maravillas, que sería tan gozoso potenciar en lugar de

esterilizarla y desesperarla bajo el aburrido trabajo del saber abstracto.

¡Qué terrible notar esas brillantes miradas a menudo empañadas!

Cuatro paredes. El asentimiento general conviene en que allí uno será,

con consideraciones hipócritas, aprisionado, obligado, culpabilizado,

juzgado, respetado, castigado, humillado, etiquetado, manipulado, mimado,

violado, consolado, tratado como un feto que mendiga ayuda y asistencia.

¿De qué os quejáis?, objetarán los promotores de leyes y de decretos.

¿No es la mejor manera de iniciar a los pipiólos en las reglas inmutables

que rigen el mundo y la existencia? Sin duda. Pero ¿por qué los jóvenes

aceptarían durante más tiempo una sociedad sin alegría ni porvenir,

que los adultos ya solo se resignan a soportar con una acritud y un malestar

crecientes?

Raoul Vaneigem, en Aviso a escolares y estudiantes, traducción de Juan Pedro García del Campo,Debate, Barcelona, 2001.

 

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