7.6.10

Para José Alberto Alfonsi


Días pasados escribí un comentario para Farabute –compañero de celda- y firmé, como en otros tiempos: “Sísifo”…

He vivido muchos años enemistado, como el padre de Maldoror, contra la carroña primordial de la tierra y su igualmente absurdo creador. Y cuanto más enemistado me encuentro, más compasión le profeso. Por la simple razón de que lo que es, lo es de esa manera, porque-contrariamente a todas las veleidades de la democracia- no tiene libertad para Elegir.

La compasión es la manifestación absoluta de la condición humana, ninguna otra bestia o dios puede manifestarla.

Y contra todas las apariencias, es la negación, y no su bovino contrario, lo que genuinamente Afirma la inalienabilidad de la Unica Verdadera Libertad del Supremo Condenado. No es decir sí –todas nuestras células apoyan automáticamente esa moción- sino decir “NO”.

No que haya sido fácil, para un alma modelada por los herrajes tanto metafísicos cuanto carnales del cristianismo (religión de perros, como repitió Hegel), pararse sobre esa piedra Luciferina para proclamar la sublime Negación, que, digámoslo por primera vez en la historia, es lo que se oculta tras el Kumbak del Pranayama de los Indios (porque el respirar es la primigenia compulsión)

Es la Negación del asceta, que es el Suicida sin rastro alguno de desesperación.

Es como escribí en aquel poema de mis sangrantes veintidós años: “Aparta ya tu espantosa levadura, no quiero ya comer de Ti!”

Y durante los siguientes treinta años comí tan sólo el ácimo pan de mi venerable y sosegado hastío. Rodeado de presos, circundado de sombras, de lamentables perros que se arrastran con la cabeza gacha o terminan poniéndole la panza descubierta al Amo que los azota sin solución de continuidad. Hace mucho, sin embargo, que ya no le muestro los dientes, tan sólo mi mirada se eleva hacia Su Mirada y le contempla, con soberana tranquilidad. Y es El quien aparta la vista, como si estuviera avergonzado de las obras que, en la insaciable Compulsión de Su Inmarcesible Soledad, no puede dejar de realizar.

En la Suprema Inmovilidad de la Negación, el Hombre trasciende a los hombres y a los dioses.

Y esa Negación es a un tiempo absoluta Aceptación, que se abre a la puesta de sol sin necesidad alguna “de ningún ángel sentado sobre las nubes”. Sin afán de consuelos sobrenaturales, sin esperanza de supuestas dichas celestiales. Es como un imposible perro que continúa haciendo su gracia sin esperar la golosina, y cuando esta llega, con gesto altanero, la rechaza.

Y en ese Desierto inconcebible para la casi absoluta mayoría de los hombres, crece, sin embargo, una única Flor. Una Flor Verdadera. Genuina únicamente cuando surge en esa tierra yerma en que se ha extinguido la última gota de esperanza:

La Compasión.

 

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