10.5.10

Amor, esposa mía, hermana!
Hoy las alas agridulces del recuerdo
han rozado levemente mi alma.
Agudos dardos nos unen,
pequeños trozos de cristal,
arroyos de lava,
incertidumbre y calma breve,
lumbre infinita que palpita en las almas.
Ardientes mares nos apartan
y aún así, cada día estás
más cerca y más en calma.
Estamos lejos del primer resplandor
y sin embargo, una extraña
cercanía nos embarga.
Amor, esposa mía, hermana!
Cuando el golpe insidioso de cieno
cierre por fin mis azorados ojos,
quiebre mis labios insaciables,
encalle las naves de mis manos
y tronche por fin mi corazón cansado,
quiero que estés a mi lado,
hermana, esposa mía, furor amado!
Quiero que estés conmigo
como en esa noche fresca
de aquél íntimo verano
en que supimos que a pesar
de las ausencias insalvables
no habríamos ya de separarnos.
Aunque estés tan lejos
que no te alcancen
mis ojos ni mis manos,
que vuelen, amor, las palomas
de tus ojos y se posen
en mis ojos abismados.
Que aletee tu pensamiento tenue
en la noche trémula y última
de mi corazón callado.
Acércame tu voz, tu aliento, tu plegaria!
Amor, esposa mía, hermana!
No te apartes ya de mí cuando me vaya!
Y con tus manos puras y tu aliento leve
teje una oración para mi triste alma.

Teniente Roberto Gamboa, última carta a su esposa
De la novela de Manuel Gerardo Monasterio, Y Juramos con Gloria Morir
 

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