7.2.10



Una película que transcurre, de principio a fin, como la existencia misma. Sin anécdotas ni moralejas. Irreductible a la interpretación, a las racionalizaciones o a las teorías especulativas que pretendan encontrarle un sentido más allá de la vida fluyendo sin solución de continuidad.
Uma Thurman, absolutamente deslumbrante, para un Oscar (si es que este premio no estuviese contaminado por una cantidad de factores ajenos a la pura actuación). La Thurman aparece increíblemente madura, con todo el brillo de su rara belleza, en una interpretación magnífica qe continúa repitiéndose en la imaginación del espectador muchas horas después de q ue la película haya terminado. Jonathan Pryce desborda unas cuantas veces la pantalla con una mirada de perfiles míticos. Y el actor británico Paddy Considine, impecable en su lugar de sorprendido invitado al drama impenetrable del matrimonio interpretado por Pryce y Thurman. Incapaz de dilucidar la intimidad del matrimonio, a pesar de relacionarse sentimental y sexualmente con la mujer. Será expelido del mítico escenario tan rápidamente como fue convocado al mismo.
La película ilumina muchos aspectos raramente tocados del vínculo matrimonial y sus misteriosas dimensiones.
Una historia íntima, breve, teatral (la película es la adaptación de una obra de teatro) sin golpes bajos y con todo el insoportable peso de la levedad -y la gloriosa fugacidad- de la existencia. Con algunas sugerencias acerca de Alcohólicos Anónimos que lo hacen a uno repensar y mirar a la institución desde inquietantes perspectivas.
Para recordar y recomendar.
 

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