25.8.07

Hoy por la mañana al levantarme, tropecé con la última de mis musas, muerta al amanecer. Al caer la tarde se me acercaron un par de sutiles ninfas agitando sus primorosas alas. Pienso que la visita de una ninfómana hubiese resultado más entretenida, aunque quizás no tan conveniente. Pero sea como fuere, los poetas estamos condenados a estos clichés que hacían las delicias de Rubén Darío, pero que a mí me aburren soberanamente. Por eso, siguiendo el consejo de mi amigo Enrique González Martínez, habré de retorcerle sin piedad el pescuezo al próximo cisne que se me acerque.
 

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