27.8.07


Cuando hayas caído por todo abismo posible
y te hayas abrazado a todo infierno imaginable.
Y cada una de tus angustias,
hayas bebido, íntimamente hasta el fin.
Sin dar la espalda al cáliz,
apurándolo con furiosa ternura.
Sin detenerte, con temor y temblor
pero firme y decidida autofagia ritual.

Devorándote a ti mismo,
pedazo a pedazo,
con ansia famélica y celeste
de consumirte hasta consumarte,
de calcinarte y de perderte
hasta Encontrarte.
Hasta el ultérrimo anonadamiento,
cuantas veces sea posible y necesario.

Aún cuando todas las chances jueguen en tu contra.
Precisamente cuando el universo entero
y la matemática toda pareciesen estar en contra.
Cuando todas las potestades infernales o celestes
pareciesen arrojarse sobre ti
a un tiempo todas,
disputándose el botín de tus despojos,
dispuestas a quién sabe
qué ritual interminable,
a qué absurdo laberinto
o juego calcinante.
Y una y otra vez te les enfrentes,
con espanto, con delirio,
con dolor y con congoja.
Con los dientes apretados
y la carne hecha jirones,
con muñones o guiñapos en las manos.
Pero siempre en pie,
aunque cayendo permanente,
en vigilia pertinaz e indispensable.

Cuando todos los dioses
hayan sido amados y odiados por ti,
reinventados y muertos
cuantas veces fuere necesario.

Cuando tus ojos de tanto mirar
estén ya ciegos de luz y de sombra,
y con desnudas pupilas contemples
en paz los templos y las ruinas.
Tan amorosamente vivo
como amorosamente muerto.
Imposible de definir.
Absolutamente incalificable.
sin deseo ya de definir o clasificar.

Desnudo.
Un punto atravesado
por todas las rectas imaginables.
Dinámicamente inmóvil.
Entonces,
te llamaré Mi Hermano.


De mi novela "Y Juramos con Gloria Morir"
 

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