29.8.07


Percibo tenaz,
cercano y tenaz,
tan dentro y tenaz
en tu cuerpo el torbellino.
Materia consumiéndose
en sí propia,
desgajándose y tornando
a su ruina pavorosa.


Los cuerpos son el vértigo,
los vórtices de un abismo negro.
En ellos la conciencia
se aturde y se socava,
llegando así a la nada
que no es Nada,
que acaso es justamente
aquella que anonada.
Que no es la Nada luminosa
de la Vida Iluminada.
Que acaso es babeante,
senil, empalagosa,
la nada baba y boba
de la náusea concebida
entre paredes alquiladas,
sin más amor
que el tórrido amasijo
de los cuerpos en orgasmos
compulsivos, lacerantes,
angustiantes, agresivos,
dolorosos, agostantes,
repugnantes, pavorosos.
Tristísimos orgasmos
del mero amor sexuado.


He aquí a nada
tan nombrada.
Una nada que no alcanza
a semejarse con aquella
Nada plena del Nirvana.



Que tiene sí,
de murmullos abismales,
de quejidos penumbrosos
y del hambre sin fin
de ser Hombre
entre las sábanas.



De tanto ahondar
en lo sin Hueso,
de tanto andar por un Leteo
que no basta para tal Recuerdo,
de tanta búsqueda fatal
entre sangres y osamentas
es graciosamente inevitable
que te encuentres,
hombre mío,
repentinamente muerto.



Por eso digo tristemente,
porque yo también hubiese querido
detenerme en el instante material,
rosal efímero,
espina todo él,
finalmente.



Por eso digo que los cuerpos
son la muerte.
Porque dentro de los cuerpos
hemos muerto.
Y no hay nada ya que pueda detenernos.






De mi libro "Extinción de la palabra"
 

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